La creciente inequidad social, expresada en la concen-tración de la riqueza a favor de los muy pocos y en detrimento de las mayorías, debilita el ejercicio pleno de los derechos de la ciudadanía.
Fortalecer la verdadera democracia -único sistema, que por el momento nivela el déficit del ejercicio pleno de la ciudadanía- requiere formar a los actores sociales para que puedan ejercer sus derechos y, al mismo tiempo, hacer evolucionar a la sociedad en términos de justicia social.
Sin duda, en este proceso de formación tienen un importante protagonismo los medios de comunicación so-cial, que, en gran medida, construyen el imaginario social y cultural a través de sus discursos y producciones. No es posible que el ciudadano alcance una autonomía en sus decisiones políticas y de vida en general si no logra en su formación un vínculo como usuario y no de mero con-sumidor de los distintos medios que utiliza cotidianamente. Es sabido que si bien los medios no determinan, al menos condicionan la conducta y revelan u ocultan valores o los manipulan.
La educación formal y sistémica es la herramienta con la que, desde la modernidad, se educa a los ciudadanos. Esta educación mayormente heredera del iluminismo es funcional a los poderes ya establecidos y generalmente hegemónicos.
De la misma forma, los medios monopólicos actúan como el funcionalismo, detectando la apropiación del discurso y direccionándolo a intereses similares a los de la educación. De esa forma, el poder, desde estos dos campos, que pocas veces representan el bien común, or-dena, disciplina u orienta nuestras formas de vida.
La escuela, al igual que los medios, son las dos instituciones más relevantes – junto con la familia- que disputan y complementan la formación del sujeto. Cada una ha sufrido últimamente crisis de distintos tipos, producto en parte, de los cambios sociales y por la llamada neotec-nología y su consecuente globalización. Podríamos decir que hay una suerte de desarticulación entre ellas que no permiteencontrar un equilibrio adecuado en la forma-ción de la persona.
Lo cierto es que es imprescindible que el ciudadano conozca cómo funcionan los medios, quiénes están de-trás de ellos, cómo construyen sus distintos lenguajes y contenidos, a qué intereses responden o cómo pueden ser utilizados como herramientas de información válida o de expresión por parte de los usuarios.
En el mundo occidental, quienes reconocen el im-pacto que generan en la sociedad los distintos medios de comunicación han estudiado y sistematizado el conoci-miento acerca de los medios en las corrientes denominadas Media Education o MediaLiteracy, dependiendo del lugar en donde se enseña. Estas dos corrientes teóri-cas podríamos denominarlas, por su origen y expansión histórica, como de componente cultural anglosajón.
Sin dudas las metodologías de lectura que se han de-sarrollado a partir de estas escuelas, y que se han alimen-tado de teóricas críticas como la Cultural Studies, son muy útiles en la formación del ciudadano con respecto a los medios.
Sin embargo, desde una perspectiva más centrada en la transformación social, se necesita robustecer al ciudadano con muchos más elementos que una formación en y con los medios. Esta perspectiva existe y tiene una tra-yectoria histórica de más de 50 años en Latinoamérica. Se trata de la Educomunicación, cimentada en la concepción pedagógica de dos referentes principales: Paulo Freire y Mario Kaplún; abonada a posteriori por pensa-dores e investigadores de la talla de Francisco Gutiérrez, Ismar Oliveira, Guillermo Orozco, Valerio Fuenzalida, Elena Hermosilla, Daniel Prieto Castillo, Pablo Ramos, y fortalecida por los aportes de Jesús Martín Barbero o Luis Ramiro Beltrán, entre muchos otros.
Si bien ni Freire ni Kaplún definieron sus postulados pedagógicos como educomunicativos, el desarrollo ul-terior de ese pensamiento por parte de los pensadores mencionados constituyóen un nuevo paradigma emergente: la Educomunicación.
La clave es entender la importancia que tiene la comunicación en el acto educativo y, al mismo tiempo, reconocer lo educativo en la comunicación.
Podríamos decir, como alguna vez conceptualizó un gran maestro de la comunicación y la cultura, Horacio Iribar: La COMUNICACIÓN es un acto de perfecciona-miento del hombre; la EDUCACIÓN es el acto de comunicación más perfecto de todos.
Si entendemos que la vía para formar un ciudadano, es decir, un sujeto con plena práctica de sus derechos y con libertad de elegir opciones verdaderas, el camino a seguir es aquel en el que la comunicación sea el eje transversal de lo educativo.
Comunicacionalmente hablando, lo primero a atender es la escucha del sujeto, que, frente al educador, tie-ne su propio patrimonio existencial, su contexto social y cultural, sus saberes aún precarios o insuficientes, sus emociones, anhelos, sueños y deseos. Ese es el campo que debemos hacer fértil y cultivar con saberes teóricos y del campo de las prácticas. La escucha y el diálogo son los principios básicos de la comunicación que hay que desplegar dinámicamente en el proceso educativo, hasta alcanzar un sujeto expresivo, crítico, competente, propositivo, creativo, y que conozca, entienda y practique sus derechos para sí y para los demás.
Hasta aquí estas premisas podrían reconocerse en muchos objetivos pedagógicos, no necesariamente denominados o reconocidos como educomunicativos; sin embargo, cuando abordamos esto desde una orientación social, entran a jugar otros valores. El primero de todos, el comunitario. Este valor disuelve el individualismo competitivo propio de las sociedades que se construyen solo desde el mérito personal, y que descartan a las personas no “productivas”. El segundo es la aceptación de la diversidad. No todos son iguales a mí, ni biológica, ni psíquica ni culturalmente. No todos piensan como yo o viven la espiritualidad de la misma manera. Reconocer al otro y conjugar en las relaciones estas diferencias es un desafío de la Educomunicación. Ejercitar la solidaridad con el más débil de recursos u oportunidades, y ayudarle. Es decir: cómo me relaciono con el otro, con qué propó-sito, con qué herramientas de conocimiento.
Para quienes tienen experiencia pedagógica en la práctica cotidiana, repasar estas propuestas serviría para contrastar cuán cerca o lejos estamos de la experiencia educomunicativa.
La Educomunicación – corriente que surge de la Escuela liberadora de Paulo Freire (1921-1997) (Brasil)-, es un producto genuinamente latinoamericano. Parte de la visión del hombre, que está en la sociedad para con-vivir; así la Educomunicación sostiene la importancia de “construir ecosistemas comunicativos abiertos, democráticos, participativos” (Ismar Oliveira), y entiende que el hombre es un ser para la convivencia y para el encuentro.
Para Freire, el hombre está en un proceso de forma-ción permanente, que posibilita la escucha, el diálogo y la lectura crítica de la historia de la que es responsable.
El desarrollo de esta teoría educativa se ha enriquecido con el tiempo a través de un diálogo permanente con otras corrientes pedagógicas occidentales como son las de: Emmanuel Munier (Francia), el Desarrollo cognitivode Piaget (Suiza), la Teoría de la Complejidad- de Edgard Morín (Francia), la Inteligencia sentiente de Zubiri, las Neurociencias (Estados Unidos), Freinet y la escuela moderna (Francia), la Educación humanista de Carl Ro-gers (EEUU), el Aprendizaje significativo de David Au-subel (EE UU), el Aprendizaje por descubrimiento de Jerome Bruner (EE UU), David W. Johnson (EE UU), Octavi Fullat (España) o Lev Vygotski (Rusia). Con es-tas contribuciones, la Educomunicación se convierte en una dimensión integral y holística de la persona humana.
De esta manera, podemos comprender que la Educomunicación tiene una perspectiva política y que va más allá de la lectura crítica de los medios. Sin duda la incluye, pero la propuesta de la Educomunicación es la lectura crítica de los procesos comunicativos endonde estamos insertos. Y estamos insertos en entornos escolares, religiosos, universitarios, mediáticos, organizacionales, barriales, urbanos, rurales, familiares, etc.
La propia práctica de la acción comunicativa es lo que le importa a la Educomunicación y esto no requiere ne-cesariamente el uso de tecnologías mediáticas, aunque el uso de las mismas puede ayudar en gran medida en el proceso.
Finalmente,en la educomunicación reconocemos que somos seres de comunicación, que nacemos, crece-mos y nos desarrollamos como sujetos en permanente comunión con la vida del entorno natural, con los otros y con nosotros mismos.
Ser conscientes de que la comunicación es un proceso dinámico en permanente cambio, que se puede analizar, mejorar y potenciar en términos de conciencia social, es avanzar en el camino de la Educomunicación.
El desafío de hoy para la Educomunicación es trabajar en el campo de la cultura digital. Discernir el impacto que las nuevas tecnologías generan en el sujeto y en la comunidad. Potenciar sus beneficios y desmitificar sus promesas. Estar atentos a cómo se puede construir ciudadanía participativa no condicionada por un algoritmo. Observar con atención y criticidad cómo pueden contri-buir las redes virtuales a crear una auténtica comunidad real. Es decir, con pensamientos, sentimientos, sensibilidad y sin perder la escucha del otro, germen inicial de la comunicación. Una comunicación para la vida.
(1) Carlos A. Ferraro es Comunicador y productor audiovisual, con estudios de rea-lización cinematográfica (UNLP) y de Posgrado en Planificación y Gestión de la Comunicación (UNLP) Profesor de Filosofía y Cs de la Educación (USAL-CON-SUDEC). Docente universitario en Didácticas de artes audiovisuales (UNSAM) y de Teoría de la Comunicación en el nivel Superior de Enseñanza. Crítico de cine. Educomunicador. Presidente de SIGNIS ALC y presidente de la Oficina Mundial de Educación para la Comunicación de SIGNIS.
Artículo publicado en la revista digital Punto de Encuentro, diciembre 2019, de SIGNIS ALC
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