Por: Manolo Berjón y Miguel Angel Cadenas*.- Cuando llegamos por primera vez al Marañón, hace más de dos décadas, lo primero que experimentamos fue la incomunicación: no comprendíamos el habla de la gente. El primer golpe fue en la ciudad de Iquitos, aunque un golpe suave. A la semana viajamos a Nauta, una ciudad fundada por el kukama Manuel Pacaya en 1830, la incomunicación se acentuó considerablemente. A la semana siguiente estábamos en nuestro nuevo destino: Santa Rita de Castilla, en medio del pueblo kukama. Y la sensación de comunicación era enorme, pese a que los kukama actuales tienen como lengua materna el castellano. La visita a las comunidades nos pareció estar en otro mundo.
Acostumbrados a decir lo que a uno le parece nos costó comprender la importancia de las ceremonias en la comunicación. Los saludos, las fórmulas repetitivas…, nos parecían como de otro tiempo. Más tarde nos dimos cuenta que el propio lenguaje crea situaciones. Ya habíamos estudiado eso de que “yo te bautizo…”, en una ceremonia en la iglesia, crea un nuevo cristiano. Pero ahora lo aprendido sobre “cómo hacer cosas con palabras” nos pareció mucho más intenso en la selva. La importancia de la bendición, y la necesidad de no pronunciar, bajo ningún concepto, una maldición. Con constancia, esfuerzo y paciencia de parte de nuestros interlocutores indígenas fuimos aprendiendo a comunicarnos un poco mejor.
Después comprendimos que la misma palabra tenía significados diferentes. “Préstame tu machete” para nosotros significaba: “cédeme tu machete” por un tiempo limitado. Para los kukama el prestatario se hace dueño del machete. De ahí que sea de mal gusto requerir la posesión del machete por parte de su dueño. Esto nos costó mucho tiempo comprenderlo y nos llevó a investigar en el idioma kukama. El descubrimiento del idioma fue toda una revelación. Poco a poco nos fuimos acostumbrando. O mejor, desde el punto de vista indígena: nos fueron domesticando. El tomar masato (cerveza de yuca) fue toda una lección de domesticación.
El fútbol
Todas las tardes se juega a fútbol o futbito. Infaltable. El campo de fútbol está en medio de la comunidad. Da la sensación de pisar un terreno seguro. El primer día que jugamos todo fue bien. El segundo día recibimos algunas patadas, que atribuimos a malos cálculos. El tercer día recibimos más golpes. No se detenía la pelota y nadie reclamaba falta, lo que nos sorprendía. Entonces no le dimos importancia. Después comprendimos que la fuerza es un elemento clave para los kukama. Su forma de jugar a fútbol es una demostración de habilidad y fuerza. El débil no tiene oportunidad. Mucho más tarde averiguamos que se coloca un sapo en la portería para que no entre la pelota, o un chamán puede hacer que el contrario se caiga y se lesione…
¿Por qué hablar de fútbol? Sabiendo que es un juego venido de fuera, entonces podemos caer en la cuenta de una característica indígena fundamental: apropiarse de lo extraño para continuar siendo indígena. De esta manera se apropiaron del futbol (juego extranjero) para continuar siendo indígenas (juegan a su manera). De ahí la importancia de que el campo de fútbol ocupe el centro del pueblo. Lo externo (el fútbol) se sitúa en el corazón para continuar siendo indígenas.
Los campeonatos de fútbol son fundamentales. Un Animador Cristiano nos contó que uno de sus hijos, de 16 años, fue a jugar a futbol a otra comunidad. Llegó tarde en la noche y de frente se metió en su mosquitero para dormir. En la mañana siguiente salió del mosquitero normal, fue al río a acarrear el agua, pero su madre estaba molesta, aunque no le decía nada. Al llegar la hora del desayuno apareció una señorita que salió de su mosquitero. La presentó como su mujer. El fútbol es mucho más que un deporte. Hace que los jóvenes viajen a otras comunidades y no son pocas las familias que se han constituido o reunido en un campeonato de fútbol.
La Biblia
La señora Miguelina no sabía leer ni escribir, nunca había ido a la escuela. Pero tenía una gran sabiduría y fue una gran partera. Cuando ya estaba enferma un día nos hizo llamar. Acudimos y nos pidió una Biblia. Éramos conscientes que ella no sabía leer ni escribir. Entonces, ¿para qué la quería? Muy sencillo: para colocarla debajo de su almohada. Los kukama, tradicionalmente, colocaban la hoja del toé debajo de la almohada para que les haga soñar. La señora Miguelina quería que Dios le hiciera soñar y la forma más apropiada era colocar la Biblia debajo de la almohada.
Dicho así pareciera no tener mucha importancia. Lo que sucede es que para los indígenas el mundo no es únicamente lo que vemos, sino que existen otros mundos donde habitan otros seres. Dios, para los kukama, habita en el cielo más alto. Los sueños vienen a ser una verdadera revelación. A esto convendría añadir que la Biblia se convierte también en protección. Si tenemos en cuenta que la señora Miguelina estaba enferma, es fácil de comprender que estaba pidiendo a Dios, a través de la Biblia, protección contra el mal (la enfermedad en este caso).
No pretendemos en estas notas breves extraer todas las consecuencias, tan solo queremos apuntar una dirección. El aprendizaje ha sido costoso. Se necesita de una gran paciencia. Pero cuando nos dimos cuenta que íbamos comprendiendo nos embargó una sensación de satisfacción, de saber qué está pasando, de poder compartir la vida con personas increíblemente sabias que también tuvieron mucha paciencia con nosotros. Eso no significa que sepamos todo, ni mucho menos, continuamos siendo unos humildes aprendices. De ahí la necesidad de una pastoral indígena.
Cada pueblo indígena es diferente. La diversidad es una de las características más importantes en la amazonía. Las notas que escribiremos a continuación están enraizadas en el pueblo kukama. Son experiencias nuestras. Posiblemente otros pueblos y otras gentes tengan experiencias diferentes. Sin embargo, nos parecen oportunas para una conversación entre gentes que caminan por la Amazonía. Es nuestra pequeña contribución a esta convocatoria del sínodo panamazónico. Esperemos que sirvan para conversar.
* Misioneros Agustinos en Iquitos, Perú