Carlos Ayala Ramírez (*)
Hay preguntas fundamentales a las que, todos y todas, debemos responder en algún momento con honradez humana y cristiana: ¿quiénes somos y para qué estamos aquí? ¿cómo y para qué nos vinculamos con las demás personas, la naturaleza y Dios? ¿cómo y a qué dedicamos nuestra vida? ¿cuáles deben ser las características de una persona que se inspire en el seguimiento a Jesús? Hacemos algunas consideraciones al respecto a partir de las intuiciones de tres “fuentes de autoridad”: Adolfo Nicolás (superior General de los jesuitas entre 2008 y 2016); Pedro Casaldáliga (obispo, profeta y poeta fallecido recientemente) y Leonardo Boff (teólogo de la liberación). Algunos de sus aportes están presentes de forma implícita o explícita en el desarrollo del texto. También tomamos como punto de referencia el estudio “Liderazgo Ignaciano: nuestro modo de proceder”, documento de la Asociación de universidades confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (AUSJAL, 2019).
Los rasgos que se plasman en una persona buena – como el obispo Casaldáliga – pueden describirse en diez palabras que comienzan con la letra “C”, siguiendo la formulación que hiciera el padre Nicolás al hablar de las características de la persona humana íntegra e integral. La idea fuerza es que, el espíritu humanista, cuando es real y no meramente intencional, incide en el modo de ser, sentir, pensar y actuar de las personas. Si somos lo que hacemos, la práctica de estos rasgos puede ponernos en el camino de lo que hoy se denomina “la nueva humanidad”. ¿Cómo sería el rostro del Ser Humano Nuevo en el que tanto insistía Casaldáliga? Enunciemos y expliquemos, brevemente, algunas peculiaridades principales:
Primera C: Persona Compasiva. Este rasgo está vinculado a la capacidad de sentir como propio el gozo y el dolor de los demás; a la capacidad de acompañar in situ; refiere a la constatación de que “el otro”, cualquier otro, especialmente el otro que sufre, es mi hermano y mi hermana. Oportuno es citar acá el conocido texto de la Gaudium et spes (n.1) que proclama: “El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”.
Y si queremos ir al ejemplo absoluto de compasión recordemos la actitud de Jesús de Nazaret: “Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor”. En sus tribulaciones acudían a él y al pedirle solución a sus problemas, lo hacían con lo que, al parecer, era siempre el argumento decisivo: “Señor, ten misericordia de nosotros”. Los primeros cristianos vieron en su modo de ser compasivo el comienzo de una humanidad nueva. Y Jesús les dice expresamente: “Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso”
Segunda C: Persona Consciente. No basta ser una persona compasiva si no somos capaces de darnos cuenta y ser conscientes de los desafíos que presenta la realidad. Es necesario quitarnos las vendas: venda ideológica del conservadurismo o conformismo, venda religiosa que separa la fe de la vida, venda individualista que no mira más allá de los propios intereses. El antídoto: ser conscientes, ser honrados con la realidad. No pintar el mundo ni mejor ni peor de lo que es, sino como es, atendiendo al principio de realidad que no es aceptación resignada de la realidad, sino búsqueda y construcción de condiciones de vida digna para todos los miembros de la familia humana.
Las desigualdades y las injusticias no pueden ser percibidas como el resultado de una cierta fatalidad natural. Se las reconoce más bien como obra de seres humanos concretos que han creado instituciones y estructuras excluyentes que matan rápida o paulatinamente.
Tercera C: Persona Comprometida. Cargar con la realidad implica la inserción (encarnación) en el contexto social y ambiental en el que se vive. Será del contacto amistoso con las personas excluidas lo que permita “sentir” la injusticia y la violencia como males colectivos que deben transformarse. Y de ahí el compromiso para pasar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas. La persona comprometida sustenta su praxis en un trípode eficaz: inteligencia (cabeza) para mirar más allá de las apariencias; compasión que lo lleva a poner el corazón en los que sufren y manos para la acción que asume el desafío del cambio.
Hablamos de compromisos concretos: Ante los desplazamientos de las personas, la cultura de la hospitalidad; ante las injusticias y desigualdades, la defensa y la promoción de derechos humanos; ante la depredación ambiental, la conversión ecológica integral; ante la violencia e intolerancia que generan los fundamentalismos (conflictos étnico-religioso-políticos) hay que elegir el camino del respeto al otro, del diálogo, de la fraternidad, de la justicia no violenta.
Cuarta C: Persona Competente. En la espiritualidad ignaciana no basta conseguir un bien, se busca el mayor bien, el más universal, o aquel bien que otros no pueden ofrecer. Este es el contexto en el que se comprende adecuadamente “la excelencia como la búsqueda del mayor servicio y la oferta de lo mejor de la propia persona”. Se trata de “ser no los mejores del mundo, sino los mejores para el mundo”. Comprometida conscientemente con lo que ama y valora, la persona ofrece lo mejor de sí misma. Dispone de toda su persona y ofrece al mundo el modo de proceder que ha aprendido a lo largo de su itinerario humano y espiritual. Ofrece los conocimientos, las habilidades, criterios, valores y actitudes que hacen posible vivir con dignidad y en fraternidad.
Sin duda que, para responder a los desafíos actuales, especialmente de los empobrecidos y de la casa común (el planeta), se requiere una gran capacidad intelectual colectiva, un corazón que ve y sabe captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser, un compromiso a favor de la justicia social y ecológica. Pero, sobre todo, un gran amor por los excluidos del mundo a los que busca servir con eficiencia y eficacia.
Quinta C: Persona Contemplativa. Contemplativos en la acción. Eso pasa por la necesidad de hacer de nuestra acción un espacio para aprender. De modo que el proceso de aprendizaje sea siempre continuo. El quehacer que se desprende del llamado a la misión debe procurar los medios para evaluar. Debemos ponderar si, a través de nuestra participación y colaboración, estamos favoreciendo el logro de la misión y en qué grado, para entonces decidir los cambios que debemos llevar a cabo. Evaluación para mejorar lo que se hace, para rectificar caminos erráticos (del fracaso también se aprende), o ratificar los asertivos. Se trata de examinar si la hoja de ruta nos está llevando a la meta trazada, si está posibilitando el surgimiento de procesos que conduzcan a ella. Hay que escrutar el impacto que nuestro quehacer tiene en la transformación de la sociedad a corto, mediano y largo plazo.
En el documento de AUSJAL se afirma que “la evaluación es un momento privilegiado para volver nuestra mirada a la vida, a lo que venimos haciendo, para volver a situarnos en el fin al que estamos dedicando la vida”. Asimismo, advierte que “si perdemos el horizonte de sentido, el alcance de nuestra visión se empobrece y va perdiendo fuerza y significado”. Por tanto, es necesaria la retroalimentación, aprender de la experiencia y elegir los medios que mejor conduzcan a la consecución de propósitos.
Sexta C: Persona creativa. Afirma el teólogo Boff, que somos creativos cuando vamos más allá de las fórmulas convencionales e inventamos maneras sorprendentes de expresarnos a nosotros mismos y de pronunciar el mundo; cuando establecemos relaciones nuevas, identificamos potencialidades de la realidad y proponemos innovaciones y alternativas consistentes. Cuando damos alas a la imaginación, que sueña con cosas aún no ensayadas, pero sin olvidar la razón que nos pone los pies en la tierra y nos garantiza el sentido de las mediaciones.
La creatividad, pues, se asocia al rompimiento de esquemas prefabricados. Al vivir en estado de alegría, de poesía y de ecología. Sin repeticiones, sin esquematismos, sin ataduras (no al “siempre ha sido así”). Creativos para enfrentar la adversidad y para hacer el bien. En esa línea se habla de Jesús como un hombre de singular “fantasía creadora” que, en nombre del amor y de la libertad de los hijos de Dios, puso en cuestión las estructuras religiosas y culturales de su tiempo. Pero también es el hombre libre para crear con los demás las formas mejores de vida, de convivencia y de relación con el Gran Otro (Dios).
Séptima C: Persona comunitaria. Promueve el trabajo y el discernimiento comunitario. Frente al egoísmo y el individualismo campantes, fomenta el espíritu de comunidad. Espíritu que para el cristianismo está expresado en el ideal de la primitiva Iglesia: “tenían una sola alma y un solo corazón. Nadie consideraba sus bienes como propios y no había entre ellos ningún necesitado” (He 4, 32-34).
El espíritu de comunidad supone participación, comunión y celebración. Por eso, según Casaldáliga, la persona comunitaria se co-padece, se co-indigna, co-milita y con-celebra. Es decir, practica la solidaridad fraterna.
Octava C: Persona crítica. La pasión por la verdad la lleva a mantener una actitud crítica frente a supuestos valores, leyes y estructuras que se hacen pasar como verdaderas y universales. No se deja engañar ni por las apariencias ni por las promesas. Verifica si lo que se dice en el discurso se da o no en la realidad. Sabe leer los signos de los tiempos, la coyuntura local y mundial. Camina con los pies en el suelo de la realidad, sensible a los principales clamores que brotan en su seno.
La persona crítica que proclama por dónde no se debe ir en la construcción social, suele ser rechazada y amenazada por los defensores del orden establecido. Cuanto más fundamentadas son sus críticas, mayor es el rechazo. Pero, como el “beduino”, sigue señalando el camino de la utopía posible. Desde la perspectiva cristiana, la crítica es la profecía que denuncia el pecado, exige la conversión y apunta a la utopía del reino de Dios que, como sabemos, es el proyecto que Él tiene para la humanidad.
Novena C: Persona Cuidadora. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia ética. Esto supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y lleno de ternura. Cuidar lo que es débil o está amenazado. Cuidar a la persona, los bienes naturales y valores que humanizan. “Se cuida lo que se ama y se ama lo que se cuida” (Boff).
El cuidado es un rasgo esencial del amor (amor se escribe con “C” de cuidado). “Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos” (papa Francisco, LS, 229).
Décima C: Persona Coherente. Ser lo que se es. Hablar de lo que se cree. Creer lo que se predica. Vivir lo que se proclama. Hasta las últimas consecuencias y en las menudencias diarias. “Dime como vives un día ordinario, un día cualquiera, y te diré si vale tu sueño del mañana” (Pedro Casaldáliga). Coherencia interior entendida como profunda armonía y cohesión entre la opción fundamental de la persona, sus actitudes y sus hechos concretos. Cuando esto ocurre, hay veracidad y credibilidad en la persona. Integrar nuestro modo de pensar, sentir y vivir, eso es la coherencia testimonial. Tan necesaria, tan fundamental, tan decisiva para la vida personal y colectiva.
(*) Profesor jubilado de la UCA de El Salvador. Profesor-facilitador del Boston College. Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Santa Clara University). Profesor de la Escuela de Liderazgo Hispano de la arquidiócesis de San Francisco, CA.
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