Fr. Héctor Herrera, o.p.*.- Hace 25 años un 9.8.1991 dos jóvenes franciscanos Fr. Miguel Tomaszek y Fr. Zbigniew Strzalkowki, decidieron jugarse la vida por su fidelidad al evangelio de Jesús y al pueblo de los pobres. Sabían del peligro que corrían sus vidas por el terrorismo. Como Jesús sembraron la semilla del evangelio entre los pobres, como lo hizo su Padre Francisco de Asís, curando las heridas de los leprosos. Era un pueblo pobre y marginado. Allí quedaron entre los pobres de Pariacoto sus restos, como el maestro Jesús que entregó su vida, para que ellos tengan una vida de paz y una mejor calidad de vida para sus familias. La fe en Cristo los llevó a amar la cruz con la libertad de los hijos de Francisco. Recuerdo cuando tomaba las entrevistas a los pobres campesinos, refiriéndose a su bondad que nacía de esa contemplación y del amor a Cristo y en el rostro de los más excluidos. A veinticinco años de su martirio de los beatos, su sangre es semilla de nuevas vocaciones laicales y religiosas.
El 25.8.1991, otra mártir de la fe, nuestro querido y recordado amigo P. Sandro Dordi, entregaba su vida, porque fue fiel a su misión de pastor hasta el último momento de su vida. Pese a que se le aconsejó abandonar el lugar, porque su vida corría peligro. Él como fiel pastor no abandonó a sus ovejas. Los quiso y amó con la ternura de Jesús el Buen Pastor. Acogía a los niños, mujeres, jóvenes, varones. Todos cabían en su corazón. Porque su profundidad de vida espiritual, lo hacía ver en el rostro de los sencillos al mismo Jesús. Caminó con ellos, preparaba a los catequistas. Se preocupaba por su formación espiritual y humana, acompañado por las hermanas Pastorcitas y las Misioneras laicas de la Asociación Peruana de Misioneras. Su trabajo silencioso y callado es el mejor signo de un pastor que vivió el evangelio encarnado en la realidad de su pueblo. Su sangre es semilla de la generosidad de Dios en un joven sacerdote Giovanni Sabogal, a quien acunó en sus brazos de niño, quien como buen pastor, sigue el ejemplo de este beato.
Celebrar los veinticinco años del martirio de estos tres mártires de la Iglesia Chimbotana, como de muchos mártires anónimos como la Hermana Agustina Rivas del Buen Pastor, sacerdotes y laicos, víctimas del odio por la fe a Cristo y a la Iglesia, seguidora de Jesús, son signo y testimonio de una profunda contemplación y vivencia de un evangelio encarnada, que mira la promoción de toda la persona humana, el compromiso con Cristo y con las realidades temporales del mundo de hoy. Hicieron suyo las “angustias, esperanzas y tristezas del mundo de hoy, en especial de los menos favorecidos”. Porque fueron fieles al mensaje de Jesús: “Nadie tiene amor más grande, sino aquél que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Que su sangre derramada como Jesús sirva de signo de esperanza, para que toda la Iglesia en el Perú y en el mundo sea madre de la misericordia, que acoge, acompaña y venda las heridas de los pobres, despertando vocaciones laicas, sacerdotales y religiosas, que siguiendo las huellas de Jesús, dejen huellas de amor, generosidad, solidaridad y entrega para nuestros pueblos.