Carlos Ayala Ramírez (*)
La segunda parte del libro del papa Francisco “Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor”, se centra en lo que él denomina “Tiempo para elegir”. Ahí afirma que, entre el primer paso, que consiste en acercarse y dejarse golpear por la realidad, y el tercero que es actuar concretamente para salvar y reparar, hay un segundo paso intermedio esencial: discernir y elegir.
Para este segundo paso no basta, según el Papa, estar abiertos a la realidad, sino también tener un sólido conjunto de criterios que nos guíen en la lectura de los signos de los tiempos y así poder optar por un camino que nos haga bien a todos. De ahí la necesidad de volver a lo auténticamente valioso, esto es: al valor de la vida, de la naturaleza, de la dignidad de la persona, del trabajo, de los vínculos. Son valores claves para la vida humana, que no pueden ni negociarse ni sacrificarse. En esta línea, el Papa habla de los criterios de juicio que ofrecen directivas para la acción. El primero y más decisivo es: ¿qué haría Jesús? Él, dice el Papa, nos regaló una serie de palabras claves con las que sintetizó la gramática del Reino de Dios: las bienaventuranzas, que comienzan con la esperanza de los pobres a una vida plena, de paz y fraternidad, de equidad y justicia.
De ese espíritu derivan los criterios éticos de la Doctrina Social de la Iglesia. Francisco menciona cinco que son fundamentales porque ponen en marcha dinámicas donde las personas, especialmente los más vulnerables, son valoradas.
En primer lugar, la opción preferencial por los pobres que significa, por un lado, que siempre hay que tener en cuenta el impacto en los pobres de las decisiones que tomamos y, por otro, que debemos poner al pobre en el centro de nuestro modo de pensar. El Papa mira en esta opción preferencial una nueva perspectiva de juicio y de valor sobre los acontecimientos que el Señor nos regala.
En segundo lugar, el bien común, que apunta a considerar el bien de toda la sociedad, porque no es suficiente equilibrar las diferentes partes e intereses, ni pensar en términos de la máxima felicidad para el mayor número de personas. El bien común se define como el bien que todos compartimos, el bien del pueblo en su conjunto, así como los bienes a los que cada uno debería tener acceso. En consecuencia, cuando se invierte en el bien común, se amplía lo que es bueno para todos.
En tercer lugar, el destino universal de los bienes, que asume que el Dios de la Biblia quiso que los bienes de la tierra fueran para todos. La propiedad privada, por tanto, es un derecho, pero su uso y las normas aplicables deben tener en cuenta este principio clave. Para Francisco, los bienes de la vida (tierra, techo y trabajo) deben estar al alcance de todos. Explica, que esto no es altruismo ni buena voluntad, sino que nace de la caridad y la justicia. Recuerda que los primeros padres de la Iglesia dejaron claro que dar a los pobres es devolverles lo que es de ellos, por que Dios quiso que los bienes de la tierra fueran de todos, sin excluir a nadie.
Finalmente, dos principios más que están interrelacionados: la solidaridad y la subsidiaridad. Para el Papa, la solidaridad reconoce nuestra interconexión: nos reconocemos en la relación con las demás criaturas, tenemos un deber hacia los otros y estamos llamados a participar en sociedad. Ello tiene implicaciones concretas: aceptar al extraño, perdonar las deudas, acoger a los discapacitados y trabajar para que los sueños y las esperanzas de los otros se conviertan en propios. Por su parte, la subsidiaridad, según Francisco, hace que no se tergiverse la idea de la solidaridad ya que implica reconocer y respetar la autonomía de los demás como sujetos capaces de su propio destino. Señala que los pobres no son objeto de nuestras buenas intenciones, sino sujetos de cambio. No solo actuamos para los pobres, lo hacemos con ellos.
Ahora bien, ¿cómo aplicamos estos criterios a las pequeñas y grandes decisiones que tomamos? Aquí comienza el momento del discernimiento que significa pensar nuestras decisiones y acciones no como un cálculo meramente racional, sino como estar atentos al Espíritu. Para ello, el Papa recuerda un principio clarificador: las ideas se discuten, pero la realidad se discierne.
El paso del discernimiento, según el Papa, ayuda a preguntar, entre otras cosas: ¿qué humaniza y qué deshumaniza? ¿Dónde se esconden las buenas noticias dentro de la sombría realidad, y dónde está el mal espíritu disfrazado de ángel de la luz? Discerniendo qué es y qué no es de Dios, comenzamos a reconocer dónde y cómo actuar. Explica, que la voz del enemigo nos distrae del presente y quiere que nos centremos en los miedos del futuro o en la tristeza del pasado. En cambio, la voz de Dios habla del presente, nos anima, nos hace avanzar en lo concreto. Lo que viene de Dios abre el horizonte, mientras que el enemigo lo cierra. Aprender a distinguir entre estas dos “voces”, señala Francisco, nos permite elegir el camino correcto hacia delante, que no es siempre el más evidente.
Saber discernir y elegir el sentido de la realidad, en un mundo dividido y en crisis, implica, según el Papa, elegir la fraternidad por encima del individualismo; posibilitar que las personas actúen como cuerpo, a pesar de las diferencias en los puntos de vista; respetar la pluralidad e invitar a todos a contribuir desde su particularidad, a la consecución de una cultura del encuentro y del cuidado. Verdaderos desafíos de la presente fase histórica.
(*) Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Universidad Santa Clara, CA). Profesor de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco, CA. Profesor jubilado de la UCA El Salvador; exdirector de radio universitaria YSUCA.
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