Por Sebastián Sansón Ferrari-SIGNIS Uruguay
Cuatro meses: es el período que duró la suspensión de las celebraciones con fieles. ¿Cuáles fueron los primeros desafíos para las confesiones cristianas? ¿Cómo se adaptaron personalmente los líderes religiosos y las comunidades? ¿Qué luz extraen de este tiempo?
Con estas inquietudes entrevisté al pastor Oscar Geymonat, de la Iglesia valdense; monseñor Daniel Genovesi, obispo de la Iglesia anglicana en Uruguay y al pastor Jerónimo Granados, de la Congregación Evangélica Alemana de Montevideo (CEAM: luteranos alemanes).
El 13 de marzo se confirmaron los primeros casos y se decretó el estado de emergencia sanitaria. Los valdenses estaban “en plenos preparativos de la tradicional Fiesta de la Cosecha, una de las actividades que no solo reúne a la comunidad, sino también a simpatizantes”.
Fue un impacto importante ya que quedaron paralizados: “La Iglesia vive en el encuentro entre personas. Por su etimología, remite a ese carácter de asamblea. Una Iglesia sin encuentro no existe. No habría cultos ni encuentros de los grupos: jóvenes, niños, mujeres, coro, nada”, señala Geymonat.
En estas circunstancias, sostener la unidad comunitaria era fundamental: con un equipo de iniciación cristiana empezaron a preparar materiales para niños y jóvenes, estudios bíblicos para adultos, a aprovechar y perfeccionar las redes de comunicación.
Debían ofrecer orientaciones claras desde la perspectiva pastoral que acompañaran las medidas adoptadas por el gobierno, pero, a la vez, “brindar elementos espirituales que pudieran ofrecer entre tanta saturación de información una visión donde vivir con cuidado y sin miedo, confiados en la Providencia y solidarios”, explica Genovesi.
Más allá de los cambios de los protocolos de distanciamiento físico, su mayor adaptación fue “la apertura al empleo más intenso de los diferentes medios de comunicación online. En las comunidades, el desafío de adaptación ha sido la aceptación de dejar algunas formas de expresión y encuentro y comenzar a buscar otras, llegando a más gente”.
En otras palabras, vino nuevo en odres nuevos. A su vez, el prelado considera que una mayor conciencia de vulnerabilidad nos hizo más humildes y aproximó diálogos entre personas e instituciones. “El Señor está haciendo algo nuevo: me pregunto si realmente estamos pudiendo notarlo y obrar en consecuencia”, reflexiona.
Para Geymonat, la gran interrogante era cómo reaccionaría la feligresía ante esta situación inédita: “Ahora puedo decir con cierta alegría que fue mejor de lo que esperábamos, con apoyo, preocupación, no se encerró cada uno en lo suyo, hubo muchas personas que llamaron para por lo menos preguntar qué podían hacer, cómo nos organizaríamos, aportaron ideas (algunas aplicables, otras no, pero valiosas, por lo que significó el interés y el sentido de pertenencia que quedó de manifiesto)”.
Retomaron los cultos dominicales y decidieron en el consistorio, que es el órgano directivo de la Iglesia local, continuar con los mensajes grabados, para potenciar el uso de estas herramientas auxiliares que complementan la presencialidad.
El pastor Granados recuerda la frase de un colega: “La Iglesia no se vació, se expandió”. La coyuntura permitió que más personas se integraran a las actividades virtuales (por ejemplo, a las sesiones de estudios bíblicos por Zoom).
A nivel personal, como sus homólogos, debió acostumbrarse a la nueva modalidad y fue muy activo con el envío de materiales por todos los medios posibles para comunicar la palabra de Dios: WhatsApp, Facebook, Youtube, entre otros.
Fue un proceso que implicó la suma de creatividad y paciencia. Granados espera que podamos volver pronto a la vida común, que la comunidad vuelva a fluir de manera presencial. Por ahora, si bien las celebraciones con público están autorizadas, su congregación decidió esperar un poco más para iniciarlas.
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