Por Adalid Contreras Baspineiro*
Cuando se lo envié para su lectura, el borrador del libro tenía como título “De la comunicación para el desarrollo a la comunicación para el vivir bien”. A su retorno, un nutrido equipaje de recomendaciones, empezaban por un nuevo título: “Sentipensamientos”. Tuve el privilegio de sus acertados aportes acompañados de sendos diálogos, que en su esencia planteaban el desafío de abordar el tema en perspectiva, convencido que necesitamos aproximarnos al pasado, pero no para refugiarnos nostálgicamente en él, sino para desestabilizar el presente, resignificándolo. Este presente, solía decir, es un tiempo incierto, de descaro capitalista que debe repensarse desde los andares ciudadanos.
En realidad, este diálogo fue la continuación de otros iniciados hacen más de dos décadas en los intermedios de los múltiples eventos académicos en los que coincidíamos. En una de esas ocasiones, por una razón que no sé explicar, salvo que me enganché en su trama, procuraba no perderme ni un solo capítulo de “Pedro el escamoso”. El local donde nos alojaron en una de las capitales de nuestro continente no contaba con televisores en las habitaciones. Había uno solo en un saloncito con chimenea. Allí me escabullí después de la cena sin poder explicarme a mí mismo por qué priorizaba la telenovela y no aquel delicioso coloquio con una docena de reconocidos colegas de la comunicología latinoamericana. Cuando llegué como a escondidas, en el saloncito el televisor mostraba las ocurrencias de Petercito Coral Tavera, seguidas por un atento espectador que disfrutaba las imágenes y los giros lingüísticos vivenciando su experiencia del escalofrío epistemológico.
Me dijo que si no seguía el hilo de la telenovela sin vivirla, no tendría autoridad para seguir desentrañando con sus estudiantes los enlaces de la cultura popular. Yo, por mi parte, no tenía más explicación-pretexto que entender los vericuetos de la vida cotidiana. Pasados los años, recordamos ambos con especial aprecio esta coincidencia que consolidó una amistad hecha de diálogos asimétricos, porque para mí más que intercambios fueron aprendizajes tanto de su sabiduría que brotaba a borbotones, como de su trato siempre fraternal. Jesús Martín Barbero ha sido un inigualable maestro–amigo, con cuyo pensamiento sigo dialogando.
Me recomendó profundizar reflexiones sobre los caminos de la comunidad y de la convivencia, definidos por él como los andares por hacerse con fugas hacia adelante construyendo sentidos en las prácticas de solidaridad de una cultura común, paradójicamente asentada en una polifonía de voces plurales. Jesús Martín Barbero afirmaba que la vida en armonía empieza en formas individuales y colectivas de reconciliación que no tienen sentido sin el ejercicio de un perdón que no es una categoría religiosa sino social, que se aprehende dialogando, añadimos: sentipensando. En su pensamiento, la reconciliación tiene como base material y virtual la justicia no vengativa, que permite la convivencia para superar los odios y los miedos no sólo en las racionalidades y las normatividades sino también en las pasiones, los sentimientos, la memoria y sus huellas.
En un trascendental diálogo que sostiene con William Fernando Torres acerca de la guerra, las memorias y la convivencia, dice que hay que perderle el miedo a decir las cosas por su nombre para entenderlas y explicarlas. Para ello considera necesario fomentar una gramática que exprese la vida y no aquella que oculta la realidad y empobrece la expresividad y la creatividad hasta tallar sociedades mudas que consagran el blablablá de los políticos y el silencio de los guerreros. No se puede silenciar ni fragmentar el discurso crítico, y menos aún en sociedades polarizadas, dice Jesús Martín Barbero. De lo que se trata es de superar las radicalidades que hacen inaudibles para otros las voces de unos.
En su análisis es fundamental la consideración de la memoria para superar las condiciones de países con amnesia. En este sentido afirma que el pasado no está formado sólo por hechos ya pasados, sino también por tensiones irresueltas que presionan sobre el presente y hacen inviable el olvido, y el futuro. En este sentido, temas como la discriminación étnica o la violencia tienen el deber de la memoria, para recomponer las desgarraduras del tejido social con dignidad y labrar los horizontes con esperanza.
Dice Jesús Martín Barbero que si el pasado no está constituido sólo por lo ya hecho, sino también por lo que está por hacerse, hay que sacarle de su letargo a la actualidad que se ha normalizado en la polarización. Se trata de redimir la historia promoviendo el re-conocimiento y re-imaginando el futuro en las dimensiones del afecto (amor y amistad), jurídica (igualdad de derechos) y la de la estima social (solidaridad, reciprocidad)
Jesús Martín Barbero ha adelantado su partida dejándonos mediaciones de amistad y desafíos vitales, como hacer memoria para germinar las semillas de esperanza que portan los desesperanzados.
* Sociólogo y comunicólogo boliviano, exsecretario ejecutivo de la Organzación Católica Latinoamericana y Caribeña de Comunicación (hoy SIGNIS ALC).