Los saludo con afecto fraterno y deseo para ustedes lo mejor.
Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre “Maravilla de Consejero”, “Dios Fuerte”, “Siempre Padre”, “Príncipe de Paz”. (Is 9,5)
Los saludo con afecto fraterno y deseo para ustedes lo mejor, en esta renovación en nuestra historia, por medio de la celebración del misterio de la Navidad, de la venida del Hijo de Dios al mundo, en nuestra condición humana, nacido de la Santísima Virgen María.
Un niño nos ha nacido
Al contemplar el pesebre de Belén, vienen a nuestra mente y a nuestro corazón todas las cosas que se dijeron de este niño a lo largo de la historia del pueblo de Israel. Es el descendiente de Judá, a quien pertenece el cetro y el bastón de mando, a quien rendirían homenaje todos los pueblos (Cf. Gn 48,10); Balám, viendo al pueblo hebreo que peregrinaba desde Egipto hasta la tierra prometida, contempló el cetro y la estrella que se levantaba de ese pueblo, no para ese momento, sino para muchos años después (Cf. Lv 17,24); es el profeta anunciado por Moisés (Cf. Dt 18,15); el descendiente prometido a David a través del profeta Natán, que sería un Rey eterno (Cf. 2 Sam 7,12-13); es el Emmanuel -Dios con nosotros- que debería nacer de una Virgen (Cf. Is 7,14); es el descendiente de David, que reinaría como rey prudente, haría justicia, ejercería el derecho en la tierra, y sería llamado “el-Señor-nuestra-justicia” (Cf. Jer 23,5); es el Hijo del Altísimo, el Santo, el Hijo de Dios, como lo aseguró el ángel Gabriel a María (Cf. Lc 1,32-35); Él viene a hacer posible una historia de paz para su pueblo, sin opresiones e injusticias, como lo proclamó María en su cántico, ante su pariente Isabel (Cf. Lc 1,46-55); Él es la luz de las naciones, como lo dijo el anciano Simeón ante María y José, cuando lo presentaron en el templo de Jerusalén (Cf. Lc 2,31-32).
Es la alegría de los pobres
Para comprender plenamente la alegría que significaba para los pobres la venida al mundo de Jesús, el Mesías, hay que saber quienes eran los “anawim” en Israel. Eran un grupo social bien identificado. Se trataba de las personas más pobres, los que vivían afligidos, los que no contaban para nadie; los que prácticamente no existían para quienes asumían las decisiones políticas, económicas y religiosas en Israel. Los anawim eran un número muy grande en el tiempo en que nació Jesús, debido a que Judea estaba bajo el dominio del Imperio Romano, con todas las consecuencias de empobrecimiento y sujeción que esto traía para los habitantes de esa nación. La única esperanza para ellos consistía en una intervención divina a su favor, misma que tenían depositada en la llegada del Mesías.
Esto explica las expresiones de esperanza que brotaron del corazón de Isabel ante María: “¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Y el cántico de María ante Isabel: “…Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava… el poderoso ha hecho obras grandes por mí… Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón… enaltece a los humildes… a los hambrientos los colma de bienes… Auxilia a Israel su siervo…” (Lc 1,46-48.49;51-53.54).;. Expresiones parecidas encontramos en boca de Zacarías el día que se destrabó su lengua, durante la ceremonia de circuncisión de Juan el Bautista: “Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo… Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian… Para concedernos que libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia en su presencia todos nuestros días…” (Lc 1,68.7173-75). Lo mismo podemos decir de la alegría del anciano Simeón en el templo, cuando toma a Jesús en sus brazos: “Ahora Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque mis ojos han visto a tu salvador…” (Lc 2,29-30). Todos estos personajes, incluyendo a José el esposo de María y a los pastores de Belén, pertenecían al grupo social de los “anawim”.
Es nuestra esperanza
La esperanza de los pobres se apoyaba en todo lo que dijeron los profetas acerca de la obra que vendría a realizar el Mesías, cuya finalidad principalísima consistiría en la implantación del derecho y la justicia en la tierra, lo que aliviaría las pesadas cargas que recaían sobre ellos, los más pequeños de la sociedad. En efecto, los profetas describieron al Mesías como el Rey justo por excelencia, que reinaría en la tierra con justicia, haciendo que los grandes gobernaran con rectitud (Cf. Is 32,1); sustentaría todo su mandato en el derecho y la justicia (Cf. Is 9,7), y se desempeñaría como defensor de los humildes (Cf. Is 3,14-15), haciendo justicia al pobre y afligido, delante de sus opresores (Cf. Sal 71, 4.12-14). Su causa iría más allá de los límites de Israel, pues, establecería la justicia entre las naciones (Cf. Is 42,1) y de ella brotaría una paz sin límites de espacio y de tiempo (Cf. Is 32, 17-18).
Jesús no defraudó las esperanzas de los pobres, San Lucas nos transmite en su Evangelio que al inicio de su vida pública, en la sinagoga de Nazaret, le tocó leer el texto del profeta Isaías que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”; al terminar devolvió el libro al Jefe de la Sinagoga y dijo: “Hoy se ha cumplido ante ustedes esta profecía” y (Lc 4,18-21; Cf. Is 61,1-2). Él anunciaba así las principales características de su actividad salvadora en el mundo. El discurso de las Bienaventuranzas que el Evangelio de San Mateo nos transmite como discurso inaugural de Jesús, se dirige en primer lugar a los “anawim”, los pobres en su espíritu, los afligidos, los que tienen hambre y sed de justicia, los humildes y desprotegidos (Cf. Mt 5,3-6), asegurándoles que sus esperanzas quedarían colmadas.
Tanto en Lucas como en Mateo, los anawim son convocados, no solamente como receptores pasivos del Evangelio, sino como actores y colaboradores activos de él. El texto del profeta Isaías que Jesús leyó en la Sinagoga de Nazaret, refiriéndose a los oprimidos y marginados que Dios rescata de su situación miserable, dice: “Se les llamará robles de justicia, plantación del Señor para manifestar su gloria. Edificarán las ruinas seculares, los lugares de antiguo desolados levantarán, y restaurarán las ciudades en ruinas, los lugares por siempre desolados. Porque, como una tierra hace germinar plantas y como un huerto produce su simiente, así el Señor Dios hace germinar la justicia y la alabanza en presencia de todas las naciones” (Is 61, 3-4.11). Por igual, en el discurso de las Bienaventuranzas del Evangelio de San Mateo, los pequeños a quienes Jesús habla, son también convocados a ser sujetos activos de la misericordia, de la paz y de la justicia que la hace posible, y son invitados a asumir las causas de Jesús, no obstante las persecuciones que por esta razón deban de sufrir (Cf. Mt 5,7. 9-12).
El Rey justo y su Reino
Este Rey justo que anunciaron los profetas, viene a construir su Reino con la participación activa de los pobres y pequeños, a quienes de manera privilegiada el Padre de los Cielos ha revelado los secretos del Reino: “Yo te bendigo Padre -dijo en una ocasión Jesús- porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños…” (Mt 11,25). Los sabios e inteligentes, que Jesús contrapone con los pequeños, son aquellos de los que decía Isaías “¡Ay, de los sabios a sus propios ojos, y para sí mismos discretos! Los que absuelven al malo por soborno y quitan al justo su derecho” (Is 5,21.23). Y a los que se refirió Jeremías cuando dijo: “Criaturas necias son, carecen de talento. Sabios son para lo malo, ignorantes para el bien” (Jr 4,22). Pero a éstos últimos también Jesús los invita a reconsiderar su vida y hacerse discípulos de su Reino: “Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso. Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,28-29).
En el Evangelio encontramos diversas invitaciones, explícitas e implícitas que Jesús hizo a distintas personas a ingresar en su Reino, y también explicó en distintas ocasiones la manera como viven los discípulos del Reino de Dios. En cuanto a lo primero: al joven rico lo invitó a vender todos sus bienes, a repartirlos entre los pobres y venir con Él a anunciar el Reino (Cf. Mt 19,16-21); a Nicodemo le habló de la necesidad de un nuevo nacimiento de lo alto, por el agua y el Espíritu, para ingresar en el Reino de Dios (Jn 3,3-8); a Zaqueo el publicano lo conmovió, entrando a su casa a comer con él, éste prometió devolver cuatro veces más a quien hubiera defraudado y entregar la mitad de sus bienes a los pobres. Jesús se alegró de su reacción positiva y dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también este es hijo de Abraham” (Cf. Lc 19, 1-10); al mismo Pilato Jesús le ofreció la oportunidad de salirse de la trampa en la que lo metieron los sumos sacerdotes, cuando le dijo abiertamente que Él efectivamente era Rey, que había venido para ser testigo de la verdad y que todos los que eran de la verdad, escuchaban su voz, es decir, comprendían su mensaje (Cf. Jn 18,37). Como Pilato estaba al servicio del reino de la mentira, prefirió quedarse ahí.
En cuanto a la manera en que viven los discípulos del Reino: Jesús declaró que está en la verdad quien entiende y acoge su palabra, y que todos los que la cumplen llegan a gozar de la verdadera libertad (Cf. Jn 8,31-32), de modo que en el Reino de Jesús se vive en la verdad y en la libertad; también advirtió que no se podía servir a Dios y al dinero (Cf. Mt 6,34 ) e irónicamente dijo que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja, que un rico entrara al Reino de los cielos (Cf. Mt 19,24). Con estas enseñanzas Jesús dejo bien claro que en el Reino de Dios no se puede vivir con los criterios que justifican la desigualdad social, ni es válida la acumulación de bienes y oportunidades de crecimiento de unos, a costa del empobrecimiento y el subdesarrollo de otros, porque en su Reino se practican la justicia y la equidad, y se valora la dignidad de cada persona (Cf. Lc 16,9-13; 19-31). En este sentido también Jesús les enseñó a sus discípulos que el ejercicio de la autoridad en el Reino, se realiza a partir del ejemplo de servicio que Él mismo dio, porque Él no vino a ser servido, sino a servir (Cf. Mt 20,26-28), y que por lo tanto, en el Reino, no se entiende la autoridad como poder despótico que oprime y esclaviza (Cf. Lc 22,25), sino como un servicio que nace del amor y que promueve a las personas y a la comunidad en su conjunto (Cf. Jn 15,12-13).
Nos ofrece la vida Plena
La contemplación de la persona de Cristo en el Portal de Belén, ha sido el punto de partida de esta reflexión. Dirijamos ahora nuestra mirada a las consecuencias que trae para la historia de la humanidad la presencia del Hijo de Dios que ha nacido en Belén de la Virgen María. Tales consecuencias ya fueron anunciadas por el Himno que los ángeles entonaron ante los pastores: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace” (Lc 2,14). Quisiera que comprendamos la presencia de Jesús entre nosotros en estos momentos de la historia de los habitantes de Coahuila y del pueblo mexicano al que pertenecemos como entidad federativa. Considero que para lograr nuestro propósito, un medio excelente es el `Documento de Aparecida, que es el Documento Conclusivo de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizada por convocación del Papa Benedicto XVI, en Aparecida Brasil, durante el mes de mayo de 2007. En la Tercera Parte del Documento, que se refiere a la actividad misionera de la Iglesia en este Continente, particularmente en el Capítulo 8, abordan los obispos el tema del Reino de Dios, y lo enfocan desde el aspecto de la promoción humana que debe propiciar la tarea evangelizadora de la Iglesia en el mundo. Precisamente el título de dicho Capítulo es: “Reino de Dios y promoción de la Dignidad Humana”. En él los obispos se refieren a la justicia social y la caridad cristiana, a la dignidad humana, a la opción preferencial por los pobres y excluidos que debe realizar la Iglesia, a la realización de una pastoral social que conduzca a una promoción humana integral, a la responsabilidad de promover la globalización de la solidaridad y de la justicia internacional. Nos piden que pongamos atención en los rostros sufrientes, que son los del mismo Cristo, que nos duelen: concretamente se refieren a las personas que viven en la calle en las grandes urbes, a los migrantes, a los enfermos, a los adictos dependientes y a los detenidos en las cárceles, como ejemplos de otros muchos rostros, frente a los cuales nos encontramos a diario en la sociedad latinoamericana.
La reflexión de este Capítulo 8 la complementan, en primer lugar, el Capítulo 7, que habla de la Misión de la Iglesia al Servicio de la Vida Plena y, después, los Capítulos 9 y 10. Estos últimos se refieren a la persona, a la Familia, a la vida y a la cultura. Todos forman en su integridad la Tercera Parte del Documento Conclusivo. La temática de ellos toca aspectos fundamentales de la vida personal y social del ser humano, que los obispos latinoamericanos consideran deben ser asumidos y atendidos en la actividad evangelizadora de la Iglesia, pues “Jesucristo -dicen ellos- es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida y de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza… inquietudes que están arraigadas en el corazón de toda persona y que laten en lo más humano de la cultura de los pueblos” (Aparecida, Documento Conclusivo, n. 380).
Lo que aprendemos de Él esta Navidad
Repasar detenidamente las enseñanzas que nos dejan estos días de Navidad, el ejemplo de humildad de Jesús, su actitud ante los pobres y pequeños a lo largo de su vida, actitud que mantuvo en el mismo tono de servicio amoroso al Padre y a nosotros los seres humanos, a los que Él se hermanó, al hacerse uno de nosotros en el misterio de la Encarnación. Admirar su cercanía y apertura a todos y todas, para atraerles a ese modo de vivir que Él predicó con su palabra y ejemplo, con sus opciones, sus valores y sus riesgos; escuchar nuevamente su llamado a hacer de este mundo el espacio espiritual y físico, en donde se viven las actitudes personales y relaciones comunitarias, que constituyen un modelo válido para las sociedades pequeñas y grandes, para los pueblos y para la convivencia entre las naciones, modelo que Jesús predicó con el término sencillo de Reino de Dios o Reino de los Cielos.
Recordar y meditar en esta Navidad su mensaje de amor y de paz, y guardarlo en nuestro corazón como lo hacía María (Cf. Lc 2,19; 2,51), nos pone en condiciones de recibirlo a Él en nuestros corazones y en la sociedad entera, y emprender juntos el camino que Él mismo recorrió aquí en la tierra, marcado por la obediencia a su Padre Celestial; el amor hasta la entrega de la propia vida por los demás; la misericordia con los pobres y los pecadores; la justicia como fundamento de la construcción de una paz verdadera y perdurable y el apego a la verdad que garantiza la auténtica libertad, en el respeto a la dignidad que Dios le da a cada hombre y a cada mujer que vienen a este mundo. Al meditar en el modelo de vida con el que Él se condujo a su paso por este mundo, se vuelven mucho más comprensibles las palabras con las que Él nos invita a salir del egoísmo que nos agobia y nos cansa, y a tomar sobre nosotros el yugo suave y la carga ligera del amor que nos pone al servicio de la paz, de la justicia, de la verdad y de la libertad: “Vengan a mí los que están fatigados y agobiados y yo les daré descanso… aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y hallarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,28-29).
Lo que nos agobia y nos duele
Delante de Jesucristo veamos lo que nos agobia en estos momentos en México y, por lo tanto, en Coahuila, para buscar por medio de Él una salida, asumiendo su yugo suave y su carga ligera. Las estructuras económicas y políticas de una nación, cuando están marcadas por el egoísmo y no por el servicio, se ponen al servicio de intereses contrarios a la razón por la que existen. Tenemos en el mundo casos de países cuyas estructuras de Estado se han puesto al servicio de quien las corrompe con dinero y han dejado al pueblo a merced de los grupos violentos. El egoísmo lleva a entender el quehacer político como fuente de poder y riqueza y a borrar el espíritu de servicio en la mente y en el corazón de quienes ostenten un cargo público, buscando solamente su provecho personal. Personas así abren la puerta a la corrupción en el ambiente político. Cuando el egoísmo adquiere forma de cultura política, son muchas las personas que se dejan corromper, lo que llega a pervertir de manera muy grande el fin para el que las instituciones políticas existen, que es el bien de la comunidad social y la preservación del Estado de Derecho, garantizando de esta manera la seguridad de la vida y de los bienes de los ciudadanos.
Desgraciadamente, en México y en Coahuila son alarmantes los grados de descomposición social provocados por miembros de la delincuencia organizada, esto lo sabemos porque ellos mismos así se ostentan ante la sociedad cuando cometen sus fechorías, el tipo de armas y vehículos que utilizan, sus modos de actuar y de proceder con sus víctimas están ya muy tipificados. También conocemos esto por las ramas de las mafias que son desarticuladas, con las detenciones de personas, la confiscación de armamento y de cargamentos o almacenamientos de drogas. El crecimiento de la violencia, el alto grado de impunidad en el que se realizan la gran cantidad de actos criminales en el país y los datos que nos proporcionan los medios de comunicación, acerca de funcionarios públicos coludidos en el crimen organizado, indican que una parte importante de nuestras estructuras políticas y de justicia están al servicio de este tipo de delincuencia, que corrompe a las personas que están dentro de ellas, para propiciar la impunidad. La tentación de la ciudadanía, sobre todo en el ambiente empresarial, es formar sus propios grupos armados, que los defiendan de quien no lo está haciendo el Estado. Sería un error muy grave. Personalmente tengo la experiencia de los grupos paramilitares en Chiapas, que no han sido otra cosa que asesinos a sueldo, fuera de todo marco legal, que incrementaron la violencia y la inseguridad en la región.
Jesús, camino seguro a la Paz
Jesús, dijo que el Reino de Dios está ya en medio de nosotros (*****), porque vino a iniciarlo en esta tierra. Él mismo con su palabra, con su ejemplo y con la luz y la fortaleza de su vida divina, que nos comunica por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros, nos hace colaboradoras y colaboradores activos, para hacer de la sociedad el espacio humano donde se viva según Dios quiere. Por eso nos recuerda constantemente que somos la sal de la tierra y la luz del mundo, para ser fermento de una nueva sociedad, de los cielos nuevos y la tierra nueva donde habita la justicia (*****). Muchas personas de buena voluntad, aún sin ser cristianas, comparten con los discípulos de Cristo los anhelos por una sociedad justa y solidaria, donde se viva con paz y seguridad. Iluminados por las enseñanzas de Jesús que hemos profundizado esta Navidad, y guiados por la reflexión que la Iglesia realiza desde esa misma Palabra y propone en su Magisterio, como lo hicieron los obispos reunidos en Aparecida, Brasil, para animarnos a asumir nuestra responsabilidad en los distintos momentos de la historia, como el que hoy vivimos en México y Coahuila, con mucha humildad, pero también con mucha firmeza, nos atrevemos a decir:
Frenar el clima de violencia propiciado por el crimen organizado está en manos del Estado Mexicano, con la intervención de sus tres niveles, federal, estatal y municipal. Para ello se debe frenar decididamente la corrupción y romper el círculo vicioso de la impunidad, que propician sus estructuras políticas y jurídicas, corroídas por las complicidad con el crimen. El camino de solución a este problema va por el fortalecimiento de nuestras Instituciones y deben comprometerse a ello los tres Poderes de la Unión, y los correspondientes poderes en cada estado de la República. Para frenar la corrupción y la impunidad, tienen un papel muy importante los Partidos Políticos, pues la infiltración del ambiente político, tiene como una de sus vías el financiamiento de las campañas electorales. En una palabra, es posible alcanzar la paz y recobrar la seguridad en México. Para ello es necesario colocar a la política dentro del marco ético que le corresponde; esto dará a los funcionarios públicos la suficiente autoridad moral ante la ciudadanía, sin cuya colaboración es imposible vencer al crimen organizado.
Es evidente que la pacificación del país y la superación de la problemática de la delincuencia organizada, no se realizará sin la participación de toda la sociedad. La Iglesia, las instituciones educativas, los medios de comunicación social, los empresarios, las instituciones financieras, los organismos de la sociedad civil, con sus distintas áreas de influencia, las y los defensores de los derechos humanos, los sindicatos, las organizaciones campesinas y obreras, las familias, las comunidades de vecinos, etc., todos los sectores sociales tenemos la grave responsabilidad de hacernos presentes ante las autoridades, para exigirles que cese la impunidad y la corrupción, principales causas de esta situación. Al mismo tiempo debemos trabajar por una cultura de la vida y de la legalidad, en un contexto de respeto a la dignidad humana y a sus derechos fundamentales. Tenemos que pugnar por un México más justo, con equidad y justicia social, pues no podemos negar que la violencia ha crecido en la sociedad mexicana, conforme han disminuido las políticas públicas que deberían propiciar un desarrollo sustentable en el país, esto se hace más urgente ante la crisis económica mundial.
El nacimiento de Jesús nos da la esperanza cierta de que para México y Coahuila es posible la paz. Él nos ha indicado el camino y nos ha dado su Espíritu, que nos impulsa a construirla día con día. Con esta confianza y lleno de ánimo por este futuro mejor que nos ofrece Jesús, el Príncipe de la Paz, envío para todas y todos ustedes mi saludo y felicitación de Navidad, lleno de grande afecto y gratitud. Que María Santísima abra nuestro corazón al amor, la fuerza incontenible que a ella la mantuvo junto a su Hijo, desde el Pesebre hasta la Cruz, y la asoció a la Gloria de su Resurrección, para que también nosotros perseveremos en la misión que Él nos confía en estos momentos de la historia.
Saltillo, Coahuila, diciembre de 2008
*Fr. Raúl Vera López, O.P., Obispo de Saltillo, Coahuila, México
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