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Estuve preso, por mí oraron

Brigitte Rios Fuentes* (EVARED) – Domingo previo a las elecciones presidenciales en nuestro país, 07:00 am, se lee en periódicos “Seremos severos con la delincuencia”, “Radicalizaremos las penas” y pienso que esta inseguridad es realmente un problema, pero no porque haya delincuentes matando en las calles o pocos policías para defendernos.

09:00 am, es hora de ingresar. La ciudad y sus preocupaciones por librarse, a como dé lugar, de quienes pueden afectar su patrimonio e integridad quedará tras esa garita de seguridad, tras ese primer control de identidad, tras esa minuciosa revisión física y tras el sinfín de puertas, rejas, candados y pasadizos de un laberinto que te depositará en el centro de todo aquello que la sociedad desplazó: pabellón C – Penal de varones de Socabaya, Arequipa.

Observas alrededor: paredes corroídas, celdas repletas, pasillos sucios, unos cuantos duermen ahí sobre el suelo, la bulla es ensordecedora y los olores pueden llegar a ser nauseabundos. Necesitas aire y tu mente piensa en un patio, míralo, aglomeración de personas y cosas. Es como un mercadillo. Ruido, música, te miran con desconfianza, muchos otros también hicieron de los pisos de ese patio su cama (a la intemperie, bajo el sol, con frío o lluvia), es imposible caminar sin rozar a alguien y de repente necesitas agua, miras alrededor y no encuentras una posibilidad donde saciar tu sed. A lo lejos ves a un joven pelando cuidadosamente una cebolla, no le encuentras sentido hasta que se la lleva a la boca cual si fuera una manzana.

Pensar en la cárcel es sobre todo decirse a uno mismo: “Si yo no estoy aquí, como él o aquél, es por gracia de Dios. Él que nos hizo a imagen y semejanza suya, nos hizo libres y dignos, y esas dos palabras hacen eco en nuestro corazón: Libres y dignos. Libres. Dignos”.

Muchas veces juzgamos con rapidez y condenamos a las personas, no nos detenemos a descubrir las circunstancias, razones o situaciones que pudieron haberlos llevado a cometer un delito. Para un cristiano visitar a los presos no debería ser un simple hecho filantrópico: “Brindo ayuda a esta pobre alma pecadora”, beneficencia habitual que tranquiliza el alma: “Hice esto, puedo dormir tranquilo”, y nos olvidamos de la promoción que inquieta el alma: “Tengo que hacer más, se necesita esto allá”, la sana inquietud del Espíritu Santo.

Tampoco es un simple acto de justicia donde, conscientes de la responsabilidad social de haber enmudecido y permitido hermanos mal comidos, mal educados, a los que la propia sociedad ha excluido para también castigarlos, se cree humanamente justo indemnizarlos, olvidándonos que para un cristiano visitar a un preso es darle vida a las enseñanzas de Cristo: “Estuve en la cárcel y me visitaron” (Mt. 25,36), es un hermoso acto de misericordia que nos invita a entregar el corazón para dejarse afectar por el dolor de nuestro hermano.

Es la misericordia y el perdón de Dios que van mucho más allá de lo que nosotros conocemos como justicia. No se quiere restar valor a la justicia, por el contrario, el Señor la envuelve y magnifica en una experiencia de amor no solo para su hijo libre, también para su hijo prisionero de esta cárcel física.

Tocar con la mano las heridas del Señor en la pobreza de los hombres de nuestro tiempo es una de las mejores medicinas para una enfermedad que nos golpea mucho: la indiferencia. Las prisiones son generalmente infraestructuras frías, nocivas, deprimentes, llenas de violencia y peligros para los reclusos. Está comprobado que corrompen aún más el corazón humano, lo endurecen y se hace casi imposible rehabilitarlo, pero es aquí donde el milagro de Dios se hace vida.

La visita de sus familiares y amigos es importante, pero la visita de cristianos comprometidos que les acerquen a Dios tiene otra dimensión. Sobre todo necesitan de nuestras oraciones por su seguridad, salud y ánimo; que los reclusos experimenten la bendición de ser llamados por Dios a entender su destino, a establecer un diálogo con su creador, que atentos a su respuesta se puedan arrepentir y reconciliar, que hallen paz interior acompañada de libertad espiritual. Oremos por quienes Dios está llamando para que sepan contestar a este llamado de fe y justicia.

* Coordinadora Regional CVX Jóvenes – Arequipa. Agente de la Pastoral de Cárceles del Arzobispado de Arequipa.

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