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Mi verdad, válida pero imperfecta

Paulo Valencia, SJ (*).- Las últimas elecciones en nuestro país han puesto en evidencia uno de los complejos que no terminamos de superar como sociedad, quizá el más llamativo y preocupante por la división y violencia que puede generar. Se trata del miedo que provoca lo diferente, lo distinto o ajeno respecto a mi persona o grupo de pertenencia. Todo lo que no encaja dentro de “mi” verdad, “mis” principios, “mis” costumbres o “mis” ideas son objeto –o sujeto– de desconfianza por la aparente amenaza que puedan presentar sobre mi espacio. Aquello distinto que pueda vulnerar mi ambiente de control y tranquilidad, todo lo que atente contra mi seguridad, gusto o comodidad, debe ser puesto en desconfianza y bajo sospecha.

Esta situación lleva a pensar que hemos caído en un estado de auto-referencia en donde yo soy el centro de todo, y cuando se aproxima algo nuevo –distinto y diferente– con el fin de descentrarme, se tiende a tomar una actitud defensiva. Me aferro a lo que da seguridad y pierdo la capacidad de abrirme a un espacio de mayor perspectiva y horizonte. Cierro toda acción que contribuya a renovar una experiencia de vida inclinada a desplegarse creativamente, en donde la interacción con aquello que es nuevo y diferente permite ampliar la comprensión –racional y afectiva– de la realidad. Bloqueo la dinámica de entrar positivamente, mirar la realidad en toda su complejidad y diversidad, para encontrar nuevas respuestas a aquello que frena o disminuya la búsqueda del Bien común que humaniza cada vez más nuestra sociedad.

Estamos frente a un estilo de vida rígido y cerrado sobre sí mismo que, como hemos podido ver en este tiempo electoral, saca lo peor de nosotros. Conduce a la cerrazón que bloquea la capacidad de comprender y experimentar lo que el otro vive y siente; promueve la ofensa y la calumnia, que dañan la dignidad y el respeto por el otro; fomenta la violencia que simplifica y deforma burdamente el deseo genuino por entrar en una escucha y diálogo abierto para comprender desde una perspectiva nueva y válida que enriquezca mi parcial y “relativa” verdad. Son reacciones que surgen por el aparente miedo a ser “atacado”, y que mantienen a la persona bajo una defensa cerrada e infértil de lo que supuestamente es “seguro”.

Constatar esta dinámica permite invertir su situación y considerarla como oportunidad para renovar nuestra capacidad de sorpresa. No es posible que este aparente temor o miedo, que sacó lo peor de cada uno en este tiempo electoral, se quede como simple anécdota y no despierte en nosotros el deseo de analizar y reflexionar el hecho y, por qué no, tomar en serio una capacidad genuinamente humana: la actitud de ver siempre con ojos nuevos al mundo, ojos de sorpresa, porque en todo momento hay algo novedoso o inédito que enriquece y amplía el ángulo con el que suelo mirar o abordar la realidad, siempre mayor y complementaria a mi verdad parcial.

Las experiencias más valiosas, por el crecimiento y apertura que se pueden llegar a tener, son precisamente aquellas que se muestran diferentes –e incluso contrarias– a mi propio ángulo de mirada. Gracias a la diversidad y complejidad de la realidad puedo contrastar y discernir sobre aquello que motiva más hondamente mi existencia; reconocer aquello que humaniza más al mundo. Mi verdad es válida pero imperfecta porque es insuficiente. Por eso, el motor y seguridad en la vida no está en la verdad misma, sino la capacidad que generamos para abrirnos progresivamente a una Verdad que se muestra mayor y enriquecedora. La clave está en la estrategia de ampliar mi pequeña verdad a nuevos ángulos que sorprendan y posibiliten la forma de renovar y agrandar la comprensión –intelectual y afectiva– de la vida, que se revela siempre diversa y positiva a mi pequeño mundo.

El miedo o temor que genera lo ajeno y diferente no tiene que ser motivo de encierro, sino posibilidad para potenciar la capacidad de dejarme sorprender por nuevas formas de acercamiento a la Verdad que, en efecto, es mía también, pero desde un pequeño lado, y necesita seguir abriéndose para ser más humana y, por ende, más “verdadera”.

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* Coordinador de la Comisión de Pastoral Juvenil y Vocacional de los jesuitas. Vive en Trujillo.

Compartido por Diario La República

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