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Utopía y proyecto político hoy

Cecilia Tovar*.- Se dice que ya no hay ilusión, que no hay utopía porque no se cree como en los años 70 que “la revolución está a la vuelta de la esquina”. Es cierto que entonces, para muchos, esa era una fuerza movilizadora. Pero ¿la pérdida de la ilusión significa la pérdida de la utopía entendida como posibilidad de una sociedad mejor? No necesariamente. La ilusión se perdió porque no era real, la revolución no estaba a la vuelta de la esquina, ni lo estará probablemente en el futuro.

No habrá un cambio rápido ni violento que ocurrirá necesariamente, sino que los cambios se van produciendo gradualmente, a velocidades distintas, a veces más rápido, otras más lentamente, y tienen mucho que ver con la toma de conciencia de la realidad, pero sobre todo con la acción, es decir, con los aprendizajes que van resultando de los procesos históricos, como dice Jürgen Habermas, y que son asimilados por sectores significativos de la población.

Entonces ¿desde dónde puede surgir la utopía? Desde la indignación con la realidad actual, esta una motivación ética fundamental: la indignación contra todo lo que es inhumano o deshumanizante es la que empuja a buscar una sociedad mejor. Como dijo Aristóteles, tanto la ética como la política son filosofía práctica, es decir que trata de aquello que es pero que puede ser de otra manera, dependiendo de nuestra acción.

La indignación ética ha sido el motor de muchos cambios en la historia, y el reto es vincular la ética con la política, de modo que esa indignación -fuente de utopía- se traduzca en un proyecto político capaz de orientar nuestra acción política, una acción que no se detiene ante los fracasos, sino que continúa luchando de la mejor manera posible. En la Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez se plantea que la relación entre fe y política no se da al nivel de las ideologías sino a través de las utopías, a las que de hecho el cristianismo ha contribuido históricamente, y a las que sigue aportando hoy una esperanza que no se resigna ni se desanima ante el mal en la sociedad.

Estamos en un momento mundial en el que por primera vez desde la caída del muro y de los regímenes del Este Europeo y la hegemonía incontestada del capitalismo, se critican elementos centrales del modelo neoliberal a partir de la crisis mundial que aún persiste y que ha generado movimientos de protesta en muchos lugares. El Perú es uno de los países donde ese modelo es más hegemónico y dogmático. La gente confía más en su propio esfuerzo para salir adelante que en las políticas públicas, porque la convicción generalizada es que se gobierna para los ricos.

Aunque se ha reducido la pobreza significativamente, lo que es un gran logro, las brechas han aumentado en nuestra sociedad -ya tan desigual- hasta hacerse abismales, como reconoce el propio Fondo Monetario Internacional, lo que socava los lazos sociales, tan tenues ya en una sociedad tan marcada por el racismo y la discriminación, que son muy sentidos por las grandes mayorías. Además, la informalidad de casi dos tercios de los trabajadores lleva a una mentalidad más individualista, a una dificultad de organizarse, a una desconfianza del Estado, evasión de impuestos y rechazo de políticas de formalización que les impliquen mayores gastos, e incluso tolerancia o participación en redes de corrupción y economía ilegal.

Sin embargo, aquí también hay protestas de los pueblos nativos contra un modo de explotación de los recursos naturales por las empresas privadas transnacionales que genera grandes daños a su vida, por la contaminación ambiental; también protestas de los jóvenes contra la reducción de sus derechos laborales. Y, sobre todo, una cierta pérdida de confianza en que este modelo es capaz de traer progreso y bienestar para todos.

Además, ese estado de ánimo ha tenido una expresión política en las últimas elecciones a través del voto por candidatos que cuestionan el neoliberalismo; aunque no se puede decir que todos sus votantes tengan una posición crítica ante el modelo, existe por primera vez, después de muchos años, una representación política que puede recoger esas demandas.

* Filósofa. Investigadora y miembro del Instituto Bartolomé de las Casas.

Compartido por Diario La República

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