Ze Everaldo Vicentello*.- Me estremeció una mujer que dio la vida a 13 hijos y vivió para contarla con su esposo. Me estremeció una mujer, 67años, 6 vacas, 30 litros de leche al día, queso artesanal, sola en casa a 0º C y a más de 3400 msnm en Parinacochas.
Me estremeció una mujer y su hijo con discapacidad, bajando y subiendo a diario de la zona “Z” a la “A” en Huaycán, a la casa de los “Niños Especiales de Jesús”, buscando aliento, una mano, un abrazo.
Me estremeció una mujer kokama, líder comunitaria, quejándose que las ONGs muchas veces no las escuchaban ni consultaban, en tiempos de inversión social y cooperación internacional.
Me estremeció una mujer muy profesional, capaz y calificada, que dejó todo por la salud de su hija y de su esposo, aun sabiendo que a los 40 tienes menos opciones laborales y, peor aún, por ser mujer.
Me estremeció la mujer en frente de la multitud, puño levantando, gritando #NuncaMás. Aquel grito de la multitud me estremeció, como me estremece la mujer golpeada, la mujer maltratada, la mujer mutilada en su libertad, la mujer asesinada, niña, joven o adulta, la mujer a la que le arrebataron el ser de su interior.
¡Ay! Si pudiera describir lo que es la vida, la matriz, la madre de las historias, la mujer, la niña, el derecho y la lucha, el silencio y la palabra, la energía y la quietud, el movimiento y la parálisis, el dolor y la esperanza, callarlo todo, decirlo todo, no guardarse nada, ‘Parrhesía’…
Acostumbrados a verte como “gran noticia” en compañía de la juventud y de mucha sangre; nos ha invadido la indignación, ha llegado a tocarnos a todos y todas, sin distinción, nos ha movilizado, nos ha significado y nos hemos abrazado, hemos gritado, hemos llorado, hemos reído, nos hemos visto a los ojos, nos hemos reconocido en el mismo lugar de la historia. Con los mismos gritos hemos empatado, nuestras voces han resonado en nuestro interior y han acorralado al operador de la justicia y al decisor de políticas públicas: no más salidas asistenciales, sólo ponerse al servicio de cada una de las mujeres que llega y atenderla como si fuera la única o la última peruana.
#NiUnaMenos es un acto continuo (no fue un día) en el que todos y todas reconocemos nuestra fragilidad, y desde ella (y en ella) justificamos nuestro derecho a hablar, a decir la verdad (esa que incomoda), un hablar libre y atrevido que moviliza, dinamiza. Lo hemos dicho todo y nada hemos callado ante nadie, y lo hemos dicho de todas las formas posibles que permite la palabra humana.
Qué atrevimiento mujer, portadora de ‘parrhesía’, tu palabra es buena noticia que nos lleva a las fronteras de la humanidad, donde la verdad desafiante de tu debilitada imagen hace justicia y se enfrenta al “todopoderoso” desde la desigualdad de tu situación. Y no tienes nada que perder, solo conservar la dignidad en la periferia de tu marginalidad como verdad en favor del bien común. Tu justicia puede más que todos los siglos en los que silenciamos tu verdad, tu ‘parrhesía’.
No es esta una simple protesta líquida, es tu voz que ha rescatado la calle, la que nos ha despertado del letargo sueño del “silencio prudente”, tu verdad nos hace libres, nos hace sociedad humana que nos exige, a ti y a mí, aquí y ahora: reconocimiento, respeto y visibilidad. Es tu dignidad la que nos exige dignidad. Nadie puede callar; el sacrificio y la resignación no tienen espacio aquí; el dolor no es una prueba de ningún Dios (dios); la justicia y el derecho sí, porque eso nos estremece.
“Es hora de discernir nuestra violencia y nuestra corrupción”, lo decimos nuevamente: “esta es nuestra Pascua, hoy; aquí residen nuestros gozos y nuestras esperanzas, nuestras tristezas y nuestras angustias”.
“Me estremecieron mujeres
que la historia anotó entre laureles
y otras desconocidas gigantes
que no hay libro que las aguante.
Me han estremecido
un montón de mujeres
mujeres de fuego
mujeres de nieve”
Silvio Rodríguez Domínguez.
* Educador Comunitario y Filósofo Social
Artículo compartido por la iniciativa Vaticano II, publicado en Diario La República