Adalid Contreras Baspineiro *
Este artículo bien podría haberse titulado entropías comunicacionales, término que, del mismo modo que incomunicación, alude a la sobrevaloración de la autoestima acompañada de una ilusión de comunicación, en paralelo a la ausencia, la degradación, la distorsión o la pérdida de escucha, de diálogo y de comunicación. Ambos términos reflejan la afectación negativa que se hace a la puesta en común de sentidos, imaginarios y prácticas de convivencia social cuando se elige el camino de la confrontación discursiva sin otro fin que la propia confrontación.
Del ruido al mensaje
Recordemos que la entropía comunicacional tiene tres acepciones. La primera, que Claude Shannon define en su “teoría matemática de la comunicación”, como el desorden que se produce en el proceso de circulación de un mensaje por las interferencias o ruidos que impiden llegar con fidelidad desde el polo emisor hasta el receptor. Esto ocurre por ejemplo en eventos en los que los gritos y las silbatinas desencajan los ambientes, los discursos, y a sus emisores, provocando como reacción otras entonaciones que buscan acallarlas, y con las que al conjugarse hacen una sinfonía de ruido estridente que deja al mensaje encapsulado en segundo plano.
Con frecuencia estas interferencias se convierten en el mensaje, que los medios recogen en sus informaciones, los analistas en sus interpretaciones y la población en sus percepciones. Nociones como “sesión bochornosa”, o “reunión caótica”, con sus particulares imágenes, sonidos y actos se convierten en el mensaje, dejando al mensaje real secundarizado latiendo en el fondo de las aguas del ruido y de las interferencias.
Rehacer el sentido del mensaje
Otra versión, la de Norbert Wiener y su teoría del feedback, dice que dada la incertidumbre que produce el mensaje en su recorrido, es necesario retroalimentarlo desde las subjetividades que ocurren en la recepción para equilibrar la información, dado que la pérdida de energía se repone con nueva energía. Estos procesos son comunes en ambientes donde en lugar de superar los acumulados históricos que separan, se los deja crecer negando el ejercicio de la reconciliación a cambio de naturalizar la diferencia que se valora como un don identitario. Por esto, en todos los polos del campo político se aprecian adjetivadores que atizan el conflicto con gestos, palabras y acciones, haciéndose predecibles contribuyentes tanto del espectáculo mediático, como del distanciamiento que perturba y no hace creíble la posibilidad del encuentro en los inevitables entrecruzamientos de la vida.
Los polos en conflicto exhuman conflicto que se puede encontrar en el campo de la recepción con resistencias que labran sus resignificaciones con la idea de paz, o pausa, o democracia, o pacto político. Cuando esto ocurre, y suele ser frecuente, la nueva energía implica otro modelo de encuentro, más relacional, con debates argumentados que, a contracorriente de ideas desestabilizadoras, o autoritarias, reman hacia los consensos, sabiéndolos complejos. Cambia la dirección del conflicto porque no se dirige a profundizar más conflicto, sino a generar encuentros sin negar las tensiones diferenciadoras que son reflejos de ideologías encontradas.
Relacionalidades
La tercera comprensión la sugiere Daniel Prieto Castillo en su propuesta de la mediación pedagógica, afirmando que la entropía no es sólo la pérdida de energía del mensaje, sino la pérdida de comunicación misma, porque las narrativas se llenan de elementos perturbadores que degradan el valor y los sentidos del discurso, ganando el desorden y el caos en la tensión de las representaciones sociales, culturales, políticas y espirituales. Cuando esto ocurre, se producen aislamientos que se materializan en soledades de cada sujeto fortaleciendo sus propios territorios discursivos y sus zonas de confort, mientras contribuyen así a debilitar el tejido social porque en lugar de tender lazos que aporten a hilvanar las partes, las polarizan.
Esta forma de incomunicación se engrosa con el manejo publicitario que pretende hacer creer que las propuestas se posicionan saturando el ambiente de mensajes que circulan en un solo sentido. Crean una ilusión de comunicación. En las relaciones sociales y políticas hacer comunicación de este modo, además de vacilarse en autoengaños que refuerzan la autoestima triunfalista del emisor y sus iguales, equivale a pretender generar empatías mirando el mundo desde el ombligo con la quietud de flujos discursivos que no dialogan, o de posicionamientos que no encandilan, mientras que en la otra vereda se producen desconocimientos, fatigas, fobias, distorsiones y rechazos que amplían las brechas que separan.
Esto vale tanto para los oficialismos como para las oposiciones. La comunicación es siempre cuestión de dos o más en diálogo constituyendo sentidos de sociedad. La comunicación política son las batallas simbólicas por formas de poder que impulsan colectividades organizadas. Y la incomunicación es el cultivo del conflicto entre dos o más que amamantan las divergencias y el propio conflicto.
Tensiones que comunican
En la sociedad de la incomunicación el desorden es su forma de conducta, la confusión su escenario, el caos su cotidianeidad política, la división su herramienta, el ensimismamiento su identidad, la imposición su narrativa y la entropía su forma de vida. Esto en los términos tradicionales de la entropía equivaldría a la parte de la energía que se derrocha porque no sirve para producir, sino para diseñar un círculo vicioso de confrontaciones. En la vida política las provocaciones generan más provocaciones, las protestas sin propuestas parapetan posiciones, y las propuestas sin consensos generan desconfianzas, haciendo irreconciliables a dos polos que se quitan energía entre ellos y, lo que es más preocupante, le restan vitalidad a la democracia y a las causas comunes.
El opuesto de este esquema es la comunicación que encamina sociedades de convivencia, o sea la cultura del diálogo que prioriza la resolución pacífica de conflictos, así como la capacidad de escuchar y la voluntad de respeto al otro, para dinamizar encuentros con alteridades, o si se quiere, sociedades con causas compartidas tejidas desde las diferencias.
Comunicación no es sinónimo de homogeneidad, sino de alteridad y de capacidad para procesar, simbólicamente y en las prácticas sociales, las exigibilidades de derechos, las reivindicaciones de demandas, las propuestas de leyes y de políticas en el marco de la deliberación, por más distintas y encontradas que sean las posiciones. La protesta es un derecho y una forma de comunicación, así como la propuesta es un deber y un dinamizador de intercambios discursivos. Hay que saber canalizarlos en otro sistema de relaciones, donde la intolerancia de paso a la puesta en común de ideas, ideologías, imaginarios, realidades, logros, demandas, propuestas, frustraciones y esperanzas, porque la incomunicación es a la sociedad lo que la depredación es a la naturaleza.
La Paz, 8 de noviembre de 2021
* Sociólogo y comunicólogo boliviano, ex Secretario Ejecutivo de OCLACC (actualmente SIGNIS ALC)
Ilustración: Fotografía de Pedro Szendro, en Pinterest