Adalid Contreras Baspineiro*
Desempolvando textos sobre sociología de la comunicación, reencontré el concepto de la irenología, que lo recupero por su pertinencia para intentar explicaciones de estos tiempos de anomia social y política. Se deriva del griego eirenè que significa paz y logos que quiere decir razonamiento/conocimiento, por lo que en su traducción literal vendría a ser el conocimiento de la paz. La perspectiva sociológica va más allá y la define como el estudio de la paz y los conflictos estableciendo sus contrastes y (no)correspondencias en contextos específicos. Y los paradigmas relacionales de la comunicación lo definen en los imaginarios, las argumentaciones y las prácticas sociales para la paz.
Precisando, con la irenología hablamos de la dialéctica violencia y paz no solamente en un sentido interpretativo, sino como la definición y desarrollo de formas de intervención contra las manifestaciones de violencia y en favor de una cultura de paz. Hablamos entonces de un concepto que no se detiene en el análisis de los múltiples factores económicos, políticos, sociales, culturales, ecológicos y psicológicos que amenazan la paz en sus niveles local, nacional, internacional, colectivo, grupal o individual, sino que, su alcance, en tanto imperativo ético, implica compromiso y realización de acciones para promover sociedades de paz.
De esta forma, irenología viene a ser la construcción de alternativas de superación de las situaciones en las que el conflicto deriva en agresiones, mediante procesos de paz que asumen un sentido positivo que supera la ausencia de violencia, comprometiéndose con la búsqueda de justicia, de un desarrollo sostenible, de hermanamientos entre pueblos, así como del combate a la pobreza, al racismo y a las inequidades. Dicho de otra manera, la paz no es una categoría independiente de la violencia, es su opuesto y su forma de superación, así como la violencia es la afectación o el rompimiento de la paz. No trabajar procesos de paz sin proponerse superar la violencia y sin proyectar horizontes de justicia, equivaldría a modelarla a imagen de la quietud/paz de los cementerios, tan aparente como inexistente.
Johan Galtung, a quien se le atribuye la formulación del concepto de la irenología, representa la violencia en un triángulo que en una de sus aristas contiene la violencia directa que se expresa en comportamientos o prácticas de conflicto que derivan en actos de agresión y confrontación. En otra arista ubica la violencia estructural que emana de la negación o desconocimiento de las necesidades que tiene la población o en el abuso de poder y naturalización de las desigualdades. Otra arista representa la violencia cultural, que se refleja en actitudes de dominación. A esta caracterización sumamos la violencia comunicacional representada en acciones de infoxicación, fakenews, banalización de la vida, desconocimiento de los códigos de ética, legitimación de la polarización y difusionismo autoritario que quiere consagrar una palabra única, negando la multiplicidad de voces que contienen sentidos de vida y de sociedad plurales.
Como en un iceberg, la violencia directa opera en la superficie y en la cotidianeidad, mientras que la estructural y cultural no son visibles y contienen el volumen mayor de conflictividad. La violencia comunicacional viene a ser el enlace entre la superficie visible y la base escondida. Y la interrelación entre estas distintas aristas define las formas e intensidades de la violencia, por lo que enfrentarla, para construir cultura de paz, implica un ejercicio que considere las mutuas correspondencias de lo que denominamos la cuadratura de la violencia. Entonces, no es posible la paz mediante resoluciones en papel de los conflictos. Se tienen que atender las demandas de fondo, estructurales. La paz no es producto de spots o de tuits de intento persuasivo para deponer actitudes sin la resolución de las demandas. Se tienen que desmontar las programaciones mediáticas que naturalizan la violencia. La paz no es reprimir en nombre de la paz. El diálogo es el camino.
La razón de ser de la irenología es entonces la construcción de una cultura de paz, que las Naciones Unidas entiende como la promoción de valores, actitudes y comportamientos de rechazo a la violencia, acudiendo a la prevención de conflictos, al diálogo y a la negociación con respeto de los derechos humanos y de la naturaleza. Podemos decir también que la cultura de paz es, al mismo tiempo, el camino de emancipación dialogal y comprensiva de las intolerancias, así como el desenraizamiento de los nutrientes de la cultura de la violencia y el diseño de horizontes democráticos con paz, sin violencia y con justicia, basados en la opción irrenunciable por los más pobres, garantizando su vivir bien/buen vivir.
La paz es una realidad compleja, sobre todo cuando vivimos ganados por la cultura de la violencia, en la que se legitiman como valores las desconfianzas mutuas, la crítica artera, el chisme, los fakenews y los estereotipos de los odiadores. Su complejidad no hace alentador el camino, que se lo sabe largo y accidentado y no siempre queda claro por dónde empezar a desandar la polarización y andar la reconciliación. ¿Qué tal si empezamos otorgándonos treguas para dialogar sobre las sociedades de la violencia como antesalas de la destrucción de la vida en el planeta? ¿Qué tal si hacemos una pausa en los “infoshowspoliciales” para volver a tener informativos que comprueban, contrastan y presentan las noticias respetando las normas deontológicas? ¿Qué tal si hacemos un alto en el camino para destacar las cosas que nos unen como países y como sociedades? ¿Qué tal si dialogamos sobre las culturas de paz como los lugares vivibles para nuestros hijos? ¿Qué tal si tan solamente empezamos a dialogar?
*Sociólogo y comunicólogo boliviano. Director de la Fundación Latinoamericana Communicare. Ex secretario ejecutivo de OCLACC (hoy SIGNIS ALC).