Carlos Ayala Ramírez *
El Papa Francisco participó en la Apertura de la sesión plenaria del VII Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales en Kazajistán. El tema central del congreso fue la importancia de las religiones en la promoción de la paz. Desde su nacimiento (2003) el Congreso ha tenido como misión reforzar la armonía interconfesional e interétnica en todo el mundo, especialmente en tiempos de grandes desafíos.
Más específicamente, en la VII edición se ha reflexionado sobre el rol de las religiones en el desarrollo espiritual y social de la humanidad durante el período pospandémico. En la sesión de apertura, el papa habló ante una audiencia de más de 100 delegaciones de 50 países y pronunció un discurso en el que propuso a los líderes de las religiones cuatro desafíos globales donde puede concretarse el aporte actual de las religiones a la sociedad. Describamos cada uno de ellos.
No olvidar la vulnerabilidad y desarrollar la ética del cuidado, es el primer desafío. Para Francisco, corresponde a los que creen en la Divinidad, ayudar a los hermanos y las hermanas de nuestra época a no olvidar la vulnerabilidad que nos caracteriza, a no caer en falsas presunciones de omnipotencia suscitadas por los progresos técnicos y económicos; a no dejarse enredar por los lazos del beneficio y la ganancia, como si fueran los remedios a todos los males; a no secundar un desarrollo insostenible que no respete los límites impuestos por la creación; a no dejarse anestesiar por el consumismo que aturde.
En la pospandemia, declaró el papa, los creyentes además de sensibilizarse sobre nuestra fragilidad y responsabilidad, están llamados a cuidar de la humanidad en todas sus dimensiones. Y de inmediato indicó por dónde comenzar: escuchando a los más débiles, dando voz a los más frágiles, haciéndose eco de una solidaridad global que, en primer lugar, se refiera a los pobres, a los necesitados que más han sufrido la pandemia.
El segundo desafío global que interpela de modo particular a los creyentes es el desafío de la paz. En un mundo dividido y en conflicto, se espera que las religiones se comprometan activamente con la paz producto del amor y la justicia. En esta línea, el papa enfatizó que “Dios es paz y conduce siempre a la paz, nunca a la guerra”. En consecuencia, las grandes tradiciones religiosas están llamadas a mostrar con su ejemplo que son fuente de humanización y de paz.
El desafío de la paz, ha dicho el papa, conlleva el compromiso de que las religiones promuevan y refuercen “la necesidad de que los conflictos se resuelvan no con las ineficaces razones de la fuerza, con las armas y las amenazas, sino con los únicos medios bendecidos por el cielo y dignos del hombre: el encuentro, el diálogo, las tratativas pacientes, que se llevan adelante pensando especialmente en los niños y en las jóvenes generaciones”. En esta parte del discurso proclamó con fuerza ética y profética la siguiente exhortación: “No justifiquemos nunca la violencia. No permitamos que lo sagrado sea instrumentalizado por lo que es profano. ¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder y el poder no se apoye en la sacralidad!”.
El tercer desafío enunciado es el de la acogida fraterna. Está precedido por una grave constatación que el papa describió en los siguientes términos: “numerosos hermanos y hermanas mueren sacrificados en el altar del lucro, envueltos en el incienso sacrílego de la indiferencia”.
Para encarar esta deshumanizante realidad, el papa exhortó a redescubrir el arte de la hospitalidad y la acogida. En su discurso puso énfasis en uno de los valores primordiales de la vida humana: la compasión. La definió como el camino que nos hace verdaderamente humanos y más creyentes”. De nosotros depende, dijo, “enseñar a llorar por los demás, porque sólo seremos verdaderamente humanos si percibimos como nuestras las fatigas de la humanidad”.
Expresó además, que es necesario aprender a avergonzarnos, “a experimentar esa sana vergüenza que nace de la piedad por el hombre que sufre, de la conmoción y del asombro por su condición, por su destino, del cual nos sentimos partícipes”.
El cuarto desafío global es el cuidado de la casa común. Frente a “la mentalidad de la explotación, que devasta la casa que habitamos; frente a los cambios climáticos y el eclipse de la visión respetuosa y religiosa del mundo querida por el Creador, se hace imprescindible, expresó el papa, favorecer y promover el cuidado de la vida en todas sus formas.
Insistió en que es necesario protegerla para que no sea sometida a las lógicas de las ganancias, sino preservada para las generaciones futuras. En su discurso trajo a cuenta la visión religiosa de la creación que narra cómo el “Altísimo” dispuso con cuidado amoroso una casa común para la vida. Si esto es así, interpeló, ¿cómo podemos permitir que se contamine, se maltrate y se destruya?
Para el papa Francisco estos desafíos deben provocar una respuesta. En este sentido planteó que ha llegado la hora de despertar del fundamentalismo que contamina y corroe todo credo. Es la hora de hacer que el corazón se vuelva transparente y compasivo. La hora de constituirse en conciencias proféticas y valientes. De hacerse prójimo de todos, pero especialmente de los olvidados de hoy, de los que sufren a escondidas y en silencio, lejos de los reflectores. Es la hora de conservar nuestras identidades abiertas a la alteridad, al encuentro fraterno. De esta manera, ha dicho el papa, podremos irradiar la luz de nuestro Creador, en los tiempos oscuros que vivimos.
* Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Santa Clara, CA; profesor de la Escuela de Pastoral Hispana, Arquidiócesis de San Francisco, CA. Profesor jubilado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), El Salvador. Exdirector de radio universitaria YSUCA.