Viajábamos con mi señora por las tierras desérticas del norte de Perú. El paisaje desde el bus era impresionante y sobrecogedor: transitábamos por calles estrechas, polvosas y a ambos lados solo veíamos el color entre grisáceo y amarillento de las laderas rocosas o de alguna pequeña planicie también rocosa. Todo era inusual para ojos como los nuestros acostumbrados al verdor del trópico centroamericano.
Poco después de cruzar un viejo puente de hierro sobre un río sin agua comenzamos a subir una cuesta y al alcanzar una pequeña planicie, el bus se detuvo con el aviso de parte del conductor de que contábamos con 15 minutos para comer o beber algo o ir a los sanitarios. Un par de minutos antes de detenernos había llamado mi atención un árbol, uno de los muy pocos que logré ver en el trayecto. Su follaje atrajo mi mirada y hasta me pareció ver algo de color rojo que semejaba un fruto. Le dije a mi señora que pidiera algo para tomar en el pequeño negocio. Me devolví hasta encontrar mi objetivo. Efectivamente era un frondoso palo de mango en la cerca de una pequeña propiedad. Su follaje estaba cubierto de polvo. Tenía varios frutos que daban a la calle, uno de ellos maduro y apetitoso. No se encontraba muy arriba así que me fue fácil hacerme de él.
De donde vengo, Alajuela, Costa Rica, es conocida como la ciudad de los mangos; nosotros vivimos en las afueras, en el campo, y allí hay toda la variedad y la cantidad de mangos imaginables; crecí comiendo mangos y hoy su sabor es un estímulo directo a la memoria de los lindos tiempos de la niñez; pero aquel mango que me comía allí, en medio de parajes tan inhóspitos, tenía un sabor especial, el sabor de la reflexión: ¿Cómo tierras tan secas, de apariencia estéril y hasta magra, podían deparar frutos tan jugosos y dulces?
Esa es nuestra madre tierra, capaz de los más increíbles milagros, escenario del más grande de todos, el de la vida; la tierra, ese hogar nuestro al que el papa Francisco ha dedicado la encíclica LAUDATO SI´ (publicada el 18 de junio pasado), para llamarnos la atención acerca de la importancia de reflexionar y actuar sobre el cuidado de lo que él llama LA CASA COMÚN.
«Laudato si’, mi’ Signore » – « Alabado seas, mi Señor », cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: « Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba » Cántico de las criaturas: Fonti Francescane (FF) 263.
Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla…”
Con esta cita de su amado San Francisco y unas primeras reflexiones generales nos introduce el Santo Padre en una obra cargada de conocimiento, advertencias, señalamientos, denuncias, evangelización y oración.
Al recorrer las páginas del primer capítulo “Lo que le está pasando a nuestra casa”, uno siente como lector que recorre, asido a una mano experta, la realidad planetaria vista por cientos, por miles de ojos, ubicados algunos en el terreno de los hechos de la realidad pura y concreta: campesinos, agricultores, pescadores, mineros, en fin, son esas personas las que hablan de lo que enfrentan cotidianamente, de sus retos, sus penalidades y angustias; pero también miramos esa realidad a través de los ojos de biólogos, de geólogos, de botánicos, sociólogos, antropólogos, de científicos en general, ambientalistas todos, que nos alertan acerca de lo que ha venido pasando y de lo que vendrá irremediablemente para esta casa común, si no se toman decisiones trascendentales y se llevan a cabo acciones correctivas que encausen la vida de la humanidad hacia otras metas, distintas de las que la han encaminado en las últimas décadas, dirigidas por el poder de una tecnología y unas finanzas cada vez más alejadas del valor del ser humano, pero, a la vez, dominante de la política.
El trabajo intelectual de esta obra, evidencia la autoría de variados equipos de especialistas, probablemente ligados a la Iglesia (muchas de las citas así lo comprueban) pero hay una mano que va guiando como hilo conductor los diferentes apartados, imponiendo un sello humanista inconfundible, el mismo que el papa Francisco le ha dado a su gestión y que constituyen lo que él llama “ejes que atraviesan la Encícilica”. Por ejemplo: “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida.”
Esos informes y análisis, que podríamos calificar de denuncias, aparecen por momentos como recargados hacia el pesimismo. No es para menos, el daño que le hemos hecho a nuestra casa común nos conduce inevitablemente al pesimismo y ese debe ser el propósito del autor, impactarnos a todos y golpear a quienes cargan las mayores responsabilidades de la situación actual, y porque además, desde su perspectiva de jefe de la Iglesia, quiere evitar las abstracciones repetitivas en que históricamente han caído muchas reflexiones filosóficas y teológicas sobre este y otros temas.
Es a los lectores entonces a quienes corresponde, pienso yo, por un lado ubicar y ejemplificar ese diagnóstico de denuncia en su experiencia concreta, asumiendo las responsabilidades personales que correspondan y definiendo sus propios aportes al proceso de reversión; y por otro, contraponer, también desde su experiencia concreta (individual y social) los casos y ejemplos que ya formen parte de ese proceso regenerativo y que nos permitan respirar optimismo y vislumbrar realidades diferentes, comprometiendo también en ello su participación.
En esa dirección, me permito citar mi experiencia de ciudadano costarricense. Costa Rica, como muchos otros países, inició un proceso de preocupación y acción ambiental en los años 70 y ya a finales de esa década había consolidado la figura y el programa de Parques Nacionales y otras semejantes, dedicando para ello casi un cuarto de su pequeño territorio que es de poco más de 51 mil kilómetros cuadrados.
Cabe destacar que el histórico proceso de deforestación, acelerado desde los 40, ya para entonces había provocado la baja de cobertura boscosa a porcentajes menores al 25 % del territorio.
A esa histórica decisión se suman luego otras dos iniciativas, una en los 80, para incentivar la reforestación y posteriormente el pago por servicios forestales, por parte del Estado (de su presupuesto y mediante el aprovechamiento de donaciones internacionales) a propietarios que conserven áreas boscosas dedicadas exclusivamente a la producción de oxígeno (y por consecuencia a la protección del recurso hídrico y de la diversidad biológica). La cuantificación de los resultados de tales medidas se percibe ya con total claridad en el año 2005 con la recuperación de un 30% de la cobertura boscosa del territorio nacional. (En 1940 era del 79%, en 1987 bajó al 21% y en 2005 subió al 51 %).
La otra acción de largo alcance en materia ambiental data del año 2007 cuando el país asume el compromiso denominado “Carbono neutralidad para el año 2021”. Con esto el país se comprometió a que para esa fecha será capaz de liberar oxígeno a la atmósfera en la misma cantidad del dióxido de carbono que produzcan las emisiones provenientes del uso de combustibles fósiles, principalmente en el transporte público y la industria.
Aun cuando al día de hoy ya se ve difícil el logro de la meta, lo cierto es que el reto ha dado y sigue dando importantes dividendos en la lucha nacional por el ambiente, uno de los cuales es la incorporación de compañías y empresas privadas a ese proyecto país. En esa loable cruzada también hay que destacar el logro del Instituto Costarricense de Electricidad -ICE- que, en asocio con productores privados- en el primer semestre de este año logró bajar la producción de electricidad a partir de combustibles fósiles a un 1.45%, es decir que la producción energética del país, a partir de fuentes limpias (agua, sol, viento y geotermia) alcanzó ya un 98.55 %.
A esto que consideramos las buenas nuevas en materia de cuidado ambiental hay que sumar ahora el compromiso anunciado recientemente por el presidente estadounidense Obama, de que su país disminuirá ostensiblemente el nada honroso lugar de privilegio que ocupa en aporte al calentamiento global por emisión de gases; sin embargo, en concordancia con el planteamiento y la denuncia del papa Francisco, ya se anuncia una fuerte oposición a las medidas anunciadas por el mandatario por parte de los políticos y los industriales con intereses en los grandes negocios de la energía a partir de materiales fósiles.
Y concluyo con la oración que también marca el cierre de la Encíclica «Laudato si’
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén
* El autor es costarricense, profesor de Filosofía jubilado. Periodista, y expresidente del Colegio de Periodistas de Costa Rica.
Artículo publicado en el Boletín Púnto de Encuentro, de Signis ALC, agosto 2015
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