En una nación profundamente marcada por el racismo como los Estados Unidos.
A partir del próximo 20 de enero Barak Obama, hijo de padre africano y madre usamericana, va a ocupar, al menos por cuatro años, la silla presidencial de la Casa Blanca.
En una nación profundamente marcada por el racismo como los Estados Unidos, este sueño se volvió realidad gracias a la valiente actitud, en 1955, de Rosa Parks. Costurera, militante del Movimiento Negro, a sus 42 años, el 10 de diciembre de 1955, Rosa entró a un autobús en Montgomey, Alabama, y ocupó el único asiento vacío. Poco después subió un hombre blanco, que le exigió levantarse para sentarse él. Todos en Alabama conocían la ley: en el transporte público los blancos tenían preferencia sobre los negros. Rosa hizo como Antígona y, entre la ley y la justicia, escogió esta última, y se mantuvo sentada.
Apresada, fue liberada tras pagar una multa. Quedó desempleada y tuvo amenazas de muerte, que la obligaron a mudarse a Detroit. En una entrevista afirmó: “La verdadera razón de que no haya cedido mi asiento en el autobús fue porque sentí que tenía el derecho a ser tratada como cualquier otro pasajero”. Luego, su actitud solitaria se volvió solidaria. Un joven pastor de la Iglesia Bautista, Martin Luther King Jr., indujo a sus fieles negros a seguir su ejemplo. En Alabama la población negra boicoteó el transporte público durante más de un año, hasta que se quitó la ley racista. Rosa había encendido la luz de la causa usamericana por los derechos civiles y contra el apartheid. Por todas partes los negros se sumaron a la desobediencia civil y repetían: “Soy negro y me enorgullezco de ello”.
Rosa no vivió lo suficiente como para participar en la toma de posesión de Obama. Murió a los 92 años. En su homenaje la empresa de computadores Apple grabó en su logotipo de marca de su sitio Piensa diferente y abajo “Rosa Parks (1913-2005)”.
Algo nuevo se está dando en el continente americano: las élites económicas ya no coinciden con las políticas. Lula en Brasil, Morales en Bolivia, Chaves en Venezuela, Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay y ahora Obama en los Estados Unidos, se desmarcan completamente del DNA de las tradicionales oligarquías políticas del Continente. Señal de que la democracia virtual está seriamente amenazada por la democracia real, multicultural, sobre todo ahora que la crisis del capitalismo echa por tierra el dogma de la autorregulación del mercado y llama a la intervención del Estado.
Obama es todo cuanto merece el desprecio de los WASP, sigla americana que significa “blanco, anglo-sajón y protestante”, marca de la sección racista de la élite de los Estados Unidos.
Ya en la década de los 80 parecía escapar al control cuando Jesse Jackson, también negro, se postuló a la presidencia, en 1984 y 1988. Además el lenguaje, como diría Freud, revela significados que sobrepasan la etimología. Muchos se refieren a Obama como ‘afroamericano’. Nadie llamó nunca a Bush ‘euroamericano’, ni ‘iberoamericano’ a cualquiera de nosotros, blancos, descendientes de los españoles y portugueses que colonizaron América Latina.
Hablando de palabras, una que es necesario pierda espacio en nuestros diccionarios y en nuestro vocabulario es ‘raza’ aplicada a seres humanos. Según la biología dicha palabra no existe. Solamente hay la especie humana.
Nuestras individualidades e identidades no son construidas a partir de la pigmentación epidérmica sino de la multidimensionalidad de nuestra interacción social. Por lo mismo no tiene sentido hablar del Estatuto de la Igualdad Racial o de la Secretaría Especial de Política de Promoción de la Igualdad Racial.
Necesitamos construir una sociedad y una cultura no racistas. Como afirma el científico Sergio Danilo Pena acerca del Proyecto Genoma Humano: “Un pensamiento reconfortante es que, ciertamente, la humanidad del futuro no creerá en razas más de lo que nosotros creemos en la brujería. Y del racismo se hablará en el futuro como una abominación histórica pasajera, de igual modo que percibimos hoy el disparate que fue la persecución a las brujas”.
Obama puede manifestarse como una caja de sorpresas. Pero es gratificante verlo, así como a Louis Hamilton, campeón de Fórmula 1, sobresalir en un universo monopolizado hasta ahora por los blancos.
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