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SIGNIS ALC

28 diciembre 2021

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Con Paulo Freire en el sistema educativo

Con Paulo Freire en el sistema educativo

Humberto E. Zingaretti*

 

  1. Del fracaso comunicacional al hallazgo de una brújula educativa

 

Comencé mi carrera docente a fines de la década del 60, después de recibirme de profesor y licenciado en Filosofía; pero en una asignatura de primer año del secundario dedicada a la formación ciudadana. Con entusiasmo me aboqué a mi tarea; sin embargo, el resultado final fue un desastre. La mayoría de los estudiantes no aprobaron. Esta situación me preocupó mucho porque sabía que, cuando se obtienen estos resultados, el responsable no es el alumnado, sino el profesor que no supo encontrar el camino adecuado para facilitar el aprendizaje.

 

Pero ocurrió un hecho afortunado que me ofreció las bases para superar este fracaso docente. Mi querido maestro, y destacado líder ecuménico latinoamericano, Mauricio López, me regaló el primer y único ejemplar de la Pedagogía del Oprimido[1] que hubo en la Argentina en ese momento. Y desde su primera lectura me apasionó y la educación adquirió para mí una dimensión que cambió mi orientación profesional para siempre. Y desde entonces me dediqué de lleno a la pedagogía y, el notable dictum de Freire, “Nadie educa a nadie, así como tampoco nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan en comunión, mediatizados por el mundo”, se transformó para mí en un verdadero imperativo categórico pedagógico que me impelió a buscar la construcción de prácticas pedagógicas dialógicas en el ámbito laboral en el que me encontraba, o sea, en las escuelas de un sistema educativo del llamado Tercer Mundo.

 

En esa época, como dije, mi libro era el único ejemplar de la Pedagogía del Oprimido que había en mi región, lo que lo transformó en un objeto de culto que difundía entre otras personas para su lectura. Entre ellas a uno de mis profesores, el filósofo Enrique Dussel, quien al devolverlo me expresó su valiosa captación de rol histórico de Paulo Freire. Me dijo que “Freire era el Rousseau del siglo XX”, y me explicó que Rousseau elaboró filosóficamente la pedagogía moderna para un individuo, Emilio, que era un joven, sin padres, tradición, ni una comunidad, y estaba orientado por  un curriculum para construir una sociedad burguesa opuesta al antiguo régimen; en cambio Freire elaboró una pedagogía dialógica en el ámbito de la educación popular para una comunidad analfabeta  víctima de la opresión y con el propósito de liberarlos de los Emilios ya en el poder. Y gracias a su lúcido comentario comprendí que no sería fácil injertar la propuesta comunicacional de Freire en las escuelas de un sistema educativo muy estructurado curricularmente y con jóvenes más parecidos a Emilio que a las comunidades de los condenados de la tierra.

 

  1. Explorando una nueva senda comunicacional

 

Pero no podía renunciar a una educación dialógica y encontré una opción didáctica oportuna en el apéndice de La Educación como práctica de la libertad[2]. Allí están ilustradas las situaciones existenciales en las que se escribían las palabras generadoras que usaba Freire para discutir con los educandos durante el proceso concientizador de alfabetización. Y entonces decidí elaborar afiches con dibujos que representaran los conceptos más significativos de la asignatura para que los alumnos, al decodificarlos, los comprendieran mejor y pudieran articular con ellos las nociones secundarias. Y así pude realizar una experiencia comunicacional exitosa que se pudo evidenciar en los años sucesivos. El clima de las clases cambió. Lo alumnos ya no tenían que estar en silencio escuchando la disertación del profesor; sino que comenzaron a participar activamente en la interpretación de las situaciones que ilustraban los afiches y; de este modo, se iban apropiando de los conocimientos de una manera agradable y efectiva. Finalmente los evaluaba con exámenes escritos tradicionales.

 

Pero, pese a todo el esfuerzo comunicativo que había realizado para mejorar la mediación pedagógica, estimé que todavía era incompleto, porque los estudiantes participaban con entusiasmo en el proceso interpretativo; pero no realizaban una obra propia que objetivara sus aportes de resignificar de manera personal el conocimiento. Y esto es fundamental, ya que un proceso de educación dialógica consiste en andamiar al educando para que elabore una obra original con todos los insumos de la asignatura, porque la naturaleza del acto de estudiar no es consumir ideas, sino recrearlas de un modo personal.

 

El proceso pedagógico que había iniciado, a pesar de todos sus logros, todavía era comunicacionalmente unidireccional, porque le faltaba la oportunidad para que los estudiantes “dijeran su palabra”, como solía decir Paulo Freire, de una manera más completa y se transformaran en verdaderos sujetos del propio aprendizaje; pero ¿cómo hacerlo cuando se tiene cientos de alumnos por semana? Lamentablemente en nuestros sistemas educativos nos encontramos con este condicionamiento tan difícil de superar. Sin embargo, a pesar de esta limitación, encontré una manera de atenuar este inconveniente proponiéndoles a los alumnos que realizaran un mini-afiche, del tamaño de una hoja tamaño oficio, con fotos que testimoniaran cómo aparecían en la realidad los temas de los afiches que se habían interpretado en clase. Y gracias a esta expresión gráfica podía evaluar los aportes de cada alumno de manera permanente y detectar rápidamente logros y falencias en la apropiación de los conocimientos. Y así el proceso comunicativo comenzó a fluir en dos direcciones. Y lo mismo busqué para las evaluaciones integradoras, solicitando a los estudiantes que, mediante una carta u otros medios expresivos de sus preferencias, expresaran cómo se manifestaban los temas estudiados en la realidad social.

 

  1. De una menor a una mayor intensidad comunicacional

 

Mucho tiempo después descubrí con satisfacción que este tipo de respuestas que les solicitaba a los alumnos en escuelas secundarias de mi provincia, motivado por la propuesta comunicacional de Paulo Freire, tenían un aire de familia con un recurso pedagógico llamado Texto Paralelo que crearon en Centroamérica Daniel Prieto Castillo y Francisco Gutiérrez para mejorar la interlocución en la educación a distancia. Este dispositivo está formado por las respuestas escritas que van construyendo los alumnos orientados en todo momento por el educador mediante una interlocución permanente hasta la construcción final del texto.

 

También tuve la oportunidad de experimentar el valioso aporte de este dispositivo como alumno de un posgrado dirigido por Prieto Castillo en el que participé intensamente hasta el punto de que, gran parte de lo que elaboré, formó luego parte de mi libro Esperanza y Pedagogía[3]. Después de esta rica vivencia, y como docente universitario de grado, asumí un curso de Pedagogía en el que los alumnos tendrían que escribir un Texto Paralelo. El desafío encontró el obstáculo que presentaban los más de doscientos cincuenta alumnos que tendría a mi cargo; sin embargo, emprendí la tarea. Periódicamente me entregaban sus producciones escritas y registraba mis observaciones y sugerencias para cada uno de ellos en la computadora. Y así se desarrolló todo el curso de una manera muy satisfactoria. Se logró una interlocución pedagógica muy significativa, con sus más y sus menos, y los alumnos experimentaron lo que significa ser artífices de sus propios aprendizajes. Pero el costo para mí fue inmenso. Tenía la responsabilidad de estar frente a los alumnos de manera presencial durante 60 horas en el cuatrimestre; pero el tiempo que estuvo abierto mi archivo de evaluación fue de ¡580 horas! La experiencia comunicacional fue significativa; pero no era sustentable en el futuro.

 

El costo de la opción comunicativa dialógica era excesivo por el tiempo que me exigía, ya que era como desarrollar diez cursos presenciales sin ningún tipo de reconocimiento institucional; pero no quería volver hacia una educación bancaria y decidí una adaptación del texto paralelo para enfrentar la masividad y opté por la construcción de un T.E.C. (Texto Paralelo Comunitario) que estaría a cargo de diez estudiantes. Cada uno se ocuparía de una o dos prácticas educativas, y todo el equipo se haría responsable por cada una de ellas. Finalmente evaluaba cada práctica de manera individual, y luego sacaba un promedio que era la nota para cada miembro del grupo. Se realizaron excelentes trabajos; sin embargo, realicé una evaluación final más tradicional para validar las notas que ya tenía, y los resultados fueron muy parecidos.

 

Años después me incorporé como asesor pedagógico en el mismo posgrado que había cursado como alumno y pude desarrollar una dialogicidad más completa y sustentable. En primer lugar, y esto es fundamental, tenía a cargo un máximo de 25 alumnos a lo largo de tres semestres, en cursos semi-presenciales on line, con encuentros presenciales cada cuarenta días. Además, en la plataforma digital, estaban el Texto Base con todos los contenidos de la asignatura, la bibliografía y las prácticas pedagógicas cuidadosamente elaboradas para explicarles a los estudiantes las tareas que tenían que realizar, y así evitar limitadas y confusas consignas. Pero sobre todo existía una interlocución permanente, presencial y a distancia, que respetaba las exigencias de un verdadero acompañamiento del aprendizaje para que no fuera un mero simulacro educativo; y, para eso, atendía las consultas y evaluaba cada envío de los estudiantes de manera continua y bien fundamentada, ya que en este acompañamiento la evaluación-formativa-permanente es consubstancial con el asesoramiento, lo que exige una intensa dedicación horaria para realizar un trabajo académico responsable. Y, al terminar la elaboración de los cuatro módulos de la Especialización, los alumnos defendían su producción en un coloquio con el asesor pedagógico. Años más tarde, las autoridades del sistema educativo de posgrado, en su afán controlador, exigieron evaluaciones externas y los alumnos tenían que elaborar además un ensayo integrador final. Y los resultados también fueron exitosos, como había ocurrido en mis cursos de grado.

 

  1. Paulo Freire nos espera en el futuro

 

De todo este largo itinerario comunicacional alentado por la pedagogía dialógica de Paulo Freire que he narrado, quiero señalar que el obstáculo más severo que se puede encontrar en el sistema educativo para lograr una verdadera interlocución es el gran número de estudiantes; sin embargo, pese a este condicionamiento, hay que intentar la comunicación dialógica de todas las formas posibles, aunque sea de baja intensidad, porque sus frutos siempre son positivos. También inspirado por la esperanza, que no garantiza el éxito, pero les da sentido a nuestros proyectos, considero legítimo soñar con la utopía de aumentar el número de educadores para lograr un prudente equilibrio entre la cantidad de alumnos que puedan ser acompañados eficientemente en sus aprendizajes. Además de beneficiar la educación, también podría contribuir a la solución de la crisis laboral provocada por el exponencial desarrollo tecnológico actual que vuelve obsoletas muchas actividades y que ha llevado a hablar incluso del “fin del trabajo”. No estamos hablando, ciertamente, de la docencia como un refugio para desocupados con salarios de asistencia social; sino como un promisorio y potente campo de actividad altamente jerarquizado desde el punto de vista económico y social, porque una educación con sentido requiere imprescindiblemente los encuentros humanos, presenciales y virtuales, en una escala razonable, como condición de posibilidad para alcanzar sus metas. Y de esta manera se unirían las demandas educativas con el aumento de la oferta laboral, satisfaciendo así reclamos perentorios de nuestra época.

 

Y para avanzar impulsados por esta utopía comunicacional, la educación dialógica propuesta por Paulo Freire sigue siendo la forma de intervención educativa más apropiada para orientarnos; porque promueve la cultura del diálogo, y no la del silencio. La de la expresión, y no la de la represión. La de compartir, y no la de invadir o abandonar. La del disenso que permite los consensos maduros, y no la de la unanimidad masificadora. La de la significación, y no la esterilizada por estereotipos. La de la alegría de construir, a la del tedio de repetir. La que busca emprender, a la refugiada en el sedentarismo que inmoviliza. En fin, una cultura amante de la vida y abierta sin temores a la llegada del futuro, al que asume esperanzadamente con sus riesgos y oportunidades.

 

 

*  Profesor y Licenciado en Filosofía. Especialista en Docencia Universitaria. Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. E.mail: hzingaretti17@gmail.com

 

[1] Freire, Paulo (1970). Pedagogía del Oprimido. Tierra Nueva, Montevideo.

[2] ____, (1970, 2da. ed.). La educación como práctica de la Libertad. Tierra Nueva, Montevideo.

[3] Zingaretti, Humberto E. (2001, 2da. ed.) Esperanza y Pedagogía. Ediunc, Mendoza.

 

Artículo publicado en la revista digital Punto de Encuentro, de SIGNIS ALC, diciembro de 2021. Disponible aquí.

 

La ilustración hace parte de una colección de caricaturas y dibujos especialmente creadas por artistas gráficos independientes y miembros de GRAFAR/RS para conmemorar los 100 años del educador Paulo Freire, el 19 de septiembre de 2021. Entre los artistas que produjeron y donaron su arte se encuentran Alisson Affonso, Aline Daka, Amaro Abreu, Bier, Edgar Vasques, Fabiane, Latuff. Leandro Bierhals, Natalia Forcat, Santiago, Schröder y Vecente. La producción es de Cris Pozzobon.
Más información y compras: freireandopoa@gmail.com / cafecompaulofreire@gmail.com

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