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SIGNIS ALC

18 agosto 2023

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Democracia y Educomunicación

Democracia y Educomunicación

``La política, según la doctrina social de la Iglesia, es una de las formas más altas de caridad, porque busca el bien común.`` -

``La democracia necesita de la virtud, si no quiere ser víctima de sus propios mecanismos.``

Encíclica ``Fratelli Tutti`` (2020)

Por Carlos Ferraro*

 

 

Carlos Ferraro

Cuando los países con sistemas democráticos formales se acercan a los tiempos de proceso electoral, es habitual escuchar a los ciudadanos quejarse de los políticos, hablar mal de la política y, en muchos casos, eximirse de comentar sobre el tema, argumentando no interesarse por la política, descreer de ella y, supuestamente, mantenerse al margen de la misma.

 

Es común creer que la política es solo dominio de los políticos y proyectar en ellos las responsabilidades de todos los males que ocurren en el mundo.

 

En la sociedad, pocos entienden que la política es responsabilidad de los que ejercen el poder representando, y de los representados que los eligieron en los distintos cargos públicos.

 

Este argumento, que puede reconocerse básico, sin embargo, encierra el nudo de aquello que debilita el sistema democrático.

 

No hay otro responsable de lo que ocurre -para bien o para mal- en las democracias que el propio ciudadano.

 

El voto debería ser algo así como una carta de poder condicional y provisoria hacia el mandatario; el resultado de un proceso de formación, de información crítica y, fundamentalmente, de la conciencia de valores que construyan el bien común en su máxima amplitud por parte del mandatario .

 

¿Cómo es ser ciudadano?

 

Es un sujeto activo y responsable que debe estar interesado y permanentemente informado de lo que pasa en el mundo, en la región en donde vive, y en su propio país y comunidad de pertenencia.

 

Tener la suficiente apertura a la información de diferentes fuentes, evitando encasillarse en aquella que sólo muestra la realidad que se ajusta a sus convicciones, cayendo de esa forma en un sesgo informativo y cognitivo que lo mantiene en una zona segura.

 

Ser ciudadano es entender la economía, los intereses geopolíticos, conocer los derechos humanos, tener una mirada sensible sobre los sectores con desventajas sociales.

 

Es necesario entender cómo operan los medios hegemónicos, especialmente cuando se ingresa en los periodos preelectorales. Analizar la realidad. Aprender a argumentar para saber debatir. Expresar y cuestionar las ideas propias y las del otro. Escuchar con empatía. Dialogar, orientar, proponer e, incluso, esperanzar.

 

El ciudadano debe entender y aceptar que la democracia no funciona solo con el voto, sino que requiere la participación activa y permanente de él como protagonista. Debe aprender a reclamar, a luchar por sus derechos y los de los demás; vigilar y exigir a sus representantes el cumplimiento del mandato otorgado.

 

Debe tomar conciencia y ejercer la práctica colectiva y solidaria, y no la individualista del “sálvese quien pueda”.

 

Podrá pensarse que reunir estos requisitos en el ciudadano común es una utopía. Y sí, lo es. Sin embargo, ¿quién podría demostrar que, con un ciudadano con estos logros, virtudes y capacidades, no mejoraría sustancialmente la democracia? ¿O bien, que, sin él, la verdadera democracia no fuera posible?

 

Es habitual escuchar en politólogos o sociólogos cuestionar la democracia como sistema válido de representación. Es posible que haya que repensarla en términos de representatividad o participación, atendiendo la experiencia que han sufrido los pueblos insertos en ese sistema. Pero cualquier nueva democracia necesita de actores interesados, involucrados, activos, empoderados.

 

Es poco útil arrojar culpas y vivir quejándose permanentemente de la política. Predicar que: “Son todos lo mismo”, “no hay salida”, “es inútil pelear con el poder”, “son todos corruptos”. Dichos pensamientos o actitudes no suman, no provocan cambio, no aportan salida. Solo son manifestaciones cómodas que colocan al individuo en sumisión a ese poder del cual se queja.

 

Es imperativo entender que si no ejerzo y vigilo mis derechos y los de los demás, los intereses del poder espurio avanzarán sobre el abuso y la dominación.

 

Es inútil pensar que la democracia funciona por sí misma. Es equivocado creer que, en el ejercicio de esta, cualquiera puede hacer lo que le venga a voluntad. La libertad, constitutivo esencial de la misma, exige límites y responsabilidades de todos los actores, en sus distintos roles y funciones.

 

Aunque es difícil y, a veces entendible de aceptar, es necesario pensar que, en términos reales, la mayoría de los políticos no son corruptos. De hecho es así. Es injusto no reconocer que muchos de ellos trabajan llevando adelante, la mayor parte de las veces, con particular esfuerzo, los ideales con los cuales se comprometieron para mejorar la realidad.

 

Es justo pensar en las cosas que se logran; hacer un esfuerzo para mirar con objetividad las acciones de cambio hacia el bien común, prescindiendo de la ideología que represente el mandatario. Es imperativo pensar que no todo ni todos son lo mismo.

 

El ciudadano democrático no es un actor estático. Vive un proceso permanente de crecimiento civil. Le interesa y defiende el ámbito público; y aún, si personalmente necesite poco de este, es consciente de la importancia de las políticas que mejoran la calidad de vida del colectivo social.

 

Pero, un ciudadano también debe tener activa la memoria. Tener presentes aquellos hechos que sedimentaron la realidad del hoy. La memoria no es una mirada nostálgica o rencorosa. Es aquello que permite hacer presente el “pasado pensado”, para no repetir lo que la historia política reciente o pretérita enseña que hay que cambiar para conseguir resultados superadores.

 

Si acordamos que así se conforma la ciudadanía, para que una democracia funcione plenamente hay mucho por hacer.

 

En lo primero que pensamos es en la necesidad de la educación y, de ahí, surge la pregunta:

 

¿Qué tipo de educación es la que forma a un ciudadano?

 

Pensemos primero en la educación que no debe ser. No puede ser aquella que sea funcional al sistema que hay que transformar. Aquella que enseña la historia de manera acrítica, en la que quien enseñe no dialogue con el que aprende. Una educación que prescinda de mostrar la dimensión política en la vida de una sociedad. Una educación que solo forme para el conocimiento, sin profundizar en los valores.

 

Una educación basada en la meritocracia o la competencia. No puede ser una educación que deposite todo en la tecnología. No puede ser una educación que niegue las diferencias. Que no enseñe a contextualizar, a pensar críticamente, a emancipar al sujeto que aprende. No puede ser una educación donde la realidad, el objeto ultimo de estudio, quede fuera del aula.

 

Hoy, el ejercicio de la educación se da en un marco de realidad ideológica que no podemos desconocer: el avance de las ultraderechas, los populismos de cualquier sentido, los neofascismos o los fanatismos ideológicos que llevan a los fundamentalismos de cualquier índole. Estos extremismos inciden adversamente en el desarrollo de una educación democrática.

 

No hay mucho que discutir sobre este tema. Las grietas, polarizaciones y prejuicios instalados en la estructura social dan cuenta de ello. Tampoco es posible construir democracia con un sistema de medios y redes que expresan violencia simbólica, mentiras llamadas fake news, desinformación, discursos contradictorios, y hasta perversos y deshumanizados que alimentan el imaginario social.

 

Es así que, para la formación de un ciudadano, la educación y la comunicación deben integrarse indisolublemente. No hay educación sin comunicación, ni comunicación sin educación. Los que entienden de educomunicación saben que la misma construye una mirada holística de la realidad que conjuga saberes, diferencias y reconoce la complejidad; que desarrolla la dimensión crítica y, al mismo tiempo, la creativa propositiva que marca la posibilidad de cambio y reconoce el valor de lo comunitario y colectivo.

 

El cambio social para la democracia no se sostiene en sujetos nihilistas o escépticos. Es más, sus discursos se tornan peligrosos porque no contribuyen, no construyen, son vacíos y generan un campo para el descreimiento y hace caer a los confundidos o cómodos en un vacío que se llenarán con otros intereses. En la política, los únicos espacios vacíos son los que uno esta dispuesto a dejar.

 

Las democracias han sufrido, en los últimos tiempos, una circulación de discursos que transitan con la complicidad del poder político y los medios de comunicación hegemónicos, agravados, en algunos casos, con el respaldo del sistema jurídico.

 

Es notorio cómo esos discursos apelan a la difamación, al descrédito y al cinismo, rozando muchas veces la perversión. Asistimos a una degradación del discurso político, lo que deriva en una naturalización y consecuente aceptación por parte de la ciudadanía. Parecería no importar la contradicción, la deformación de los hechos y el exceso agresivo del discurso; se acepta el “todo vale”.

 

Se observa, en el panorama democrático, la emergencia de líderes con propuestas violentas y radicales como vías de solución a los problemas. Y, lo más preocupante, es que parece sustanciarse una anomia social que no advierte ni reacciona sobre la baja calidad humana de la figura política. Se aceptan líderes inconsistentes en su visión política, con falta de sensibilidad hacia la gente. Inclusive, con una carencia de conocimientos sólidos para saber gestionar la complejidad del poder y las necesidades reales del pueblo, sus representados.

 

La mayoría ciudadana ha olvidado el principio esencial de la democracia, implícito en la palabra que la define y significa -“demos” (δῆμος), que significa “pueblo”, y “kratos” (κράτος) -que es, ni más ni menos que “la soberanía la tiene el pueblo que la ejerce directamente o por medio de sus representantes”.

 

El primer paso a dar es simple y urgente: hay que retroceder al principio y analizar las ventajas de más de 2.500 años de experiencia con la democracia para saber qué es lo que hay que corregir o cambiar. Contamos con la educación para lograrlo.

 

*Educomunicador, presidente de SIGNIS ALC y Director del Departamento de Educación para los medios de SIGNIS Mundial.

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