En muchos medios televisivos se naturaliza una violencia invisible.
En los medios audiovisuales de la República Argentina desde hace tiempo apremia la urgencia. Esto conduce a construir mensajes contra reloj, y atenta contra la comunicación hecha con responsabilidad. Se atropella la sensatez, se obra desinformando, sin chequear fuentes e institucionalizando mensajes con opiniones de un solo sector. Hay otra porción de la población, habitualmente vulnerada, con menos llegada a los medios, que permanece sin pantalla, excepto cuando se los pone como protagonistas de hechos policiales/criminales.
Amparados bajo la excusa de cumplir con la necesidad de la inmediatez exigida, en muchos medios televisivos se naturaliza una violencia invisible, porque cuando se oculta una parte involucrada, se define que algunos sectores siempre tengan pantalla/palabra y otros nunca, para dar la sensación de que “no están”, o lo que es peor, sin decirlo se transmite que están en su submundo, cosa que también constituye un acto de violencia.
Cuando un noticiero arranca diciendo “otro caso de inseguridad en nuestra ciudad protagonizado por jóvenes”, está siendo parte de un homicidio colectivo, el que supone que “eliminando cuestionables sectores de nuestra población”, ciertos problemas graves se solucionarán. Porque, básicamente, el problema es “ellos o nosotros”. Y ellos son malos y peligrosos, por lo tanto en esta diferenciación, los que se reconocen como “nosotros” son los buenos que pueden juzgar y condenar sus acciones. Pero para hacer esto, hay que sacarles su condición humana, y para lograrlo, se instala una mirada parcial, que supone tener la verdad, que es la de “nosotros”. Se los conceptúa sin darles voz y se produce un efecto colectivo, porque con el accionar de ellos, nosotros sufrimos. Lejos está de ser democrática esta mirada, al contrario, es parcializada y condena sin dar lugar al cuestionamiento.
Es una condena catódica urgente, catártica. Pero también comprensible: faltan las voces que acallen esos “pedidos de justicia”. Entonces hay violencia desde lo que no se dice. Y esto está avalado desde hace tiempo por gran parte de nuestra sociedad, que actúa corporativamente y reivindica discriminar la pantalla. Lo que habría que revisar es cómo se aborda la condición humana desde los medios televisivos, que se instale la pregunta “¿Qué pasa con el otro?” Contestar esta pregunta implicaría un primer paso para quitar del medio la deshumanización, porque cumpliría con los derechos de esos otros a expresarse, a tener opinión y ser también escuchados, que dejen de ser “cosas”, implicaría pensar en hacer circular la palabra para “darles” a “ellos” la posibilidad de mostrar su condición tan humana como la de “nosotros”. Y que esa posibilidad sea para escuchar a “esos distintos” con atención en diferentes acciones, para que su aparición en las pantallas no sea estigmatizante, que no se muestre solo el recorte de la realidad que exige la cobertura de una actividad ilícita protagonizada por “ellos”. Las cosas que no se cuentan, y que no son tenidas en cuenta. Y esto instala el miedo: no conocer a “ellos” más que por las referencias que se hacen en la televisión situándolos como delincuentes. Pero en los lugares denominados villas o barrios marginales (al margen de qué), vive todo tipo de gente, que realizan todo tipo de actividades. Los demás establecen su grado de marginalidad, no es algo elegido por “ellos”.
Ahora, son pocos los programas que los muestran como personas que no solo sobreviven en condiciones precarias, sino que piensan, tienen opinión y sueños, como todos.
Si profundizamos, debemos pensar que la denominación “medios masivos” no es exacta. Son medios parciales, que además no saben tratar con “ellos” aun cuando se lo propongan, muchas veces hablan “de ellos” con buena intención, pero no “con ellos”, falta diálogo, entonces la mirada de los medios televisivos es siempre desde la extrañeza, el pobre es un ser exótico, el estigma es difícil dejar de lado. Ahora, ellos también ven televisión todos los días, y ven que son tratados como los diferentes, los que no pertenecen, de los que se habla mal sin derecho a réplica, sin ser verdaderamente reflejados, se genera una representación de “ellos” a partir de la suposición desinformada y no pocas veces tendenciosa.
En Argentina, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, derogada parcialmente por el nuevo gobierno en los aspectos que hacen a la desconcentración de medios, fue debatida por amplios sectores sociales y actores de toda la sociedad civil, constituyendo en su sanción un notable avance en lo que respecta a la ´perspectiva de pluralidad de voces y dar voz a los que no tienen voz, tal el caso de pueblos originarios o las organizaciones comunitarias y no gubernamentales. Sin embargo, sancionada en 2009 sufrió continuas trabas legales o errores de gestión en su aplicación, lo que ha retardado sus posibles efectos transformadores. Si bien la eliminación de los artículos de la ley en su potestad para regular la televisión de pago tan difundida en el país y la eliminación del articulado referido a la desconcentración no son buenas noticias para la pluralidad de voces, aún hay muchos espacios desde donde seguir trabajando hasta que se sancione una nueva ley.
Signis Argentina viene participando en este proceso, específicamente en el campo de la comunicación para la infancia, por la protección de los derechos de los niños, niñas y adolescentes, la promoción de un audiovisual de calidad para la infancia y para que niños, niñas y adolescentes cumplan con su derecho a expresar sus voces, integrando el CONACAI (Consejo Asesor de la Comunicación Audiovisual para la Infancia) desde 2011. Hoy bregamos por la continuidad institucional de esta instancia, comprometidos en dar visibilidad a quienes no tienen voz, a los marginados de toda justicia y para incidir socialmente no para continuar formando guetos e inclusión selectiva, sino para hacerlos verdaderamente visibles, no para que se crucen a nuestra vereda, porque tenemos miedo de cruzarnos a la de ellos, sino para que ellos puedan expresar su verdad.
artículo de Miguel Monforte y Adrián Baccaro, de SIGNIS Argentina, publicado en el boletín Punto de Encuentro, mayo 2016
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