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SIGNIS ALC

07 noviembre 2022

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Desandar el duálogo que confronta para caminar el diálogo que teje encuentros

Desandar el duálogo que confronta para caminar el diálogo que teje encuentros

Adalid Contreras Baspineiro*

 

Duálogo”, es el término con el que Abraham Kaplan define los eventos en los que uno espera que el otro termine de hablar para dar rienda suelta a la exposición de sus ideas con palabras enmarcadas en un libreto, sin importar lo que piensen/digan los otros. No tienen el propósito de generar diálogos, sino tan solo de ser escuchados. Expresa una posición intransigente. En muchas experiencias de diálogos fallidos, los cultores del duálogo exponen y abandonan el local, dejando a los otros sin interlocutores y al ambiente con la sensación de un acto de soberbia autoritaria. Es un monólogo a dos o más voces que se alimenta de las disonancias, los egos y los odios y que, así y todo, se ha naturalizado como legítimo en nuestro mundo polarizado.

 

En el otro extremo está el diálogo, que en su acepción más general se refiere al intercambio recíproco de información entre dos o más interlocutores que interactúan ejerciendo rotativamente roles de emisor y de receptor. Proveniente del griego día que significa a través de y logos que significa conocimiento y también palabra, diálogo viene a ser el intercambio de conocimientos (y de experiencias y propuestas) a través de la palabra. Es conversación y esencialmente entendimiento con mutuas correspondencias y dinámicas bidireccionales de intercambio y construcción de sentidos, o sea de comunicación, en un proceso sociocultural de puesta en común, participación e interacción.

 

Exponer sin escuchar, o sea dualogar, no es dialogar, es incomunicar. Como sabemos, la comunicación empieza en la escucha que supone aprehender, interpretar, valorar, compartir, relacionarse e intercambiar criterios y sentidos de vida. Desde esta perspectiva, en el diálogo intervienen tres factores: la voluntad de escuchar, la capacidad de escuchar y la voluntad y capacidad de comprender y entenderse para construir sentidos y propuestas. Sin estos elementos no existe diálogo, sino meros ejercicios de gimnasia verbal.

 

El primer y más elemental requisito es la voluntad de diálogo. Sin ella no existe diálogo posible. Si bien se constituye en un prerrequisito para el diálogo, debe entenderse también como un producto del diálogo constituyéndose permanentemente. Voluntad es la manifestación de la intención de hacer algo, pero con fines de diálogo es además la posibilidad de decidir libremente, sin imposiciones, sino mediante intercambios argumentados y respetuosos de criterios. Por eso es válido reconocer con el Papa Francisco que la voluntad de diálogo es “escuchar con los oídos del corazón”, o como expresan los pueblos del Abya Yala, es “escuchar con todos los sentidos”, para compartir y construir acuerdos.

 

Voluntad de escuchar es saber aproximarse a la realidad, saber ver, sentir, palpar y contar esa realidad a partir de la experiencia compartida con los otros, los interlocutores, y de la complejidad de la misma realidad. Escuchar no es sólo oír, sino un acto de comprensión donde las palabras, los gestos y las acciones, en su contexto, hacen una unidad que define las formas de relacionamiento con los otros y con el mundo, convirtiéndose en un compromiso, porque al ser expresados pasan a pertenecerle al que escucha aprehendiendo, unas veces encaminando acuerdos y otras profundizando las polarizaciones. Se habla y se escucha con palabras y con acciones, y es muy común que las palabras digan una cosa y las acciones otra. En las percepciones pesan más los hechos que los dichos y refrendar las palabras con los actos es una expresión de la voluntad de diálogo.

 

Por su parte, la capacidad de escuchar implica saber sintonizar los sentipensamientos de los otros, para establecer qué piensan, miran, sueñan, escuchan, interpretan y proyectan desde sus propias historias y constituciones sociales y culturales. La capacidad de escuchar es una actitud esencialmente ética que busca comprender, valorar y respetar la palabra del otro saliendo de los ensimismamientos que llevan a situaciones de entropía en las que uno sólo se escucha a sí mismo. Superar esta desviación no es fácil, por esto el Papa Francisco dice que “escuchar es como un sacrificio de sí mismo” para ir al encuentro del otro cuidando las palabras con un uso responsable y respetuoso del lenguaje. En la misma línea, Jürgen Habermas dice que el lenguaje monológico disociado de su uso comunicativo, para poder aportar al diálogo requiere transformarse en un ejercicio ético-político de la escucha y de la palabra argumentada.

 

En pocas palabras, capacidad y voluntad de dialogar partiendo de la escucha es una exigencia ética (de relación con respeto), estética (de atención al otro), pedagógica (aprender del y en relación con el otro) y democrática (intercambiar criterios con argumentos). Por lo dicho, saber escuchar es un proceso indesligable del acto de entendimiento con el otro, el interlocutor, en un contexto sociocultural y político determinado. La consideración del otro consagra las relaciones de alteridad, puesto que toda pregunta por el otro remite a alguien que es diferente, en distintos grados, unas veces con pensamientos cercanos y otras totalmente contradictorios. En cada condición particular se tienen que saber trabajar voluntades y capacidades para entenderse.

 

Siguiendo a Emmanuel Levinas, digamos que el otro tiene que ser reconocido con rostro, palabra, mirada y discurso porque tienen poder de significación y de sentido, no son artículos receptores, sino vasos comunicantes, seres que sentipiensan. Con el diálogo se trata de buscar la comprensión con los otros en una relación de pluralidad mediada por la libre y responsable construcción de la palabra y de la práctica social concertada. En estas relaciones, como dice Hannah Arendt, se trata de estar juntos, aceptando que los otros son diferentes, y que en tal diferencia gozan de legitimidad y condicionan un necesario y enriquecedor pluralismo para aceptar otras formas de ser, diferentes de las propias. En este pluralismo están contenidos trasfondos históricos que también hablan y deben ser escuchados porque muchas veces son los contenidos reales que no reflejan los hechos visibles. Por eso el diálogo articula los hechos concretos, cercanos, con sus causas y sus posibles derivaciones, o la memoria corta y la memoria larga.

 

En sociedades y momentos históricos de crisis multidimensional como los que estamos viviendo, en diferentes coyunturas y con cualquier tema, suelen hacer su presencia problemáticas estructurales irresueltas como el regionalismo, las diferencias étnicas, las diferencias de clase, la pobreza o el desarrollo sostenible, que desde el trasfondo se convierten en temas de irrenunciable diálogo para tejer acuerdos.

 

Voluntad y capacidad de diálogo se convierten juntos en las condiciones para el diálogo. Idealmente deberían estar resueltos antes de encarar procesos de puesta en común de discursividades distintas, pero en los hechos, por lo general, se hacen parte de los resultados del diálogo, conformándose procesualmente como la infraestructura que sostiene la capacidad de intercambios con respeto. Hacen parte de esta base, concretizando la voluntad y la capacidad, la existencia de argumentos, la capacidad de respeto, el uso adecuado del lenguaje que permite reflexionar críticamente, las mediaciones oportunas cuando son necesarias y, de modo permanente, la transparencia y la capacidad de sorprenderse positivamente con los logros procesuales que alcanza todo diálogo. Véase cómo diálogo es, en sí mismo, un proceso de permanente transformación.

 

En suma, saber dialogar demanda aprendizajes para abandonar el vicio de confrontar, o al revés, la capacidad de desaprender lo que confronta. Saber dialogar son también aprendizajes para desenredar los nudos de la intolerancia y para borrar las huellas del desprecio que lacera los sentimientos. Saber dialogar implica manejar adecuadamente las palabras y los tonos con los que se las expresan. Siendo el diálogo cuestión de dos, requiere salir de la lógica de las radicalidades y de la de vencedores y vencidos. Si hay un ganador debe ser siempre la sociedad del bien común. El duálogo confronta y polariza, el diálogo teje encuentros.

 

* Sociólogo y comunicólogo boliviano. Director de la Fundación Latinoamericana Communicare. Ex secretario ejecutivo de OCLACC (hoy SIGNIS ALC).

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