Bogotá, Colombia.- Aurelio Moncada es el párroco de Capurganá, en el municipio de Acandí, en el departamento del Chocó, al noroccidente, cerca de la frontera colombo-panameña. Esta es una tierra de tránsito de miles de migrantes que van en pos del sueño americano. Cuenta el sacerdote que la primera tragedia vivida –recién designado– fue la del 28 de enero de 2019 cuando una embarcación zozobró a pocos kilómetros del muelle del corregimiento. “Cero y van tres”, explica a SIGNIS ALC como si se tratara de un partido de fútbol, donde la impunidad hace sus trampas, mete sus zancadillas.
“Se encontraron 21 cuerpos que fueron enterrados en el cementerio de Acandí, los sobrevivientes siguieron su tránsito a Panamá a los pocos días por las trochas; todos recordamos las causas; sobrecupo, sobrepeso, motoristas embriagados, sin chaleco salvavidas los migrantes y exceso de velocidad; en aquella ocasión el costo por pasajero fue de 150 dólares. Cero y va uno”, recuerda.
Primer tiempo
18 de diciembre de 2020. Son las 9 y 40 de la noche. Todos pagaron 300 dólares por cabeza, suma que pagaron en algún punto de las playas de Necoclí. Así indica Moncada cómo uno de los sobrevivientes del naufragio (que lo llamaremos el papá de Isabela), registrado ese lúgubre día de diciembre “me lo narró” para agregar: “Inicialmente nos embarcaron a 11 personas y de un momento a otro resultamos 21, no nos dieron chaleco salvavidas, durante la travesía viajamos bastante apretados, apenas podía mover los dedos de los pies; era la 1 y 40 de la madrugada cuando la primera ola nos embistió e hizo cambiar la dirección del bote, una segunda inundó el bote y la tercera nos volcó”. Todo fue caos.
Allí en esa embarcación el papá de Isabela, un joven cubano, salvó a su hija de 18 meses de nacida: “En la segunda ola mi esposa coloca la niña en mis brazos, en Cuba soy persona que vive cerca al mar, con la mano derecha levanté a mi hija por encima del agua y daba brazadas con el izquierdo, después de nadar sin rumbo durante un rato me topé con una cuerda, un compañero que venía cerca detectó que era un bote varado y se subió rápidamente y recibió a mi hija; acudieron otros botes que al escuchar los gritos vinieron a auxiliarnos y pudimos salvarnos todos; en total viajábamos 20 adultos y 1 una niña”. Cero y van dos.
Segundo tiempo
Son las 5 y 40 de la tarde en alguna playa de Turbo. Es un 3 de enero del año nuevo 2021. Esa tarde zarpó de Capurganá una embarcación con 17 adultos y 4 niños, claro está para una embarcación con capacidad para ocho personas. Así comienza la historia de Esneider, uno de los sobrevivientes del primer naufragio registrado en la zona este año. El padre Aurelio lo acogió. Lo cierto es que tras pagar 350 USD por persona, iniciaron la travesía mortal travesía por el golfo de Urabá en un bote con motor 75, ante un mar embravecido y después de varias horas de recorrido, el bote se volcó y al dar la vuelta nos golpeó y uno de los compañeros.
Todos eran migrantes haitianos, según explica Esneider. Además por la mezcla del combustible y el agua salada, sufrió quemaduras en un 40 por ciento de su cuerpo: “Naufragamos cerca a bahía Pinorroa a escasos 25 minutos de Capurganá, sobre la 1:30 de la madrugada. Aparecieron dos cuerpos de niño y dos adultos, ninguno llevábamos chaleco salvavidas”. Cero y van tres.
Tiempo añadido
El padre Moncada no desestima ninguna de estas historias. Son muchas con las que pudiera escribir un libro. Ha notado algo curioso en estos tres eventos: “Me llama la atención que en los 3 naufragios se repite el número 21, sin embargo, me causa más impresión la indiferencia de todos los responsables en el país en relación al manejo que se la da a la migración”.
Incluso “en el mes de octubre los cerca de 400 migrantes que estaban en el coliseo de Necoclí desaparecieron”, para el presbítero esto es un mal signo: “La migración desde entonces se desactivó, dando oportunidad a mucha gente que se aprovecha que la frontera está cerrada para ofrecer el traslado por otros caminos a los migrantes en condiciones infrahumanas”. La impunidad campante.
Por eso “levanto mi voz en nombre de los ciudadanos extranjeros e insto al gobierno y a las autoridades locales a buscar una salida inteligente y humana a tan grave problema”, que a su juicio seguirá en aumento, puesto que los migrantes con vocación de permanencia en Brasil, Chile, Perú “han quedado sin empleo”, puesto que la masiva llegada de venezolanos, en su desespero, “se ofrece por un salario por debajo del oficial”.
Esto ha obligado a muchos “a buscar el sueño americano, de donde se deduce que en los próximos días estarán arribando a Colombia cientos de ellos”. ¿Será que los gobiernos se ponen de acuerdo para evitar esta goleada?
Redacción: Ángel Alberto Morillo, corresponsal de SIGNIS ALC en Colombia