Carlos Ayala Ramírez (꙳)
- Humanización, criterio ético para pensar la práctica de los medios de comunicación social
La ética de las comunicaciones sociales se plantea un problema decisivo: si la comunicación social, con todo su desarrollo tecnológico, está llevando al ser humano a ser más consciente de su dignidad, a ser más responsable, más abierto a los demás, más sensible a ante el sufrimiento humano, más solidario con los grupos de mayor vulnerabilidad. O si, por el contrario, como afirman algunos críticos, la sociedad contemporánea llamada sociedad de la información y del conocimiento, está creando, contradictoriamente, cada vez más incomunicación y soledad entre las personas. Dicho en otras palabras, si la comunicación está humanizando o deshumanizando.
Como se sabe, la humanización es principio fundamental de la ética cristiana. Su significado básico fue expresado por Pablo VI en relación con el desarrollo económico, pero que, obviamente, puede extenderse a otros ámbitos. En la encíclica Populorum progressio (1968), el papa utilizó dos fórmulas para definir el “verdadero desarrollo”. Este implica, en primer lugar, “el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas” (n.20). En el plano de la conciencia colectiva y la formación de valores – ámbito propio de los medios de comunicación – la mayor humanidad se identifica con la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura, el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la cooperación en el bien común, la voluntad de paz, y el reconocimiento de los valores supremos (n.21).
El término tiene, en segundo lugar, un carácter inclusivo e integral. La encíclica habla de “promover a todos los hombres y a todo el hombre” (n.14). La humanización es, por tanto, realización integral de cada persona y de todos los seres humanos.
A Pablo VI también le correspondió proclamar el primer mensaje de la Jornada Mundial de las Comunicaciones, instituida en 1967 por voluntad expresa del Concilio Vaticano II, con el propósito de “formar las conciencias frente a las responsabilidades que incumben a cada individuo, grupo o sociedad, como usuarios de estos medios”. En este primer mensaje se puso el fundamento de lo que podríamos llamar una “comunicación con humanizadora”, esto es, una comunicación que cultiva lo humano en su dimensión más positiva y plena. Hablamos del respeto y valoración de la dignidad humana, de la empatía y compasión con y por el otro, de la calidad de la conciencia colectiva que solo se logra cuando se favorece la racionalidad, la participación ciudadana informada, la verdad y el bien común. En esta línea las siguientes palabras, pronunciadas por Pablo, VI fueron muy indicativas:
Así como [los medios] tienen el derecho de no estar condicionados por indebidas presiones ideológicas, políticas, económicas, que limiten la justa y responsable libertad de expresión de los mismos, de igual modo su diálogo con el público exige el respeto por la dignidad del hombre y de la sociedad. Que todos sus esfuerzos […] se dirijan a difundir la verdad en las mentes, la adhesión al bien en los corazones, la acción coherente en las obras; de este modo contribuirán a la elevación de la humanidad y darán un aporte constructivo para la edificación de una sociedad nueva, más libre, más consciente, más responsable, más fraternal, más digna.
Por otra parte, el conocido moralista Marciano Vidal, habla de que la meta de la comunicación social es la humanización. Este criterio, a su juicio, puede ser expresado desde diversas perspectivas, una de ellas es la de situar el bien común como valor decisivo. Así se concibe en la Instrucción Pastoral sobre los medios de comunicación social, Communio et progreso (CP), cuando afirma que, “el conjunto de las obras llevadas a cabo por los Medios de comunicación, en cada lugar, debe juzgarse y valorarse en la medida en que sirvan al bien común, esto es: sus noticias, su arte y sus diversiones han de ser útiles a la vida y progreso de la comunidad” (CP 16). En palabras de Vidal, la finalidad de los medios de comunicación social consiste en conseguir cotas cada vez más elevadas en el proceso de humanización. Y nuestro planteamiento es que los medios de comunicación humanizan cuando se facilita la participación informada de los ciudadanos, cuando se hace central la realidad de mayorías que claman justicia, cuando la comunicación se pone al servicio de la verdad y en contra del encubrimiento o la falsedad, cuando se contribuye para que haya familia humana.
El presente trabajo explora los aportes que el papa Francisco ha dado a esta urgente necesidad de humanizar la comunicación. El tema aparece abordado, en principio, de manera colateral, en la primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium (2014), donde el papa señala algunas problemáticas que se presentan en el mundo mediático, a saber: constata que estamos en la era del conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un poder muchas veces anónimo (n.52); se hace eco de los obispos africanos que denuncian a los medios de comunicación social, los cuales, al estar dirigidos mayormente por centros de la parte Norte del mundo, no siempre tienen en la debida consideración las prioridades y los problemas propios de estos países, ni respetan su fisonomía cultural” (n. 62); reproduce la preocupación de los obispos de Asia quienes han subrayado los influjos que desde el exterior se ejercen sobre las culturas asiáticas. Ellos indican que “están apareciendo nuevas formas de conducta, que son resultado de una excesiva exposición a los medios de comunicación social. Eso tiene como consecuencia que los aspectos negativos de las industrias de los medios de comunicación y de entretenimiento ponen en peligro los valores tradicionales” (n.62); advierte que vivimos “en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear los problemas morales. [En consecuencia], se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente…” (n.64).
Ahora bien, el tema es abordado de forma explícita en los mensajes que el obispo de Roma ha promulgado a propósito de las Jornadas Mundiales de la Comunicación. Hasta la fecha, cinco han sido los mensajes que el papa Francisco ha divulgado respecto a la realidad y desafíos de los medios de comunicación social: XLVIII JMC, 2014, La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro; XLIX JMC, 2015, Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor; L JMC, 2016, Comunicación y misericordia: un encuentro fecundo; LI JMC, 2017, No temas que yo estoy contigo. Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos; y LII JMC, 2018, La verdad nos hará libres. Fake news y periodismo de paz. Veamos su visión sobre lo que puede significar el carácter humanizador de los medios.
- Aporte del papa Francisco a la humanización de los medios de comunicación social
- El poder de la comunicación como proximidad
En su primer mensaje, el papa hace dos constataciones y una propuesta. Señala, en primer lugar, que hoy día vivimos en un mundo en el que puede ser más fácil estar cerca los unos de los otros, gracias al desarrollo de los transportes, las tecnologías comunicativas y la globalización. Sin embargo – anota como segunda constatación – en la humanidad aún quedan divisiones muy marcadas y escandalosas. Entre ellas, “la distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres”. En pocas palabras, “el mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza”.
Frente a esta realidad, el obispo de Roma considera que “los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos”. En esta línea, menciona que “Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos”. A su vez, advierte que existen aspectos problemáticos. En este sentido, enlista los siguientes:
La velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos.
Ante estos límites el papa Francisco propone recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma, lo que requiere saber escuchar, como condición de posibilidad para “aprender a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones”.
Ahora bien, ¿cómo se expresa el valor de la “proximidad” en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? El Papa descubre una respuesta en la parábola del buen samaritano que, a su juicio, es también una parábola del comunicador, porque quien comunica se hace prójimo, se hace cercano. Más todavía, el buen samaritano, explica el Papa, no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Por tanto, desde perspectiva de la “proximidad”, comunicar significa tomar conciencia de que somos humanos. Por el contrario, cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre de la parábola: apaleado y abandonado por los bandidos.
Desde ese ejemplo, el papa sostiene que no basta con pasar por las “calles” digitales, es decir, simplemente estar conectados. Es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. Y recuerda que el mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar solidaridad. En consecuencia, la red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas. Rememora también una dimensión propia del ser humano: su historicidad. En este sentido, afirma que la vida humana no es solo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. Clave que supere la lógica según la cual la noticia buena es la que causa impacto, la que hace del dolor humano un espectáculo.
La parábola del buen samaritano, entonces, se convierte en una parábola del comunicador cuando, según el Papa, la comunicación se constituye en “aceite perfumado para el dolor y en vino nuevo para la alegría”. Cuando la “luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y ternura, a quien encontramos herido en el camino”. Para Francisco en este contexto se puede hablar de la revolución de los medios de comunicación y de la información como un desafío grande que requiere energías renovadas y una imaginación nueva.
- La familia, paradigma y desafío de toda comunicación
En 2015, el mensaje de nuevo se enfocó a considerar la comunicación como una realidad que tiene que ver con la cultura, y no solo con los medios y contenidos. En este sentido, asume como punto de referencia la familia, y la idea fuerza es que ella es la primera instancia donde aprendemos a comunicar. En consecuencia, se plantea que “volver a este momento originario nos puede ayudar a comunicar de modo más auténtico y humano”.
En esta línea, se recuerda que la familia no es un campo en el que se comunican opiniones o se libran batallas ideológicas, sino un ambiente en el que se capacita para comunicar en la proximidad. Una comunidad que sabe acompañar, festejar y fructificar. Un lugar donde se ejerce la narratividad, “donde se aprende que las vidas están entrelazadas en una trama unitaria, que las voces son múltiples y que cada una es insustituible”. De ahí que se le designe como modelo y desafío de toda comunicación. De ese referente se infiere la necesidad de “volver a aprender a narrar, no simplemente a producir y consumir información […] La información es importante pero no basta, porque a menudo simplifica, contrapone las diferencias y las visiones distintas, invitando a ponerse de una u otra parte, en lugar de favorecer una visión de conjunto”.
Para el obispo de Roma, la familia es el «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia» (Exort. ap. Evangelii gaudium, 66): diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida. En la familia – prosigue el Papa – se aprende a hablar la lengua materna, es decir, la lengua de nuestros antepasados. Ahí se percibe que otros nos han precedido, y nos han puesto en condiciones de existir y de poder generar vida.
Ante las preguntas, ¿qué es lo que hace entender la familia como paradigma de la comunicación y qué valores posee este grupo primario que pueden ser potenciados por los medios de comunicación social? la respuesta del Papa, en su mensaje, destaca los siguientes rasgos: la construcción de proximidad expresada en la capacidad para abrazarse, sostenerse, acompañarse; la reducción de las distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros; además, en un mundo donde tan a menudo se maldice, se habla mal, se siembra cizaña, se contamina el ambiente humano con las habladurías, la familia puede ser una escuela de comunicación como bendición.
En suma, la familia enseña a los medios la capacidad de escucha (hacerse cargo de los clamores de los más vulnerables), la actitud de la proximidad (estar con la gente), acoger en lugar de combatir (posibilitar familia humana).
Por otro lado, el Papa también menciona no solo lo que los medios pueden aprender de la familia, sino lo que estos pueden influir sobre ella. Al respecto señala que hoy, “los medios de comunicación más modernos, que son irrenunciables sobre todo para los más jóvenes, pueden tanto obstaculizar como ayudar a la comunicación en la familia y entre familias”. Y explica, “que la pueden obstaculizar si se convierten en un modo de sustraerse a la escucha, de aislarse de la presencia de los otros, de saturar cualquier momento de silencio y de espera, olvidando que el silencio es parte integrante de la comunicación. En cambio, pueden favorecerla cuando “ayudan a compartir, a permanecer en contacto con quienes están lejos, a agradecer y a pedir perdón, a hacer posible una y otra vez el encuentro”.
- Comunicación y misericordia
En el año del Jubileo de la Misericordia, el mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2016, se tituló “Comunicación y misericordia: un encuentro fecundo”. La idea fuerza del texto es que este vínculo es fructífero “en la medida en que genera una proximidad que se hace cargo, consuela, cura, acompaña y celebra. [En consecuencia], en un mundo dividido, fragmentado, polarizado, comunicar con misericordia significa contribuir a la buena, libre y solidaria cercanía entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad”.
En ese contexto, el Papa comenta que “es hermoso ver personas que se afanan en elegir con cuidado las palabras y los gestos para superar las incomprensiones, curar la memoria herida y construir paz y armonía. Las palabras pueden construir puentes entre las personas, las familias, los grupos sociales y los pueblos”. Y esto es posible tanto en el mundo físico como en el digital. Por tanto, que las palabras y las acciones sean apropiadas para ayudarnos a salir de los círculos viciosos de las condenas y las venganzas, que siguen enmarañando a individuos y naciones, y que llevan a expresarse con mensajes de odio.
Comunicar con misericordia es utilizar el poder de la comunicación al servicio del encuentro y la inclusión. Es tomar en serio las necesidades, angustias y esperanzas del otro. Es situarlo como referente y luz de la comunicación. Y uno de los requisitos fundamentales para que esto sea así es el examen crítico respecto al lenguaje que se usa para comunicar la realidad, que no pocas veces termina encubriéndola o distorsionándola, según favorezca el propio interés o ideología. En este sentido, debemos prestar mucha atención a las siguientes palabras que encontramos en este mensaje del papa:
Hago un llamamiento, sobre todo a cuantos tienen responsabilidades institucionales, políticas y de formar la opinión pública, a que estén siempre atentos al modo de expresarse cuando se refieren a quien piensa o actúa de forma distinta, o a quienes han cometido errores. Es fácil ceder a la tentación de aprovechar estas situaciones y alimentar de ese modo las llamas de la desconfianza, del miedo, del odio.
En el análisis de esta cuestión, vale la pena recordar lo que hace unos años el teólogo Jon Sobrino señalaba al referirse a un tipo de lenguaje usado en la comunicación, y que lleva a diluir la escandalosa inequidad del mundo. Afirmaba que hoy día se habla de “países en desarrollo”, y en lenguaje más humano, de los “excluidos”. Con esto, explicaba, “se quiere decir que algo anda mal, pero este lenguaje no comunica todo lo mal que anda el mundo”. De ahí que proponía un lenguaje que descubra y no encubra esta realidad. Y desde la comunicación con espíritu, que exige buscar y comunicar verdad, recurre a la metáfora del “pueblo crucificado”, que, a su juicio, expresa muerte infligida, no natural, a la que están sometidas las mayorías. “Estas mueren por lo que otros hacen contra ellas, por lo que acumulan excluyéndolas y por lo que dejan de hacer, desatendiéndolas”. La contrapartida, según Sobrino, es la comunicación con espíritu, que significa poner la palabra, el lenguaje y la comunicación al servicio de la verdad.
La exhortación del Papa y el análisis de Sobrino, en cuanto al uso del tipo de lenguaje que usamos en la comunicación, advierten de dos peligros: la estigmatización de personas y grupos (mancillar su dignidad) y el ocultamiento del drama de la injusticia social.
¿A qué están llamados, pues, los medios de comunicación a la luz de este mensaje papal? Se les convoca a “dejarse inspirar por la misericordia”, lo que implica volver con profundidad al principio ético que proclama no solo que la persona y la comunidad son el fin y la medida del uso de los medios, sino algo más desafiante: la realidad que sufren y padecen los pobres, sus clamores y esperanzas deben ser centrales en la comunicación. Esto significa escuchar sus clamores, corresponderles, valorarlos, respetarlos, y empoderar su palabra. Para el obispo de Roma, escuchar es mucho más que oír. “Oír hace referencia al ámbito de la información; escuchar, sin embargo, evoca la comunicación, y necesita cercanía. La escucha nos permite asumir la actitud justa, dejando atrás la tranquila condición de espectadores, usuarios, consumidores”. Más todavía, “escuchar quiere decir ser capaces de compartir preguntas y dudas, de recorrer un camino al lado del otro, de liberarse de cualquier presunción de omnipotencia”.
El encuentro entre comunicación y misericordia, propuesto por el Papa, tiene propósitos muy concretos: posibilitar la apertura al diálogo, eliminar toda forma de cerrazón y desprecio, y alejar cualquier forma de violencia y discriminación.
- Comunicar esperanza y confianza
La idea fuerza que escogió el papa Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2017, fue “Comunicar esperanza y confianza en nuestro tiempo”. ¿De dónde surgió la necesidad de plantear estos valores? Según un comunicado de la Secretaría de Comunicaciones del Vaticano, el mensaje pretende contrarrestar dos posibles enfermedades a las que puede llevar el sistema de comunicación actual: “anestesiar la conciencia” y “dejarse llevar por la desesperación”. Con respecto a lo primero, en el comunicado se afirma que es posible que la conciencia se cauterice debido a que los profesionales, los líderes de opinión y los medios de comunicación desarrollan su actividad lejos de los pobres, lo cual desemboca en la ignorancia de la complejidad de sus dramas y necesidades. Y al referirse a la segunda “enfermedad”, se señala que cuando la comunicación se vuelve espectáculo —más centrada en lo novedoso, insólito y escandaloso— se construyen acechanzas y peligros inminentes que llevan, personal y colectivamente, a la angustia y la desesperanza.
Frente a esta realidad, el Papa propone comunicar esperanza y confianza. Y eso pasa por romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Por supuesto, aclara el Papa, que “no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal”. Se busca, eso sí, “que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal”.
La humanización de la comunicación tiene que ver, en este plano, con “la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia”. Esto supone introducir una nueva perspectiva en el enfoque de la realidad comunicada: “ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia”, esto es, “una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza”.
Para el papa Francisco, bajo esta luz (el Evangelio de Jesús), “cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir”. Por eso, frente a lo que el Papa llama los “pecados de los medios”, es decir, la desinformación, la calumnia y la difamación, se proclaman tres exigencias éticas: amar la verdad, ejercer el oficio con profesionalidad y asegurar el respeto a la dignidad humana. El pontífice afirma que “las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva [por su fuerza ética y profética] en medio del drama de la historia, son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza”.
- Frente al encubrimiento o falseamiento de la realidad, la comunicación de la verdad
En 2018, el tema escogido para la jornada se denominó “Fake news y periodismo de paz”. Según el Papa, este quinto mensaje trata de responder al nuevo contexto de la comunicación cada vez más veloz e inserto dentro de un sistema digital, que ha facilitado el fenómeno de las noticias falsas. De ahí, la necesidad de hacer central el tema de la verdad que encare la mentira y el encubrimiento. El término Fake news “se refiere a informaciones infundadas, basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas”.
Según el mensaje, los contenidos de este tipo de noticias, a pesar de carecer de fundamento, obtienen una gran visibilidad porque cuentan con el uso manipulador de las redes sociales y de las lógicas que garantizan su funcionamiento. La realidad de la desinformación es considerada por el documento como un drama [deshumanizador] porque conlleva “al descrédito del otro, a presentarlo como enemigo, hasta llegar a la demonización que favorece los conflictos”. De este modo, “las noticias falsas revelan así la presencia de actitudes intolerantes e hipersensibles al mismo tiempo, con el único resultado de extender el peligro de la arrogancia y el odio. A esto conduce, en último análisis, la falsedad”.
En la línea de fortalecer la voluntad de verdad y contrarrestar el influjo de las noticias falsas, el Papa estima “loables las iniciativas educativas que permiten aprender a leer y valorar el contexto comunicativo, y enseñan a no ser divulgadores inconscientes de la desinformación, sino activos en su desvelamiento”. Asimismo, valora como muy positivas “las iniciativas institucionales y jurídicas encaminadas a concretar normas que se opongan a este fenómeno, así como las que han puesto en marcha las compañías tecnológicas y de medios de comunicación, dirigidas a definir nuevos criterios para la verificación de las identidades personales que se esconden detrás de millones de perfiles digitales”.
El Papa fundamenta este afán de verdad desde sus raíces bíblicas. En este sentido afirma que en la visión cristiana “la verdad no es solamente el sacar a la luz cosas oscuras, «desvelar la realidad», como lleva a pensar el antiguo término griego que la designa, aletheia […]. La verdad tiene que ver con la vida entera”. En su raíz bíblica tiene el significado de “apoyo, solidez, confianza” […] La verdad es aquello sobre lo que uno se puede apoyar para no caer. En este sentido relacional, el único verdaderamente fiable y digno de confianza, sobre el que se puede contar siempre, es decir, «verdadero», es el Dios vivo”.
Desde la inspiración cristiana, Francisco de Roma propone dos ingredientes que no pueden faltar para que nuestras palabras y nuestros gestos sean verdaderos. Habla de la liberación de la falsedad y búsqueda de relaciones libres entre las personas. Respeto al primer ingrediente, señala que para “discernir la verdad es preciso distinguir lo que favorece la comunión y promueve el bien, y lo que, por el contrario, tiende a aislar, dividir y contraponer”. En lo que se refiere al segundo componente, explica que la verdad “no se alcanza cuando se impone como algo extrínseco e impersonal; en cambio brota de relaciones libres entre las personas, en la escucha recíproca. Además, advierte que la búsqueda de la verdad debe ser una tarea permanente. Y la razón de ello es que la falsedad siempre está al acecho.
Ahora bien, una parte sustancial del mensaje está dirigido al ejercicio del periodismo, considerado por el Papa no solo un trabajo, sino una verdadera y propia misión: “el periodista, custodio de las noticias”. En cuanto tal, “tiene la tarea de recordar que en el centro de la noticia no está la velocidad en darla y el impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas. Informar es formar, es involucrarse en la vida de las personas”. Y desde la ética de la responsabilidad, entendida como la capacidad de dar respuestas eficaces a los principales problemas de la realidad, el Papa hace un llamamiento a los hombres y mujeres que ejercen esta vocación-profesión. Ante el protagonismo que suele caracterizar al periodismo y a los medios de comunicación, Francisco de Roma proclama la necesidad de promover un periodismo de paz. Las siguientes palabras, no requieren glosa alguna. Interpelan e inspiran:
Por lo tanto, deseo dirigir un llamamiento a promover un periodismo de paz, sin entender con esta expresión un periodismo «buenista» que niegue la existencia de problemas graves y asuma tonos empalagosos. Me refiero, por el contrario, a un periodismo sin fingimientos, hostil a las falsedades, a eslóganes efectistas y a declaraciones altisonantes; un periodismo hecho por personas para personas, y que se comprende como servicio a todos, especialmente a aquellos –y son la mayoría en el mundo– que no tienen voz; un periodismo que no queme las noticias, sino que se esfuerce en buscar las causas reales de los conflictos, para favorecer la comprensión de sus raíces y su superación a través de la puesta en marcha de procesos virtuosos; un periodismo empeñado en indicar soluciones alternativas a la escalada del clamor y de la violencia verbal.
El texto del quinto mensaje termina con una oración, muy conocida, de inspiración franciscana, pero en este caso adaptada a los medios de comunicación social. Constituye una buena síntesis de lo que aquí hemos llamado una comunicación que humaniza, esto es, aquella que se pone al servicio de una cultura del encuentro, fomenta la proximidad y el respeto a la diferencia, cultiva la compasión solidaria entre los pueblos y personas, genera esperanza y confianza, verdad y paz. En sus peticiones podemos encontrar una autocrítica y un horizonte de sentido para el mundo mediático. Lo dejamos como un corolario que hemos de tener presente para examinar esta misión de ser constructores de una comunicación que humanice. El interlocutor es el Padre Bueno, el Dios de la verdad.
Señor, haznos instrumentos de tu paz.
Haznos reconocer el mal que se insinúa en una comunicación que no crea comunión.
Haznos capaces de quitar el veneno de nuestros juicios.
Ayúdanos a hablar de los otros como de hermanos y hermanas.
Tú eres fiel y digno de confianza; haz que nuestras palabras sean semillas de bien para el mundo:
donde hay ruido, haz que practiquemos la escucha;
donde hay confusión, haz que inspiremos armonía;
donde hay ambigüedad, haz que llevemos claridad;
donde hay exclusión, haz que llevemos el compartir;
donde hay sensacionalismo, haz que usemos la sobriedad;
donde hay superficialidad, haz que planteemos interrogantes verdaderos;
donde hay prejuicio, haz que suscitemos confianza;
donde hay agresividad, haz que llevemos respeto;
donde hay falsedad, haz que llevemos verdad.
Amén.
—–
(꙳) Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología y de la Escuela de Pastoral Hispana de la Arquidiócesis de San Francisco, CA. Profesor jubilado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador.