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El (re)descubrimiento eclesial del ambiente digital: entre luces y sombras

SIGNIS ALC

01 abril 2020

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El (re)descubrimiento eclesial del ambiente digital: entre luces y sombras

El (re)descubrimiento eclesial del ambiente digital: entre luces y sombras

Moisés Sbardelotto*En estos tiempos de aislamiento y confinamiento, la Iglesia, en sus diversas expresiones, se ve desafiada a ser más “audaz y creativa” al repensar el estilo y los métodos evangelizadores (cf. Evangelii gaudium, n. 33). La pandemia de coronavirus está transformando la vida y la práctica de la Iglesia de varias maneras.

 

Frente a la suspensión de las misas y otros encuentros eclesiales en varias diócesis y parroquias de todo el mundo, comenzando por el Vaticano, en donde las celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual en sí no serán abiertas al público, la comunidad cristiana ha volcado su mirada y sus energías principalmente hacia el entorno digital.

 

En muchos países, Estados y ciudades que han cerrado prácticamente todo, la Iglesia puede continuar siendo, y quizás aún más, “en salida”, como pide el papa Francisco. Esta vez, sin embargo, a través de las “vías digitales”, que, como dice el Papa, también están “congestionadas de humanidad, muchas veces heridas: hombres y mujeres que buscan la salvación o la esperanza”.

 

Aún en 2002, Juan Pablo II ya decía que “la Internet puede ofrecer magníficas oportunidades para la evangelización”. Su sucesor, Benedicto XVI afirmó en 2013 que “el entorno digital no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino que es parte de la realidad cotidiana de muchas personas” y, por eso, “si la Buena Nueva no se da a conocer también en el entorno digital, podría quedar fuera del alcance de la experiencia de muchos”.

 

Hoy, el Papa Francisco también reitera que “la Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es una cosa buena, es un don de Dios”. Según él, “la red digital puede ser un lugar rico de humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas”.

 

Sin embargo, en este momento histórico y sin precedentes en la vida de la Iglesia y de las religiones en general, a menudo hay enfoques apresurados o distanciamientos recelosos al entorno digital. Eso dificulta que la pastoral, en el caso cristiano, se “encarne” más profundamente en la cultura emergente. Por esta razón, es importante prestar atención y reflexionar sobre algunas cuestiones comunicacionales que surgen ante este “signo de los tiempos” de la pandemia y que inciden en aspectos teológicos, eclesiológicos y pastorales de la relación entre la Iglesia y el entorno digital. El pensamiento del Papa Francisco, especialmente en sus mensajes para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, contribuye en este sentido.

 

Destaco aquí tres puntos específicos que demandan nuevas resignificaciones: las nociones de comunicación y relación; participación y presencia; y de comunidad. En el entorno digital, especialmente en tiempos de aislamiento social, esas experiencias se viven de manera innovadora y, por lo tanto, la forma en que las pensamos y enunciamos también necesita ser problematizada.

 

 Comunicación y relación, no solo transmisión, puesta en escena o exposición.

 

Circula en las redes un meme que, en un tono de buen humor, revela un poco lo que estamos viviendo en este tiempo de aislamiento social: “Tengo miedo de abrir la nevera y tener una ‘live’ en el interior”, es decir, otra transmisión en vivo …

 

Esto también vale para la Iglesia. Ante lo inédito de este “confinamiento litúrgico”, la respuesta casi automática de innumerables diócesis, parroquias y movimientos fue promover más transmisiones de la misa u otros momentos de reflexión, formación y oración a través de la televisión, la radio e Internet. En muchos casos, se percibe un esfuerzo muy grande por parte de los sacerdotes, religiosos o laicos, a menudo frente a diversas limitaciones tecnológicas, para que tales entornos de reunión se puedan ofrecer y, por lo tanto, se consiga superar el aislamiento y acortar distancias.

 

Frente a eso, un primer punto a destacar es que, en Internet, aquello que se transmite en vivo generalmente queda disponible en la red para que se pueda ver nuevamente más tarde, en cualquier momento. Pero, para toda la liturgia, especialmente para la celebración eucarística, el tiempo es un elemento fundamental. No hay “repetición” de la misa. El Directorio de Comunicación de la Iglesia en Brasil aclara este punto: “Toda la liturgia y, en particular, la Eucaristía, es el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor, que celebra la unidad y la comunión de una Iglesia viva. La transmisión por medios electrónicos, radio, televisión o internet, siempre debe ser en vivo. Una transmisión grabada, aunque tiene características evangelizadoras legítimas, no permite el vínculo entre la comunidad que participa en la celebración presencialmente y quien asiste a ella a distancia” (n. 100).

 

Las potencialidades de lo digital, por lo tanto, puede traer consigo algunos riesgos para la vida de fe. Como, por ejemplo, el fomentar un cierto automatismo y simplismo en las respuestas pastorales ante un escenario sin precedentes como el actual. Por lo tanto, en el afán de transmitir celebraciones y ritos, se corre el riesgo de transformar la celebración de la misa en un mero espectáculo, en una “puesta en escena” para ser exhibida. Y, por otro lado, olvidar que hay una persona al otro lado de la pantalla, que también es llamada a participar “activa y efectivamente” en la liturgia, incluso a distancia.

 

El riesgo, en resumen, es ignorar al “otro” en su humanidad. Se busca una conexión, pero evitando o descartando el contacto. Por lo tanto, la otra persona comienza a ser considerada como un simple “espectador” pasivo, cosificado, como un “número” adicional para ser contado por los índices de audiencia y visualización.

 

Peor aún es aprovechar, negativamente, este período inédito y la atención de las personas conectadas para intentar “hacer bomba” y “viralizar” en las redes. Ya hay muchos videos y ayudas religiosas circulando que, en el fondo, son autorreferenciales, llamando la atención solo a sus propios autores, en la búsqueda de aumentar la visibilidad personal. Junto con esto, a menudo se evidencia un “clericalismo mediático”, si no incluso un “exhibicionismo clericalista”, en el que toda la comunicación pastoral en red gira en torno al sacerdote o la celebración de la misa (también centrada en el sacerdote).

 

En las celebraciones transmitidas, corresponde especialmente a los presbíteros tomar conciencia de que lo que están celebrando no es una “misa privada”. El Código de Derecho Canónico deja en claro que “las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia misma … es decir, el pueblo santo” (can. 837). Tampoco son solo un “monólogo escenificado” ante las cámaras y realizado única y exclusivamente por el sacerdote.

 

Por el contrario, la celebración de la Eucaristía, como afirma la Instrucción General del Misal Romano (IGMR), es siempre “la acción de toda la Iglesia” (n. 5). Es un gesto comunitario, presidido por el presbítero, pero celebrado conjuntamente por el pueblo, por personas concretas, de carne y hueso, que, en el entorno digital, están presentes a distancia y deben tenerse en consideración para poder participar activamente del rito. Aún más en una red, es necesario que se “estimule la acción de toda la comunidad” en la celebración (IGMR 35).

 

Por lo tanto, más que un enfoque limitado en la transmisión, es necesario tener en cuenta el proceso comunicacional e interaccional que se establece en el ambiente digital. Esto no significa subestimar la calidad técnica de la transmisión: por el contrario, es esencial para ayudar a los fieles a vivenciar el rito y experimentar la gracia de Dios. Sin embargo, aún más importante es posibilitar la construcción de relaciones interpersonales en una red, y no solo reunir “personas para escuchar” y “personas para ver”. Aunque sabiendo que hay alguien “delante de mí” (en este caso, al otro lado de la cámara y la pantalla), el enfoque en la mera transmisión y sus aspectos técnicos pueden dejar de lado precisamente la necesidad de establecer una relación humanizada y humanizadora en la red, con personas humanas.

 

Como afirma Francisco, “el panorama actual nos invita a todos nosotros a invertir en relaciones, a afirmar, también en la red y a través de la red, el carácter interpersonal de nuestra humanidad”.

 

Particularmente en estos tiempos, por lo tanto, es necesario audacia y creatividad pastorales, pero siempre volcados para el bien de los demás y la comunidad. Es mejor evitar avanzar tecnológicamente si eso significa retroceder teológica y eclesialmente, por falta de discernimiento. Esto se refleja en la forma como aquello que se transmite se anuncia y se enuncia.

 

Participación y presencia, no mera asistencia, audiencia o ausencia.

 

Lo digital resalta los límites de nuestro lenguaje, especialmente en relación con la forma en que logramos o no expresar nuevas experiencias humanas y sociales generadas por el proceso de digitalización. Pero, principalmente, los límites del lenguaje eclesiástico al intentar expresar lo que se hace y se dice litúrgicamente.

 

En este tiempo de aislamiento social, la Iglesia se vio obligada a establecer un “confinamiento litúrgico”. Este fue el caso de la Prefectura de la Casa Pontificia, que, en su sitio web, advirtió que, “debido al estado actual de emergencia de salud internacional, todas las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa se llevarán a cabo sin la presencia física de los fieles”.

 

Varias diócesis brasileñas también publicaron notas y decretos dispensando a los fieles de la obligación de “participar físicamente” en las celebraciones dominicales en sus comunidades (la CNBB publicó una lista de arquidiócesis, diócesis y prelaturas que suspendieron las misas con fieles). Otros documentos también afirmaban que las celebraciones se realizarían “sin gente” (sine populo).

 

En todos estos casos, se enfatizó que la participación podría ocurrir a través de las transmisiones en vivo de tales celebraciones en sitios web, redes sociales digitales, televisores y radio.

Es importante recordar que el IGMR indica tres formas diferentes de celebrar la misa:

1) la “misa con la gente”,

2) la “misa concelebrada” y

3) la “Misa con la asistencia de un solo ministro”.

 

Por lo tanto, en este tiempo inédito, la Iglesia propone la celebración de esta última forma, entendida, según el IGMR, como la “misa celebrada por un sacerdote, a la que solo asiste y responde un solo ministro” (n. 252), pero ahora transmitida por los medios de comunicación.

 

La CNBB incluso publicó algunas instrucciones sobre “cómo prepararse para la misa en casa durante la cuarentena impuesta por el coronavirus”. Se sugiere, por ejemplo, preparar su propio hogar y crear un “ambiente celebrativo” y se invita a participar “activa y efectivamente” en la liturgia transmitida por los medios de comunicación. Esa concientización  es importante, ya que la mera conexión no significa necesariamente participación. Esta no es una acción automática: para participar, es necesario actuar activamente, conscientemente. Y, para eso, es necesario educar pedagógicamente a los fieles para estas nuevas formas de participación.

 

Sin embargo, entre lo que se dice y lo que se hace, surge una paradoja: si una misa “sin personas” o “sin la presencia de los fieles” se transmite en vivo precisamente para que las personas y los fieles puedan participar “activa y efectivamente ¿Es posible continuar afirmando la ausencia de esa misma gente? ¿Será que la mediación digital permite una forma de presencia o, por el contrario, refuerza la ausencia del pueblo? ¿Las tecnologías “despresencializarían” el contacto humano?

 

Especificar que esto es una ausencia de la presencia “física” tampoco resuelve el problema. Si la presencia no es física, ¿de qué tipo es? Espiritual? Psíquico? Mental? Místico? Pero, ¿no están todas estas presencias siempre impregnadas de una experiencia física, material, táctil, sensible, en resumen, física? Al establecer un “contacto” en red, nos enfrentamos a nuevas experiencias de “contacto”, en las que no renunciamos a nuestros cuerpos, afectos, sensaciones, sentimientos.

 

El propio Francisco afirmó: “El uso de la red social es complementario al encuentro en carne y hueso, vivido a través del cuerpo, el corazón, los ojos, la contemplación, la respiración del otro. Si la red se usa como una extensión o expectativa de tal encuentro, entonces ella no trae a sí misma y permanece como un recurso para la comunión ”.

 

Un ejemplo de esto fue el momento histórico de oración protagonizado por el Papa Francisco este viernes 27 de marzo en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano. Una experiencia que también nos lleva a repensar lo que entendemos por presencia y participación.

 

Cuando había invitado a este momento de oración, en el Ángelus el 22 de marzo, Francisco recordó que el rito se celebraría con la plaza vacía, debido a la pandemia. Y él dijo: “Invito a todos a participar espiritualmente a través de los medios”. Y esa participación incluso implicó la posibilidad de recibir una indulgencia plenaria junto con la bendición de Urbi et Orbi. En otras palabras, no fue una mera “asistencia” o “audiencia” de los gestos y palabras del Papa, sino algo más profundamente activo por parte de quienes siguieron el rito a través de los medios de comunicación.

 

Por lo tanto, aunque las personas no estaban “allí” físicamente, ciertamente estaban presentes en oración desde los más variados puntos cardinales del mundo y participaban con todo su cuerpo en esta experiencia de fe, físicamente “tocados” por lo que estaban viendo, escuchando y sintiendo por los medios de comunicación.

 

Solo para dar una dimensión de esto, se calcula que el área de Praça São Pedro puede reunir “físicamente” a unas 300,000 personas. El viernes, durante la homilía del Papa, más de 84,000 personas en la cuenta italiana, 170,000 en la cuenta portuguesa, 270,000 en la cuenta en inglés, 520,000 en la cuenta en españo estaban reunidas para la transmisión de Vatican News en YouTube. Más de 1 millón de personas. Sin mencionar las cuentas en otros idiomas y todos los otros millones de personas que siguieron a través de otros sitios, redes sociales digitales y canales de televisión y radio repartidos por todo el planeta (los periódicos italianos informaron que solo el canal RaiUno se unió más de 8 millones de espectadores, solo en Italia, durante el rito).

 

Entonces, incluso en nuestras conexiones de red, mediadas por tecnologías digitales, todos estamos físicamente presentes, aunque en diferentes puntos geográficos. En otras palabras, el entorno digital subvierte la noción de “espacio” y “lugar”. El papel de los “templos de piedra” está experimentando una transformación.

 

Históricamente, en varias tradiciones religiosas, el templo fue considerado como un eje mundi – eje, pilar, centro del mundo -, un punto específico en el espacio geográfico que daba acceso a una “apertura” a los cielos, al “mundo de los dioses”. Es decir, un espacio sagrado. De ahí la importancia del Templo de Jerusalén, la Basílica de San Pedro, la Gran Mezquita de La Meca, entre otros.

 

Sin embargo, en Internet y en las redes digitales, el templo se vuelve omnipresente, su acceso es público y se lleva a cabo en todas partes. En un mundo conectado, donde todos los puntos dan acceso a la red, el “centro del mundo”, espacio sagrado por excelencia, ya no se encuentra en un punto geográfico, sino que se encuentra en cualquier lugar donde tenga acceso a Internet y a redes digitales. Ahora, el “centro” está aquí, donde quiera que sea, donde sea que se esté.

 

Entendemos que la afirmación de la “ausencia” se refiere al hecho de que los fieles no están en la misma ubicación geográfica que el sacerdote u obispo que preside la celebración. Sin embargo, el riesgo es que el lenguaje utilizado lleva a pensar que la referencia central para la celebración de la Misa o incluso la vida de la Iglesia misma es el sacerdote o el clero en general. Sin embargo, en toda la liturgia, Cristo es el “único Mediador” (IGMR 5), que congrega a la asamblea a su alrededor. La celebración de la misa es siempre una “acción de Cristo y del pueblo de Dios” (ibid., N. 16), a través del “sacerdocio ministerial propio del presbítero” y también “el sacerdocio real de los fieles” (ibid., Nn 4-5).

 

En estos días de aislamiento, el pueblo de Dios puede reunirse alrededor del altar, “el centro de toda la liturgia eucarística” (IGMR 73) y “el centro de convergencia, al que se dirige espontáneamente la atención de toda la asamblea” ( ibid., n. 299), donde quiera que esté. La diferencia ahora es que esto ocurre gracias a las nuevas formas de presencia física y participación activa, incluso a distancia, gracias a los medios digitales.

 

Por lo tanto, si invitamos al pueblo a participar a distancia de misas anunciadas como “sin gente” o “sin presencia (física) de los fieles”, hay que repensar toda una teología y una eclesiología, especialmente en relación con aquellos que realmente celebran la liturgia y quien compone la celebración y la asamblea de celebración. Esto nos lleva a repensar lo que entendemos por comunidad, en tiempos de redes digitales.

 

Comunidades en red, no solo conexión de individuos

 

En este período de “aislamiento social”, la relación que tenemos con nuestros hermanos y hermanas en un viaje de fe adquiere una nueva importancia. Es un momento para reconocer aún más fuertemente que, de cerca o a distancia, “para ser yo mismo, necesito al otro”, como dice Francisco.

 

Así que este es un buen momento para darse cuenta de que una comunidad es más que una mera congregación de individuos. La misión cristiana no es fomentar un “individualismo conectado”. Por el contrario, una comunidad es principalmente una “red solidaria”, como dice el Papa, que “requiere escucha y diálogo mutuo, basados ​​en el uso responsable del lenguaje”.

 

Por lo tanto, para promover una buena “pastoral digital” en estos días, semanas o meses en que muchas “iglesias de piedra” estarán cerradas y en las cuales las reuniones solo serán posibles en una red, es importante tener en cuenta tres premisas fundamentales:

 

1) Aunque mediada por máquinas, siempre hay un “otro” en el otro lado de la pantalla, una persona, un ser humano. Todo lo que hacemos en una red, como Iglesia, debe considerar el “rostro” de esa persona con quien nos comunicamos, sus alegrías y esperanzas, su tristeza y angustia.

 

2) El objetivo principal de una pastoral en el entorno digital, más que “bombardear mensajes religiosos”, como dice el Papa Francisco, es precisamente fortalecer las relaciones con las personas de carne y hueso que nos acompañan en una red y, con ellos, formar una comunidad, basado en lo “común” que nos une, colaborando en la construcción de la Iglesia.

 

3) Esta comunidad en red, a su vez, por mejores y más perfeccionadas que sean las técnicas y tecnologías utilizadas, no es convocada y reunida por el comunicador cristiano, por grandes que sean sus esfuerzos y por sus buenas cualidades, pero sí, por Dios mismo, quien toma la iniciativa de esta reunión y cuya comunicación somos meros “prolongadores” (cf. San Pablo VI, Ecclesiam suam).

La Iglesia de América Latina del siglo pasado ofreció al mundo uno de los principales frutos del Concilio Ecuménico Vaticano II, las comunidades eclesiales básicas (CEB), una nueva forma de ser Iglesia y experimentar la comunidad. Hoy, podríamos decir que estamos ante el surgimiento de verdaderas “comunidades eclesiales digitales” (o CED), que actualizarían, con otros “medios” y en otros “entornos”, la misma búsqueda y necesidad de experiencia religiosa, vínculo interpersonal y también de ciudadanía eclesial, especialmente para hombres y mujeres laicos que ahora encuentran un espacio de autonomía en la web (desafortunadamente, con sus muchas distorsiones y extremismos también).

Las CED, así como las CEB históricas, apuntan a una eclesialidad “nueva aún no probada” en medio de las variaciones históricas de las formas comunitarias de la Iglesia. El entorno digital, por lo tanto, dada la naturaleza sin precedentes de este momento histórico para la Iglesia, permite nuevas formaciones eclesiales y comunitarias en una red, a menudo excediendo las configuraciones espacio-temporales de la estructura eclesiástica local (parroquia, diócesis, etc.). Esto apunta a una búsqueda de otras relaciones en otros entornos, creando e incluso inventando, positivamente, experiencias de vivir y comunicar la fe.

En conclusión: redes de encuentro, escucha y diálogo.

Para superar la mera asistencia / audiencia, la mera transmisión y el simple individualismo en una red, es necesario buscar formas que permitan una verdadera reunión, una verdadera escucha y un verdadero diálogo con las personas que se conectan con las redes digitales de la Iglesia.

En primer lugar, encontrar, escuchar y dialogar con las personas en el otro lado de la pantalla y con quienes nos comunicamos: ¿quiénes son? ¿Qué quieren, qué buscan, qué necesitan? ¿Cómo promover que también se les pueda escuchar, especialmente en este momento de tantas dudas y ansiedades? ¿Cómo hacen posible que ellos también comuniquen algo sobre la fe? ¿Cómo podemos mejorar su voz con nuestros medios (servicios, aplicaciones, plataformas, etc.)?

Luego, encuentre, escuche y también dialogue con otros cristianos que trabajan en el entorno digital: ¿qué está haciendo? ¿Cómo estás haciendo lo que estás haciendo? ¿Qué potencialidades y dificultades encuentran? ¿Qué no estás haciendo? ¿Cómo podemos responder creativamente a las necesidades humanas que no están siendo atendidas por las acciones existentes?

Finalmente, encuentre, escuche y dialogue con la sociedad en general: ¿cómo podemos expandirnos e ir más allá de nuestras “conexiones” para poner en práctica la solidaridad cristiana frente a la pandemia, incluso en un contexto de aislamiento social? También significa pensar en los medios digitales para el “miedo al contagio”, que nos cierra no solo dentro de nuestros hogares, sino también dentro de nuestro egoísmo.

Muchas personas se debilitan por la pandemia, en sus propios cuerpos, de muchas maneras: por vulnerabilidad física, miseria, prejuicio, soledad, miedo e inseguridad. ¿Cómo puede la Iglesia, en sus diversas redes, digitales o no, responder a estas llamadas, incluso si sus “puertas de madera” están cerradas? ¿Cómo es posible abrir las “puertas digitales” para recibir estas llamadas y ayudar a estas personas?

En resumen, es necesario tener en cuenta “por qué” y “con quién” la Iglesia hace todos sus esfuerzos de comunicación. El “lugar” de la reunión cambia según las personas y los tiempos y hoy adquiere nuevos significados y desarrollos en el entorno digital. “Donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy entre ellos” (Mateo 18:20). Lo importante no es el “dónde”, sino reunirse en comunidad en el nombre de Jesús, ya sea en una red o fuera.

“Encarnar digitalmente” la acción evangelizadora significa reconocer que, también en una red, “el amor de Cristo nos unió” como hermanos y hermanas, y que “Él está entre nosotros” incluso cuando estamos a distancia y mediados por dispositivos electrónicos.

 

* Periodista, doctor en Ciencias de la Comunicación y profesor colaborador de la Unisinos. Su libro más reciente es “Comunicar a Fé: Por quê? Para quê? Com quem?” (Ed. Vozes, 2020).

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