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El derecho de justicia a las víctimas es recalcado por la tradición bíblica.

 

Frei Betto*

Los ministros del STF se encuentran ante dos alternativas: reiterar la Ley de Amnistía y librar de castigo a los responsables de crímenes durante la dictadura militar o declarar que sus atrocidades son imprescriptibles y por tanto susceptibles de castigo.

 

Si escogen la primera alternativa vivirán en paz con los sectores militares que mancharon 21 años de historia del Brasil. Y verán incluidos sus nombres, por los historiadores del futuro, entre los que fueron conniventes con los graves crímenes cometidos.

 

Si prevaleciera la alternativa segunda tendrán que reafirmar la independencia de la Corte Suprema y verán registrados sus nombres en la historia por haber oído el clamor de justicia de las víctimas.

 

El derecho de justicia a las víctimas es recalcado por la tradición bíblica. Yavé no permite que la sangre de Abel se cristalice en lacre de silencio, y los apóstoles identifican en la resurrección de Jesús la victoria de aquel que, preso, torturado y asesinado por dos poderes políticos, ve perpetuada su memoria por los evangelistas. Es lo que hace de la Iglesia primitiva memorial de los mártires, elevados a los altares para que nunca se olvide el valor de su sacrificio.

 

La tesis de que “es mejor no reabrir las heridas” es típica de quien se benefició de golpes y dictaduras, afirma el español Prudencio García, representante de la ONU en la investigación de los crímenes de la dictadura guatemalteca.

 

El argumento del ministro Gilmar Mendes, de que reabrir el debate traería inestabilidad al país carece de precedente histórico. Chile, Argentina, Uruguay, Guatemala y El Salvador investigaron los crímenes de sus respectivas dictaduras y al castigar a los culpables reforzaron todavía más el Estado de Derecho, pilar del régimen democrático.

 

En Argentina la Comisión Nacional sobre el Desaparecimiento de Personas (1984), presidida por el escritor Ernesto Sábato, extirpó de las Fuerzas Armadas los resquicios de la dictadura, hizo justicia a las víctimas, castigó a los responsables y de paso logró que uno de los denunciantes, Adolfo, Pérez Esquivel, mereciera el premio Nobel de la Paz. La Marina argentina admitió que sus instalaciones (ESMA) fueron utilizadas para secuestrar, torturar y asesinar ciudadanos. Y no por eso se vio amenazada la democracia.

 

En Chile la Comisión de Verdad y Reconciliación (1990) reexaminó la dictadura de Pinochet. El Ejército reconoció que en Villa Grimaldi fueron torturados hasta la muerte prisioneros políticos. La Marina admitió que lo mismo sucedió a bordo del navío-escuela Esmeralda. Y tampoco la democracia se vio amenazada.

 

En El Salvador, la Comisión de la Verdad (1992) tuvo el patrocinio de la ONU. El Ejército asumió su responsabilidad en las masacres de El Mozote (1981) y de los seis jesuitas de la Universidad Centroamericana (1989), así como en el asesinato del arzobispo Oscar A. Romero (1980). Y no por ello se vio amenazada la democracia.

 

En Guatemala la Comisión de Esclarecimiento Histórico (1997) permitió que la hija de una de las víctimas asesinadas por la dictadura mereciera también el Nóbel de la Paz: Rigoberta Menchú. Los militares de dicho país reconocieron que una facción del Ejército cometió un brutal genocidio contra las comunidades indígenas en los departamentos de El Quiché y Petén.

 

Según Prudencio García, todas esas investigaciones tuvieron en común el hecho de que fueron posteriores a períodos de terribles sufrimientos internos; todas aportaron luz a la verdad histórica; todas reiteraron la supremacía de la fuerza del Derecho sobre el “derecho” de la fuerza. En todos los casos la única parcela de la sociedad contraria a las investigaciones fue exactamente la que se benefició de las graves violaciones a los derechos humanos.

 

Walter Benjamín, al firmar su filosofía con su propia sangre, nos advierte que la memoria de las víctimas no se apaga nunca. No se entra de contrabando en la historia. Todo intento por hacerlo acaba en atrocidad intelectual: manchado de falsedad y mentira.

 

En la Alemania posfascista, terminado el juicio de Nuremberg, se inició un movimiento de ocultación de la verdad histórica. Hannah Arend, después de 13 años de exilio en Francia y en los Estados Unidos, reaccionó indignada cuando regresó: “¡Los alemanes viven de la mentira y de la estupidez!”

 

Israel nunca permitió que la memoria de las víctimas del nazismo fuera apagada, olvidada o suprimida de la historia. El ángel de Paul Klee continúa volando de frente y mirando hacia atrás…

 

“Llevar máscara durante mucho tiempo aja la piel”, exclama la escritora checa Monika Zgustova. “Algo parecido le pasa a la sociedad que oculta su propia culpa con intención de librarse de ella, olvidándola. Las sociedades y los ciudadanos deben asumir colectiva e individualmente la responsabilidad de lo que hacen o hicieron nuestros gobiernos. Éste es uno de los actos más importantes de la dignidad humana”.

 

El carácter de la historia del Brasil descansa en las manos de los ministros del STF.

Frei Betto es escritor, autor de “Calendario del poder”, entre otros libros.

 

QUIÉN ES FREI BETTO

El escritor brasileño Frei Betto es un fraile dominico. conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 53 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso en dos acasiones- en 1985 y en el 2005 fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores.

 

Asesor de movimientos sociales, camo las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 45 años. En los años 2003 y 2004 fue asesor especial del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva y coordinador de Movilización Social del Programa Hambre Cero.

Traducción de J.L.Burguet

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