Felipe de J. Monroy*
Primero, el escenario: Dos reporteros llevan jornadas enteras apostados a las afueras del hospital que recibe a pacientes con síntomas de COVID-19. Hasta ahora han conseguido poco pero útil: algunas historias de los familiares que han llevado a sus seres queridos, sus orígenes diversos, sus desafíos particulares, sus miedos y esperanzas frente a la enfermedad de la que sólo se sabe con certeza todo lo que ignoramos. Las piezas editadas las transmiten en el noticiario nocturno y muestran a una inmensa audiencia “la parte humana” que las cifras y estadísticas de la pandemia por coronavirus no alcanzan a conmovernos. A nosotros, como a ellos por desgracia, se nos olvidan rápidamente los nombres de los entrevistados de la noche anterior y nos volveremos a doler con cada nueva historia que presentan.
Lejos de allí, en las oficinas del ministerio de salud se compilan millares de datos provenientes de las instituciones públicas y privadas sobre los contagios de coronavirus; se organizan, interpretan y grafican. La oficina de comunicación social colabora con los expertos para que las tablas y estadísticas se presenten correctamente ante los medios de comunicación que esperan puntuales las actualizaciones del ritmo de la pandemia en el país. Estos empleados harán este trabajo sin cesar, ininterrumpidamente, en un ciclo casi hipnótico y un angustiante horizonte indefinido. Su trabajo es útil; se evidencia recompensado cuando se divulga inmediatamente para dar una fotografía de la sociedad en medio de la pandemia.
Segundo, el lenguaje: Cientos de periodistas y presentadores de noticias, tras recibir los datos institucionales del desarrollo de la crisis sanitaria, los transmiten a sus públicos intentando no ser alarmistas, pero tampoco distraídos ni frívolos. La ética profesional recomienda informar estos datos con una voz que equilibre una honesta preocupación madurada con temple, moderación, certidumbre y confianza; y, si es posible, una pizca de esperanza. Los productores del noticiario, el departamento de mercadotecnia o el consejo de administración ya han sugerido, sin embargo, el tono de la información. Optan por lo fácil y lo atractivo: el alarmismo y el recurrente lenguaje bélico.
Por alguna razón, casi ningún medio de comunicación puede resistir al lenguaje bélico o a la terminología militar. Los periodistas en medio de la cobertura de la pandemia llaman ‘primera línea, frente de guerra o trinchera’ a los hospitales; ‘bajas’ a los fallecidos por el COVID o ‘parte de guerra’ al compendio estadístico de incidencias médicas por el virus. Algunos presentadores de noticias no se ruborizan cuando llaman ‘comandante’ o ‘general’ al secretario o ministro de salud; califican de ‘el enemigo’ o ‘el invasor’ al coronavirus SARS-Cov2; y dicen ‘uniforme de combate’ para referirse al equipo de protección sanitaria del personal médico. En cada sitio web, noticiario o informativo impreso vemos la misma tendencia: embestida, batalla, radio de peligro, efectos colaterales, capitulación, estrategia, despliegue, centro de mando, etcétera.
El asunto no es menor pues sabemos de sobra que las expresiones en los medios de comunicación influyen en la comprensión que las audiencias (y al final, la ciudadanía) tienen de la realidad y en la actitud hacia la misma como atinadamente afirma James Currán en ‘Medios de comunicación y poder en una sociedad democrática’.
Y tercero, el servicio. Durante la pandemia, todos los informativos, en todo momento, actualizan las cifras y datos duros del complejo fenómeno: la cantidad de contagios, los fallecidos, la saturación del sistema de salud o de las funerarias, los que han alcanzado servicio hospitalario y los que no. Información que es importante, pero ¿es útil? Es decir, ¿tiene una utilidad práctica, inmediata, razonable y adquirible para la población?
En los primeros momentos de una crisis global, la velocidad y acumulación de los acontecimientos no dan tregua a los medios de comunicación, ni estos dan respiro a sus lectores que se saturan de datos y más datos. Cuando la crisis amaina -o las miradas alcanzan otra perspectiva- los informativos recuerdan una de sus principales funciones: ayudar a sus audiencias, servir a la comunidad.
Es decir, cuando las historias y los datos sobre el COVID traspasaron la frontera mediática y comenzaron a formar parte de la cotidianidad de la mayoría de las personas, el periodismo aún pudo levantarse de entre el ruido y ofrecer un servicio vital: orientar a la gente sobre las medidas sanitarias de prevención; ayudar a reconocer los síntomas y explicar los mecanismos para atender dudas o emergencias ante un posible caso de COVID; destacar las regiones, colonias o barrios más vulnerables o de mayor contagio; compartir espacios de saturación o disponibilidad hospitalaria; contrarrestar las supersticiones, falacias y falsas noticias; y, primordialmente, en el periodo de reanudación paulatina de actividades, informar sobre horarios, cierres escalonados, límites de aforo en establecimientos, recursos digitales o telefónicos a los servicios tradicionales, actividades escolares virtuales y un largo etcétera.
Estos tres elementos (escenario, lenguaje y servicio) son un mínimo indispensable para comprender el papel de los medios de comunicación durante la pandemia y a lo largo de los efectos que ha desencadenado en toda la actividad humana: reportar un escenario, elegir un lenguaje y ofrecer un servicio.
En una reducción extrema, el periodismo es una actividad que, buscando la verdad, sirve al bien público cuando alcanza a las personas en su realidad y contexto. Los medios de comunicación saben que sus contenidos deben significar algo para alguien en algún lugar y por una razón. El buen periodismo informa de la realidad en lo individual y lo comunitario; su oficio y profesión auxilia además con su lenguaje en la dimensión particular de nuestra vida y en nuestro contexto social; y, finalmente, nos ayuda a construir confianza, esperanza y compasión por el prójimo. Su reverso, por el contrario, deforma la realidad, pervierte el lenguaje y siembra miedo y odio.
Parece demasiado peso en los hombros de quienes llevan el humilde oficio de narradores cotidianos, de historiadores de lo inmediato. Sin embargo, este es el río de calles y de puentes que periodistas, comunicadores y servidores anónimos de la comunicación surcan en una infinita red de ciudades, pueblos y comunidades que demandan saber, comprender y asimilar; especialmente en un momento tan difícil y complejo. La pandemia de COVID -se ha dicho abundantemente- tomó desprevenida a la humanidad, evidenció nuestras carencias y nos hizo volver la mirada a la naturaleza misma de nuestra esencia humana y de nuestras sociedades. Una realidad herida por una nueva enfermedad, sí, pero también por el miedo, la incertidumbre, la ignorancia, el aislamiento, la distancia, el engaño, los milagreros, la indolencia de siempre. Para la cobertura informativa de esta realidad se hace imprescindible insistir en tres valores de la comunicación: encuentro, servicio y potencial transformador.
De las esquinas a los puentes: Comunicación como encuentro
Cuando la pandemia nos cayó como una tormenta, los periodistas -junto con muchos otros actores indispensables de la emergencia- salimos a las calles a intentar encontrarnos con las personas y con las instituciones para inquirir la realidad, para hallar perfiles de la verdad compartiendo sus historias y sus necesidades. La comunicación en el periodismo es siempre un doble encuentro: uno que busca y otro que entrega información; y ambos son encuentros con sentido de servicio público.
Pero eso no es todo, ya sea en la supercarretera de datos o en las pequeñas callejuelas periféricas mal iluminadas donde transitan millones de seres humanos los periodistas también pueden optar por dos maneras de ir al encuentro de la realidad en este río informativo: por contingencia, tras coincidir en una esquina; o por la vía de la certeza, al cruzar un puente. En cualquier caso, hay luces y sombras en cada opción que debemos reflexionar.
La cobertura informativa que opta por la posibilidad y suerte de toparse con lo que salta detrás de la esquina no es inherentemente negativa. De hecho, el ‘olfato periodístico’ es una cualidad deseable que parece sintetizar esa capacidad que el profesional de la información tiene para distinguir de entre las sutilezas y aparentes trivialidades de la cotidianidad, las historias de enorme relevancia e interés social.
Sucedió con el caso de Jesús Villavicencio, campesino en México, que llevó a su esposa a un hospital público para ser atendida por COVID-19. Los periodistas se encontraron con él como con muchos otros familiares que esperaban noticias de sus seres queridos a las afueras del hospital. El caso de Villavicencio, sin embargo, llamó la atención porque el hospital estatal le extendió una factura de casi un millón de pesos mexicanos (57 mil dólares) por la atención médica a su esposa.
La historia se volvía relevante toda vez que el sistema de salud público del Estado mexicano había garantizado gratuidad a todas las personas que requirieran servicios para atención COVID; sin embargo, las autoridades del nosocomio argumentaron que la esposa del campesino había ingresado al hospital del Estado de México sin ser derechohabiente y haciéndose pasar por un familiar que sí tenía servicio médico en esa institución. Por tanto, debían cobrarles todos los servicios. En el fondo, sin embargo, las autoridades sanitarias parecían aclarar que, si Villavicencio y su esposa no hubieran mentido, el hospital jamás los hubiera recibido y la mujer no habría recibido atención alguna ni hubiera sobrevivido.
Es decir: el sorpresivo encuentro en una esquina de la información fue de ayuda para llevar al debate social algunas inquietudes éticas, políticas e institucionales que debían ser atendidas durante la emergencia sanitaria. Y eso es buen periodismo.
Pero el encuentro inesperado también tiene su rostro oscuro. Periodistas y medios de comunicación no estamos exentos al miedo y a los prejuicios. Hay realidades que nos alcanzan súbitamente en las esquinas a las que no quisiéramos llegar y justo ese miedo nos puede llenar la mirada de sospecha y desconfianza. El encuentro, por tanto, nace entre el temor y la repulsa; y al compartirlo, muchas veces va cargado de desprecio. Un ejemplo de esto sucede, por desgracia, con la migración.
Por ello es importante el encuentro por la vía del puente. Quizá la metáfora más recurrente es que la comunicación debe construir puentes; los periodistas, por tanto, debemos andarlos. El servicio del periodista a la sociedad implica recorrer esos vínculos creados especialmente con las instituciones de gobierno.
La cobertura informativa durante la pandemia nos exige recorrer esas conexiones permanentemente y fortalecer el enlace con confianza y profesionalismo entre la sociedad y las instancias de autoridad, especialmente con las agencias sanitarias, ministerios de salud y expertos autorizados en la materia. Prácticamente en todas las naciones, se instaló una mesa de diálogo y comunicación permanente entre el sistema de salud oficial y los medios de comunicación para actualizar los datos y perfiles de interés público sobre la pandemia. De igual manera, secretarios, ministros o autoridades responsables de la salud en las naciones abrieron espacios cotidianos para comparecer ante los medios informativos. Así, médicos y epidemiólogos que lideran las estrategias de cada país saltaron al conocimiento de la arena pública y, de manera inédita, muchos personajes políticos se vieron obligados a cederles los reflectores.
El seguimiento cotidiano de la información por supuesto ayuda a las autoridades a divulgar con certeza los datos del interés nacional o regional. Es un puente indispensable por recorrer entre el periodista y la información oficial; pero, como mencionamos al inicio, el periodismo es un doble encuentro: uno que busca información y otro que la lleva allí donde se necesita. Y este puente no debe obviarse. El encuentro con la sociedad y sus demandas, con su necesidad de poner en verdadera perspectiva el fenómeno pandémico, es un puente al que se debe acudir con tanta o más frecuencia que al creado por las autoridades. Se trata de puentes menos cómodos, más difíciles de cruzar, pero irremplazables.
Semáforos y callejones: Comunicación como servicio
En medio del caos, la cobertura informativa de la pandemia siempre ha buscado cierto orden: ¿Qué es lo urgente? ¿Qué es lo indispensable? ¿Qué es lo inmediato? ¿Qué requiere atemperarse antes de salir al aire? ¿Qué es mejor no divulgar? ¿A quién sí informar y por qué?
En el intenso tránsito de noticias, el periodismo debe reconocer los semáforos de información que deben jerarquizarse y ponderarse en su servicio de llegar a las audiencias. Así, los datos objetivos sobre las medidas de prevención y cuidado deben tener siempre luz verde para llegar a donde se requiere, para avanzar hasta los últimos rincones de la sociedad. Las historias dramáticas o los supuestos éxitos institucionales deben enfriarse en el inexcusable proceso verificador antes de ser compartidas o no. Y, finalmente, hay voces e ideas a las que nunca se les debe dar el paso: a las noticias falsas, al fanatismo, al engaño evidente o a los discursos de odio.
La pandemia, entre muchos perfiles funestos, nos ha demostrado que los mercaderes de milagros carecen de todo escrúpulo para arrancarle a la gente sus bienes mediante estrategias de miedo e ignorancia: sin sustento ni ciencia, el COVID hizo brotar a ‘emprendedores’ con sus millares de supuestas curas y protecciones maravillosas, fantásticos remedios para el peor de nuestros temores. El periodismo no debe, aún cuando la crisis económica parezca sumirle en la carestía, hacer una cobertura informativa donde se intercalen los hechos dolorosos de la pandemia con los comerciales de productos milagro que prometen lo imposible.
El servicio quizá más delicado del periodismo en la pandemia ha sido precisamente la verificación de la información, la validación científica de los argumentos, el contraste permanente de los datos contra la piel de la realidad. No toda la información debe transmitirse de inmediato, sin contexto ni validación; el semáforo de precaución para la cobertura informativa de la pandemia debería ser el más concurrido: desde la ‘inmunidad de rebaño’ hasta ‘las pruebas humanas de las vacunas’ pasando por las ‘estrategias epidemiológicas’ o las ‘campañas de recaudación de fondos para pacientes o deudos’, todos los fenómenos requieren enfriarse, alejarse del inmediatismo o el alarmismo. Verificar, validar y ponderar antes de divulgar.
Y, por supuesto, el periodismo es el servicio de hacer llegar la información correcta, precisa y útil. En casi todas las naciones que gozan de una moderada libertad de prensa, la cobertura informativa de la pandemia parece haber cumplido esta responsabilidad. Sólo suele haber el riesgo de un espejismo autocomplaciente: comunicar e informar ‘a todos’ podría esconder nuestra falta de mirada e interés por informar ‘a los indicados’. Bien se dice que la globalización no excluye a la localización, la implica. La información debe ser útil a la localidad, a la comunidad, a las personas y familias que deben convivir con el coronavirus, la pandemia y con los efectos derivados de la misma. Poner semáforo verde en las autopistas de la información no sustituye la responsabilidad de entrar en esos callejones y recovecos sociales donde los prodigios de la globalidad y la modernidad no llegan. En esos rincones habitan las personas que quizá les apremie comprender una o dos verdades en medio del caos.
Más allá de los muros: Comunicación para la transformación
He dejado al final el delicado asunto del lenguaje porque en él no sólo se condensan los muchos sustratos de nuestros antecedentes civilizatorios sino la comprensión de la responsabilidad y la libertad como dos dimensiones centrales del ser humano en la construcción de sus relaciones en la realidad. Es decir, refleja lo que somos y buenamente a donde vamos.
El lenguaje es, además, la materia prima de los periodistas; y es delicado que en una prueba tan dura como la pandemia que desafía los sistemas y valores de la sociedad, proliferen las expresiones de odio, de guerra y confrontación en lugar de aquellas de solidaridad, cooperación e integración.
El lenguaje bélico en la cobertura informativa de la pandemia parece reclamar muros -dirían ‘trincheras y barricadas’- entre los sanos y los enfermos, los cívicos y los irresponsables, los indispensables y los descartables. En la narrativa social aparecen los héroes y los villanos. El maniqueísmo absoluto polariza la actitud de la ciudadanía a la que se le ha inoculado la idea y necesidad de un ‘enemigo’. No obstante, el ‘enemigo’ al ser invisible, ha terminado materializándose y personificándose en los más diversos sectores sociales.
La Asociación Médica Mundial, por ejemplo, se vio obligada a condenar lo impensable: la multiplicación de agresiones físicas y violencia cometidas contra el personal sanitario en diversas partes del planeta. Los médicos y el resto del personal de la salud son estigmatizados, marginados, discriminados e incluso agredidos físicamente. Pero también cientos de organizaciones sociales han denunciado que con la pandemia creció la persecución y el desprecio a los migrantes porque el lenguaje bélico tiene vasos comunicantes con la xenofobia y el racismo: los ‘otros’ son tan diferentes de ‘nosotros’ que, en la crisis es posible segregar al ‘diferente’ para defender lo ‘nuestro’.
Aun en los verdaderos conflictos bélicos es deseable que la cobertura periodística opte también por lenguajes que hagan comprender la pugna con todos los procesos de descomposición junto a aquello que anhela la paz, el bienestar y la esperanza; y no sólo mediante los ya anacrónicos corresponsales de guerra que se limitaban a llevar con morbo y procacidad los horrores del combate. Por tanto, en un desafío global que impacta a toda la humanidad sin distingo de pueblos o naciones, es mandatorio que los periodistas conduzcan su servicio de encuentro proponiendo una mirada y un lenguaje más allá de la tensión, del conflicto, la rabia o la muerte.
Los medios de comunicación en la pandemia han cargado -quizá sin tener plena consciencia de ello- con la inmensa responsabilidad de participar casi de manera exclusiva en la formación y educación de sus sociedades y comunidades. Los procesos educativos tradicionales son lentos para adaptar sus contenidos y objetivos a la nueva realidad; las instituciones intermedias de la sociedad (centros laborales y educativos, comunidades religiosas, organizaciones no gubernamentales) se vieron orilladas a cerrar y mantenerse al margen del manejo de la crisis; y, finalmente, las propias autoridades políticas han necesitado de todo el alcance mediático posible para hacer llegar a la población sus mensajes, instrucciones e indicaciones como respuesta a la emergencia sanitaria.
La realidad es la que es. Pero aún la objetiva realidad es transformada mediante las acciones que motivan nuestras actitudes; y nuestras actitudes se construyen de las emociones que el lenguaje de nuestra cotidianidad nos ofrece. Un lenguaje emocional negativo configura distancia e indolencia que se traducen en muros y discriminación; por el contrario, un lenguaje que reconozca la fraternidad y la esperanza es capaz de transformar los corazones que han de construir la humanidad post pandemia.
Uno de estos lenguajes se encuentra en la alocución del papa Francisco durante la bendición Urbi et Orbi el 27 de marzo pasado: “Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”.
Es un lenguaje que olvida las fortalezas y los muros, que no teme reconocer que padecemos una misma tormenta y vamos en una barca compartida. Una barca en la que, en este extenso río de calles y de puentes, el periodismo y la cobertura informativa deben reconocer su papel propiciador de encuentro, de servicio; pero primordialmente la responsabilidad de incidir en la sociedad para lograr la transformación de sus pueblos, para coadyuvar en “regenerar la belleza y hacer renacer la esperanza”.
*Periodista, comunicador y consultor en estrategias de comunicación en México, miembro de SIGNIS México. Director VCNoticias.com
Este artículo fue publicado en la Revista digital Punto de Encuentro, de SIGNIS ALC, diciembre 2020