Por Carlos Ferraro*
No cabe duda que el país hermano Venezuela se debate en una salida política extremadamente compleja. Más compleja que pensar: “muerto el perro, se acabó la rabia.”
Es difícil aceptar que el bien o los buenos están de un lado y el mal, los malos o el “malo”, del otro. Porque la historia da cuenta que no es así. No hay pureza ética en el poder, no hay absolutos morales. A lo sumo la instancia del mal menor.
Es claro que es difícil y hasta temerario comprender la situación socio política de Venezuela desde afuera, desde una distancia instalada en un relativo bienestar social y económico. Tan difícil comprenderla como el que realmente está en el medio de una tormenta ahogándose y tratando de sobrevivir y que solo espera a ser rescatado, no importa por quién ni cómo.
Una peca por estar fuera del escenario donde se da el sufrimiento, la angustia, la sobrevivencia del día a día, la inhibición de los derechos, el malestar social, la desesperanza y la otra sencillamente por “no estar ahí” y no padecer sus consecuencias.
Haciendo por un momento el esfuerzo de abstracción de no colocarse ni de un lado ni del otro, a manera de ejercicio analítico de la realidad, aun en circunstancias de urgencias humanitarias, es necesario ampliar el campo de mirada.
Es condición para esto, separarse de la polémica binaria, como también necesario aceptar que Venezuela es el centro de una innegable disputa de interés geopolítico.
Las propuestas de solución que provienen de los discursos a favor de lo humanitario y del ejercicio de las libertades democráticas de las voces de países que han demostrado históricamente que sus acciones imperialistas / injerencistas o dictatoriales, dependiendo de qué sector del mundo provengan, -con sus correspondientes alineados-, no son la respuesta genuina de lo que el pueblo de Venezuela necesita, porque tienen una base de hipocresía política, al menos en las naciones más poderosos de conocidos intereses económicos en el territorio hermano.
Es difícil entender en un escenario insostenible en un tiempo prolongado, como lo es también hacerlo desde el exterior mediado por información unilateral y filtrada por una lectura mediática claramente hegemónica, pretendidamente única y verdadera, sin matices y donde todo lo malo está de un solo lado. Porque si la realidad fuera enteramente así, el resultado del juicio sería que en Venezuela hay una sola salida: “matar al perro para que la rabia desaparezca”.
Pero si se mata al perro la rabia no va a desaparecer en Venezuela, y mucho menos si esto se da por caminos aparentemente legítimos y racionales pero sobre la base de intereses foráneos, unilaterales, poderosos y egoístas. Y esto no es conveniente porque los que siempre pierden a larga o a la corta son los más débiles, o sea los pobres, y en Venezuela como en Latinoamérica hay muchos.
En la actual magnitud de los acontecimientos mezclados de urgencias y profundas divisiones sociales y políticas, las posiciones están altamente ideologizadas, aunque se pretenda desde algún sector una “neutralidad, basada en hechos objetivos”.
Lo que queda entonces es el diálogo. Algunos no creen que eso sea posible o que tenga algún valor, a esta altura de la escalada antagónica, y lo que es más peligroso en el fondo hay quienes desestiman el diálogo porque buscan otro tipo de solución, drástica, terminante; que haga emerger cuanto antes un panorama nacional en el que se respire un aire nuevo, prometedor, distinto. Deseo forjado, seguramente, a causa de un padecimiento casi terminal.
Se necesita el diálogo con solicitud genuina de las partes, aun con las estrategias políticas que implica y con los intereses de ambas posiciones, que no desaparecerán totalmente. Un diálogo guiado por la voluntad de una salida auténtica y no demagógica.
Este camino recomendable, cauto para un pueblo que se desangra en la búsqueda de una salida desesperada, con profunda responsabilidad del Estado pero también de parte de la ciudadanía.
Hay que estar más atento a las voces mediadoras al diálogo que van por el camino más corto a la paz, una paz social y nacional que, aunque lejana y laboriosa de alcanzar, es lo más cercano al interés de todos, aunque no lo perciban con toda claridad los actores sufrientes de un drama que involucra definitivamente a toda America Latina.
*Carlos Ferraro es Presidente de SIGNIS ALC pero la nota no refleja necesariamente el pensamiento institucional.