Adalid Contreras Baspineiro*
La legitimación de las concepciones que consideran la Tierra como un objeto material expropiable o una mercancía canjeable, ha justificado en nombre del “progreso” un largo ciclo histórico asentado en la extracción desmedida de los tesoros que contiene en sus entrañas, la quema inclemente de sus bosques, la contaminación de sus ríos, lagos y mares, la destrucción de la biodiversidad y el enrarecimiento de los aires que dan vida. Los modelos extractivistas y desarrollistas han llevado la vida a una situación en la que le estamos quitando a la Tierra más de lo que puede darnos. A esta situación se la denomina sobrecapacidad de la Tierra, que ocurre en una ingrata fecha variable que señala que la Tierra no puede ya regenerar nuestro consumo de recursos naturales como la luz solar, el agua, el suelo, el aire, los minerales, la energía de las mareas, los nevados, los humedales, la energía eólica, la flora, la fauna, los bosques, el calor intraterrestre y otros. Nos estamos devorando el planeta.
El día de sobrecapacidad de la Tierra no tiene fecha fija. El cuadro ideal dice que se debería cerrar cada año sin inconsistencias entre los recursos naturales que consumimos y su regeneración en la Madre Tierra. Pero esto no es así, pues año que pasa consumimos más y peor, por lo que la capacidad regenerativa de la Tierra se agota antes. Veamos. El año 1970 la fecha estaba en el 29 de diciembre. El año 1980 baja al 4 de noviembre. Diez años después, en 1990 se fija el 11 de octubre y, el año 2000, empezamos el siglo XXI con la fecha de la sobrecapacidad de la Tierra el 23 de septiembre. En 30 años perdemos 3 meses de vida en armonía con la naturaleza y sin haber hecho nada significativo para cambiar este rumbo.
Lo que pasa en los últimos 22 años tiene sus matices. El año 2008 la fecha se fijó en el 13 de agosto, el año siguiente, 2009, en plena crisis financiera mundial, que obligó a reducir los índices de productividad, el 16 de agosto, recuperándose 3 días, que el año 2010, con el retorno al ritmo del “desarrollo” se los pierde porque desciende al 7 de agosto. El año 2019 el día de la sobrecapacidad de la tierra fue el 29 de julio, el 2020 retrocede al 22 de agosto, como efecto del confinamiento planetario por la pandemia que le dio un descanso resiliente a la Tierra. El año 2021 se volvió a fijar el 29 de julio, perdiendo raudamente los 24 días recuperados por la cuarentena y este 2022 el día de la sobrecapacidad se fijó el 27 de julio, con 2 días más perdidos por el desmedido consumo. Véase cómo la Tierra se recupera cuando se detiene o se amengua la voracidad capitalista, otorgándosele un respiro al planeta.
No hay fecha fija y cada año se cumple de manera diferenciada en cada país en función de los hábitos de consumo de sus habitantes, del modelo de explotación de los recursos naturales, la gestión de sus residuos, el uso de energías renovables, emisiones de gases de efecto invernadero, quema de bosques, contaminación del agua, etc. Según datos de Global Footprint Network para el año 2022, el día de la sobrecapacidad de la Tierra en Qatar ocurrió apenas iniciado el año, el 9 de febrero, en los Estados Unidos el 14 de marzo, en Rusia el 27 de abril, en China el 7 de junio. Y 4 países suramericanos, se ubican antes del promedio mundial, en una situación crítica: Chile el 17 de mayo, Argentina el 26 de junio, Paraguay el 8 y Bolivia el 9 de julio.
La fecha de la sobrecapacidad de la Tierra se calcula comparando dos factores. La biocapacidad, que se refiere a la capacidad de regeneración biológica de la Tierra en relación a lo que los seres humanos consumimos y en relación a la absorción de los materiales que desechamos, comparada con la huella ecológica, es decir la demanda humana de recursos como terrenos productivos, agua, cultivos, pastos, áreas forestales, áreas de pesca, áreas y bosques cuyas formas productivas, si no se desarrollan con criterios de responsabilidad social y ambiental, los convierten en gases invernadero contribuyentes del cambio climático.
Estamos consumiendo los recursos naturales en un año como si viviéramos en 1.7 planetas. Algo está fallando, ¿será la Tierra que no nos da lo que el modelo de “desarrollo” necesita?, ¿o será el modelo el que está progresivamente aniquilando las condiciones de reproducción en y con la Tierra? Definitivamente, tenemos que cambiar la forma de pensar y de vivir la vida. La Tierra es persona, con derechos, no un recurso proveedor de riquezas ni un objeto de dominación, es la Madre de todo lo viviente, no es un algo sino un alguien que no nos pertenece, sino que nosotros le pertenecemos a ella. La Madre Tierra, Gaia, en la cultura griega es un ente viviente autopoiético, que se auto-reproduce y se autorregula. La Madre Tierra, Pachamama en nuestras culturas, es Pacha universo, mundo, tiempo, lugar y Mama, madre que concibe la vida, que protege, nutre, sustenta y cobija a todos los seres vivos.
Necesitamos un nuevo sentido de la vida para que la vida siga siendo posible. Debemos resignificar el vivir mismo con una ética de reciprocidad complementaria que reconoce los derechos de todos los seres vivos a su existencia con producción y consumo responsable y que condena la crueldad, la depredación, la contaminación y el abuso superfluo, desmedido e innecesario de la naturaleza. Necesitamos cambiar el rumbo de los modelos prevalentes superando el extractivismo, desarrollismo, patriarcado, racismo, individualismo, incomunicación, neocolonialismo y antropocentrismo. Estamos en deuda histórica con la Madre Tierra.
*Sociólogo y comunicólogo boliviano. Director de la Fundación Latinoamericana Communicare. Ex secretario ejecutivo de OCLACC (hoy SIGNIS ALC).