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Hacernos prójimos en las calles digitales

SIGNIS ALC

05 febrero 2014

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Hacernos prójimos en las calles digitales

En las redes sociales, en el mundo digital, se dan nuevas formas de relaciones.

 

“El ambiente digital no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino que forma parte de la realidad cotidiana de muchos, especialmente de los más jóvenes”, nos decía el Papa Benedicto XVI (Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales del año 2013), invitando a situarnos en esta nueva forma de la vida real y de nuestras relaciones humanas que es el mundo digital, y deshacer una comprensión equivocada de verlo como no real, como ajeno, como alienante, o verlo -también equivocadamente- sólo como un medio tecnológico y no un ámbito de la vida.

 

En las redes sociales, en el mundo digital, se dan nuevas formas de relaciones, de interacción y de comunicación entre seres humanos. También en ellas entramos en relación como personas, con lo que somos y tenemos en verdad, si queremos proceder auténticamente como humanos y no dejar de serlo. El ser humano realiza su ser-comunicación cuando se comunica a sí mismo en lo que él es de más valioso, en lo que es su humanidad, en lo que busca y mueve su vida: sus aspiraciones, deseos, motivaciones, preguntas, valores, fe, esperanzas, opciones, sentido de vida. El hombre se comunica en verdad cuando comunica su espíritu. El hombre no comunica cualquier cosa, sino se comunica a sí mismo, da ‘testimonio’ de sí. Hoy hay un nuevo modo cultural de encuentro y comunicación que es el ambiente digital, que estamos llamados a vivir como “testimonio” de lo que cada uno cree, espera y ama. Como cristianos este testimonio tendrá un estilo propio caracterizado por la vida según el Evangelio de Jesús.

 

En su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2014, el Papa Francisco ve la parábola del Buen Samaritano como una parábola del comunicador, y nos da él una clave evangélica para vivir esta nueva forma de encuentro, relaciones y comunicación en el mundo digital: considerar a los otros como prójimos y hacernos prójimos de ellos. Tratemos de apropiarnos de este mensaje leyéndolo junto con la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, que iremos citando.

 

Salir de sí

 

El cristiano lleva en el corazón, en su vida, una experiencia honda del amor misericordioso de Dios, del encuentro personal con Jesucristo, del Espíritu que lo ha hecho hijo de Dios y hermano de los demás. Lo que brote de su vida toda ha de transparentar y encarnar esa experiencia fundamental, más aún ha de llevarlo a salir a los otros: “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de salida que Dios quiere provocar en los creyentes… Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Evangelii Gaudium, 20). También a través de vías digitales llegar a las “periferias existenciales” de tantas personas que esperan una palabra de esperanza, luz, ternura.

 

Salir de sí, encontrarse con otros, llevar la Palabra, el Evangelio, el amor, la libertad. Porque “salir de sí mismo para unirse a otros hace bien” (87), aun contando con los riesgos de equivocarnos o ser malinterpretados. El salir de sí cristiano rompe con una comprensión privada y reducida de la vida, aislada de los otros. Este dinamismo de salida que provoca y anima la Palabra de Dios en cada uno también es conciencia de las tentaciones permanentes que se nos presentan cada día como a seres humanos atacados por el espíritu de mundanidad: individualismo, egoísmo, subjetivismo, indiferencia, autocomplacencia, apariencia, vanagloria, mezquindad, envidia, etc. (cf. E.G. 54, 67, 78, 89, 93-99, 195, 208). La exhortación papal nos invita a dejarnos liberar y entusiasmar por la fuerza gozosa del Evangelio de Jesús.

 

Acercarse, encontrarse con el otro

 

El Buen Samaritano es Jesús, el Hijo de Dios que ha salido de sí mismo, se ha encarnado en nuestra humanidad, se ha hecho uno de nosotros y está siempre con nosotros para darnos vida. Él mismo invita a cada uno a “adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos, para invitar a los excluidos” (24); “vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento testimonial, en cualquier cultura, en cualquier ciudad” (75). Todo ha de servirnos y ayudarnos para encontrarnos con los demás, aun siendo todos tan diferentes, aun de cultura, raza, religión, mentalidad, etc. Esto es hoy particularmente cierto en el encuentro y relación en redes sociales digitales, también como nueva expresión cultural, donde aceptamos el desafío de vivir el testimonio cristiano. Pero “el único camino consiste en aprender a encontrarse con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino” (91); “las mayores posibilidades actuales de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y solidaridad entre todos” (87).

 

Un encuentro -como el de Jesús- hecho de cercanía, humildad, paciencia, acogida, comprensión, diálogo, ternura, amistad, caridad (cf. 165). “El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo” (88). Abrir el corazón, la mente, los espacios, el tiempo, las relaciones, para que los demás, las personas, entren ahí, en nosotros. Entonces “alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres” (274). Un encuentro -también en las redes digitales- de personas, de la vida que se comparte, de lo más valioso del corazón, que es apertura y libertad, y rompe el individualismo, y abre otro estilo de comunicación pública que busca comunión y comunitariedad. No es, por tanto, exhibicionismo, ni autocomplacencia, ni propaganda, ni imposición, ni agresión (como a veces se hace en las redes digitales). La expresión del Papa es muy rica: abrimos el corazón para llenarlo de nombres y rostros verdaderos con lo que queremos encontrarnos, no de falsas relaciones.

 

Un encuentro hecho, pues, desde el corazón abierto, herido, sufriente, compasivo: “Lo primero en la comunicación con el otro es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual…Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento” (171).

 

Como Jesús, que no sólo se ha hecho hombre sino pobre, el Papa invita a un encuentro afectuoso, solidario, comprometido, evangélico con los pobres de este mundo, y con los más pobres, en la honda opción que da identidad a la misma Iglesia (cf. 197-201), y “estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad, donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos” (210). “Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás (…); que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de su ternura” (270).

 

En este contexto es alentador ver surgir nuevas redes digitales que tratan de promover la solidaridad humana, la paz y la justicia, los derechos humanos, el respeto por la vida y el bien de la creación. Estas redes pueden facilitar formas de cooperación entre grupos y pueblos de diversos contextos geográficos y culturales, y profundizar en la humanidad común y en el sentido de corresponsabilidad para el bien de todos. Redes sociales, pues, que nos ponen cerca de los pobres y de nuevas formas de pobreza en el mundo, y que nos unen a favor de los pobres y de las causas sociales, y con los pobres, y que afortunadamente siguen creciendo y haciendo comunión entre personas, grupos, organizaciones, pueblos, en una sociedad tristemente marcada por la exclusión, la inequidad, la idolatría del dinero, el consumismo, la injusticia.

 

Escuchar y mirar

 

El encuentro con los otros y con los pobres tiene para el Papa Francisco una dimensión mística o espiritual que necesitamos todos descubrir, aprender, valorar, vivir: “Para ser evangelizadores con Espíritu también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior” (268). “La Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario” (169). “Para compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega…porque es obra de Dios, creatura suya” (274). “Aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos” (91). Aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar, a guardar silencio, a contemplar, a dialogar.

 

La mirada contemplativa nace del Espíritu que habita en nosotros, en el corazón de cada creyente, y que precisamente por ser Espíritu de amor, de fe, de esperanza, nos ayuda a mirar de otra manera la vida, el mundo, y sobre todo las personas, con una mirada cordial o una atención amante: “Lo que el Espíritu moviliza no es desborde activista sino ante todo una atención puesta en el otro, considerándolo como uno consigo. Esta atención amante es el inicio de una preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. ..El verdadero amor siempre es contemplativo; nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia” (199).

 

Curar, cuidar, acompañar

 

La Iglesia, cada uno de nosotros, cuenta con esa enorme fuerza del Espíritu para cumplir su misión en la tierra: “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (20). En la actitud del Buen Samaritano, ir a todas las periferias existenciales, morales, materiales, geográficas, culturales; acercarse a la persona caída, en desgracia, en pobreza material o espiritual, para curar todas sus heridas y ofrecerle la vida nueva del Resucitado. También en el mundo digital, aunque no haya presencia física, el cristiano trata de curar y ofrecer vida, trata de “llevar calor y encender los corazones”, con la actitud del Samaritano que se hace prójimo.

 

Por eso “la Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos en el arte del acompañamiento, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro. Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión, pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana” (169) y lleve “más y más a Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad” (170), y “provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás” (178), el bien de humanidad que todos anhelan, pero especialmente los pobres. Hoy un cristiano no puede estar ausente del ambiente digital, buscando junto con otros una vida más humana para todos. El cristiano acompaña y sirve en todas las dimensiones de la vida y a todas las personas sin exclusión ni distinción, con una preocupación particular y preferencial por los pobres.

 

Hacerse prójimo como misión de la Iglesia

 

La Iglesia tiene la misión de anunciar y vivir el Evangelio en todos los espacios de la vida, en todas las realidades, en todas las culturas, en todas sus relaciones, y ha de aprender también de lo que el Espíritu de Dios regala a los no cristianos. Ella es al mismo tiempo discípula y misionera. La Iglesia está llamada al testimonio de la vida, a las relaciones de comunión, al diálogo con otros, a la búsqueda de lo auténticamente humano para alcanzar una vida mejor para todos. La Iglesia estará en las redes sociales digitales con esta misión; ella buscará ahí ser sacramento de comunión (cf. Conc. Vaticano II, Lumen Gentium, 1)

 

La parábola evangélica del buen samaritano concluye con una misión dada por Jesús: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37), haz misericordia, pon en práctica la compasión para los otros. “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (114). “Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos. Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos” (Mensaje del Papa). La comunicación cristiana no es una repetición de conceptos teológicos, no es un bombardeo de mensajes religiosos, sino una forma de relación con los otros, de proximidad y comunión, de donación, que encarna el testimonio y el Espíritu de Jesús.

 

“Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, vertiendo sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital”.

 

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Padre Luis García

Luis García Orso, S.J.
Roma, 5 febrero 2014


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