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Cambio Climático

SIGNIS ALC

31 diciembre 2015

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Iglesia y cambio climático, preocupaciones y compromisos.

El clima es un bien común, de todos y para todos.

Por: Isabel Gatt

Escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres (Laudato Si Nro 49)

 

Hoy el Papa Francisco, sintetizando la experiencia y las convicciones de miles de cristianos, en su reciente encíclica Laudato si, recupera el pensamiento histórico de la iglesia desde su enseñanza social sobre esta temática. Y comienza del mejor modo, con el famoso Canto de las criaturas de San Francisco. Esta poesía, inigualable, nos revela la realidad más profunda de nuestra relación con la naturaleza: es nuestra ‘hermana’. Hoy con dolor, verificamos que esta relación es traicionada por muchos.

Con gran alegría recibí la propuesta de escribir este artículo, porque hoy estamos viviendo como iglesia católica un tiempo donde la conciencia sobre el cuidado de nuestra “casa común”: el planeta tierra, es cada vez más sentido por todo el pueblo cristiano. Nuestros hermanos de los pueblos originarios tenían muy en claro cuánto la naturaleza posibilitaba “el buen vivir”, clave su estilo de vida, en todos sus aspectos.

El beato Papa Pablo VI, en 1971 en la carta apostólica Octogesima adveniens[1]consideraba que la crisis ecológica se debe a la actividad descontrolada del ser humano, por la explotación desmesurada de la naturaleza y nos advertía sobre los riesgos de esta acción. Palabras, por demás proféticas, si miramos nuestro presente. También tuvo palabras fuertes cuando afirmaba que “los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre”[2]. También San Juan Pablo II, nos llamó una “conversión ecológica global”[3].

Papa Francisco en la Carta encíclica Laudato Si, ya mencionada, afirmaba: “El clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático.” (LS: 23).

Destaco en especial este último documento ya que ha puesto en evidencia cuanto este tema es sentido por muchos actores de la Iglesia católica. En nuestro continente, por ejemplo, con la conformación de la Red Eclesial Panamazónica, pero también por nuestros hermanos de otras iglesias, de otras religiones y personas de buena voluntad con quienes estamos trabajando para luchar contra los grandes flagelos ambientales. Existen infinidad de experiencias de comunidades cristianas que se han comprometido con los desafíos que convergen en la cuestión medioambiental.

Este proceso de ‘cambio climático’ se ve complejizado también por causas naturales, pero el principal problema es el modelo de desarrollo adoptado por las diversas naciones. El cambio climático es una consecuencia y sus efectos, comenzarán a incrementarse con mayor intensidad en los próximos años. ¿Quiénes sufrirán más? Los que se encuentran en situación de vulnerabilidad social, ya que: “Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y a protección” (LS: 25). Es necesario evidenciar las consecuencias del mega-desarrollo. Detrás de las estadísticas del producto bruto interno, y de los demás indicadores de crecimiento económico, se esconden los impactos ambientales y los índices de desigualdad social se corresponden con el acceso a condiciones de vida digna.
Ante la COP 21, la Cumbre Climática que acaba de concluir en París, Leonardo Boff afirmaba: “El balance es: tenemos que cambiar de rumbo o conocer la oscuridad. Hay que producir para atender a las demandas humanas, pero a partir de un otro tipo de relación para con la Tierra, respetando sus ciclos y sus límites. Tenemos que sentirnos parte de ella, cuidarla, darle descanso para que se regenere y así no perder su biocapacidad. Debemos aprender a ser más con menos y asumir una sobriedad compartida en comunión con toda la comunidad de vida, que necesita también la vitalidad de la Madre Tierra para vivir y reproducirse”[4].

 

Un trabajo muy interesante, también como aporte a a COP 21 fue presentado desde la Comisión de Justicia y Paz del Vaticano, con el apoyo explícito de innumerables cardenales, obispos y laicos. El aporte se sintetizó en las siguientes propuestas:
1. Tener en cuenta no solo los aspectos técnicos del cambio climático sino también, y sobre todo, los aspectos éticos y morales de conformidad con el artículo 3 de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC).
2. Aceptar que el clima y la atmósfera son bienes globales comunes de todos y para todos.

3. Adoptar un acuerdo mundial justo, motor de un cambio transformacional y legalmente vinculante fundamentado en nuestra visión del mundo que reconoce la necesidad de vivir en armonía con la naturaleza y de garantizar el ejercicio de los derechos humanos de todos, incluyendo los de los Pueblos Indígenas, las mujeres, los jóvenes y los trabajadores.

4. Limitar el aumento de la temperatura global y establecer un objetivo para alcanzar una completa descarbonización para mediados de siglo, con el fin de proteger a las comunidades más afectadas por los efectos del cambio climático, especialmente las que viven en las islas del Pacífico y las regiones costeras. Garantizar que el límite máximo de aumento de la temperatura aparecerá reflejado en un acuerdo global legalmente vinculante, con acciones y compromisos de mitigación ambiciosos por parte de todos los países en función de sus responsabilidades comunes pero diferenciadas y sus respectivas capacidades (CBDRRC en inglés), según los principios de equidad, las responsabilidades históricas, y el derecho al desarrollo sostenible. Garantizar la coherencia entre las trayectorias de emisiones y objetivo de descarbonización; así como la imposición de revisiones periódicas de las ambiciones y de los compromisos adoptados. Para ser exitosas, estas revisiones periódicas deben basarse en datos científicos y el respeto del principio de equidad, y deben ser obligatorias.
5. Explorar nuevos modelos de desarrollo y estilos de vida que sean compatibles con el clima, combatan la desigualdad y saquen a los pobres de la miseria. En este sentido, resulta esencial poner fin a la era de los combustibles fósiles, eliminar de forma gradual las emisiones de combustibles fósiles y proporcionar un acceso a la energía renovable que sea asequible, fiable y seguro para todos
6. Garantizar el acceso de todos al agua y a la tierra para la consolidación de sistemas alimentarios resilientes y sostenibles que prioricen las soluciones impulsadas por las personas y no por los beneficios.

7. Garantizar la inclusión y la participación de los más pobres, de los más vulnerables y de aquellos sobre los que repercuten mayoritariamente las decisiones tomadas a todos los niveles.

8. Garantizar que el acuerdo adoptado en 2015 lleve consigo un proceso de adaptación que responda de forma adecuada a las necesidades inmediatas de las comunidades más afectadas y refuerce las soluciones locales.

9. Reconocer que las necesidades de adaptación están supeditadas al éxito de las medidas de mitigación adoptadas. Los responsables del cambio climático tienen la obligación de ayudar a los más vulnerables en la adaptación y la gestión de las pérdidas y daños; y de compartir la tecnología y los conocimientos necesarios.

10. Establecer hojas de ruta claras sobre cómo los países deberán cumplir sus compromisos financieros adicionales, coherentes y previsibles, de forma que se garantice una financiación equilibrada de las acciones de mitigación y de las necesidades de adaptación. Todo esto debería llamar a una seria consciencia y educación ecológica”.

De alguna manera, en estas observaciones, percibimos un nuevo compromiso de la Iglesia Católica con las transformaciones estructurales de la ‘deuda ecológica’ que nuestra gran familia humana necesita saldar por su propia subsistencia y para acompañar el verdadero designio de la creación.

Fue muy importante para cuantos vemos la densidad de esta problemática, haber escuchado al Papa Francisco en la ONU y recientemente en Nairobi en su llamamiento a la COP 21, afirmar: “«El clima es un bien común, de todos y para todos; el cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad» (ibíd., 23-25) cuya respuesta «debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados» (ibíd., 93). Ya que «el abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, va acompañado por un imparable proceso de exclusión» (Discurso a la ONU, 25 septiembre 2015).

Estas palabras nos impulsan, como comunicadores cristianos, a comprometernos a ofrecer nuestro trabajo para que este mensaje alcance a todos y se transforme en acciones concretas de cuidado del ambiente. Necesitamos trabajar juntos por un desarrollo humano integral, inclusivo y sostenible.

 

* Comunicadora argentina, integrante de la Junta Directiva de SIGNIS ALC

Artículo publicado en el Boletín Punto de Encuentro, diciembre 2015

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Notas:

1. Carta Apostólica Octogesima Adveniens

2.Discurso de SS Pablo VI en el 25° aniversario de la FAO, lunes 16 de noviembre de 1970

3. Catequesis Miércoles 17 enero 2011

4. El obstáculo fundamental en la COP21 en París, Leonardo Boff

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