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La Iglesia Católica

SIGNIS ALC

25 abril 2008

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Intervención del Papa Benedicto XVI ante la ONU

El Papa hace una crítica, entre velada y abierta.

 

Jos Demon*

La intervención del Papa Benedicto XVI ante la Asamblea General de las Naciones Unidas constituyó un interesante análisis de la realidad internacional, y del actual papel de la religión y de la iglesia católica en particular, en los esfuerzos para encaminar una responsabilidad compartida en nuestro planeta.

 

Los comentarios del Papa reflejan y profundizan la lectura de la realidad social por parte del magisterio eclesial estas última décadas, en particular la actualización de la doctrina social, y se alinean con la declaración final de la V conferencia de los obispos latinoamericanos en Aparecida. En el discurso ante la ONU se pueden destacar los siguientes pronunciamientos.

 

El Papa hace una crítica, entre velada y abierta, a la intervención no consensuada de los EE.UU. en Irak, cuando en su discurso constata la “paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos, mientras que los problemas del mundo exigen intervenciones conjuntas por parte de la comunidad internacional”.

 

Benedicto XVI recordó además que el principio de la libertad, que tanto se defiende en las sociedades occidentales, no se puede entender en abstracto como un valor en si mismo. La libertad del individuo, debe situarse en el servicio al bien común de las personas y de las naciones. “En el contexto de las relaciones internacionales, es necesario reconocer el papel superior que desempeñan las reglas y las estructuras intrínsecamente ordenadas a promover el bien común y, por tanto, a defender la libertad humana. Dichas reglas no limitan la libertad. Por el contrario, la promueven cuando prohíben comportamientos y actos que van contra el bien común, obstaculizan su realización efectiva y, por tanto, comprometen la dignidad de toda persona humana.”

 

El Papa no se opone, sin embargo, a la intervención consensuada de las naciones (unidas), cuando uno de los estados no está en capacidad de proteger el bienestar de sus ciudadanos, cuando se producen violaciones graves y continuas de los derechos humanos. El Papa resalta el “nuevo énfasis con el principio de la responsabilidad de proteger… Todo Estado tiene el deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los derechos humanos, como también de las consecuencias de las crisis humanitarias, ya sean provocadas por la naturaleza o por el hombre. Si los Estados no son capaces de garantizar esta protección, la comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales”.

 

En su intervención el Papa criticó la aplicación selectiva e interesada en la defensa de los derechos humanos y en la defensa del derecho de las naciones.

 

Cuando se está ante nuevos e insistentes desafíos, es un error retroceder hacia un planteamiento pragmático, limitado a determinar “un terreno común”, minimalista en los contenidos y débil en su efectividad… “Hoy es preciso redoblar los esfuerzos ante las presiones para reinterpretar los fundamentos de la Declaración y comprometer con ello su íntima unidad, facilitando así su alejamiento de la protección de la dignidad humana para satisfacer meros intereses, con frecuencia particulares”

 

La aplicación selectiva e interesada de los derechos humanos tiende a esconderse bajo la fachada de leyes establecidas que ya no mantienen su debida relación con los principios de la ética, principalmente con las exigencias de la justicia. “Cuando se presentan simplemente en términos de legalidad, los derechos corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y racional, que es su fundamento y su fin. Por el contrario, la Declaración Universal ha reforzado la convicción de que el respeto de los derechos humanos está enraizado principalmente en la justicia. Este aspecto se ve frecuentemente desatendido cuando se intenta privar a los derechos de su verdadera función en nombre de una mísera perspectiva utilitarista.”

 

El pontífice romano destacó que una visión de la vida firmemente enraizada en la dimensión religiosa puede ayudar a conseguir los fines de un orden social respetuoso de la dignidad y los derechos de la persona. Además, estos fines proporcionarán “el contexto apropiado para ese diálogo interreligioso que las Naciones Unidas están llamadas a apoyar, del mismo modo que apoyan el diálogo en otros campos de la actividad humana. El diálogo debería ser reconocido como el medio a través del cual los diversos sectores de la sociedad pueden articular su propio punto de vista y construir el consenso sobre la verdad en relación a los valores u objetivos particulares”. Podemos suponer que el Papa estará de acuerdo en extender la amplitud de este diálogo interreligioso de la dimensión de la sociedad nacional hacia los ámbitos de la sociedad internacional, algo de gran importancia en un mundo divido por la dominación económica y cultural del occidente y la respuesta a esta dominación desde la religión musulmana y otras corrientes como el “socialismo del siglo XX” en el tercer mundo.

 

Por fin el alto representante de la iglesia católica consideró que “los derechos asociados con la religión necesitan protección sobre todo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva”. En este contexto enfatizó que “no se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan la construcción del orden social”. El tenor de este pronunciamiento no es el de regresar al pasado, en el sentido de reestablecer un estado en estricto alianza con la iglesia, sino más bien de defender la legítima influencia de los creyentes (católicos) en las deliberaciones y decisiones políticas de las naciones. La convicción religiosa no es algo que se puede confinar a la estricta dimensión de la vida personal, como lo propone la teoría liberal, sino que mediante los creyentes influye, y debe influir, necesariamente, en la construcción misma de la sociedad civil.

 

* Teólogo holandés, animador de la Red de Teología, comunicación y Evengelización, de OCLACC

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