Karina Villalobos Paredes*.- “Un padre es «Dios» ante los ojos de sus hijos”. Y es que, desde su nacimiento, los hijos conocen el mundo a partir de las enseñanzas de los padres. Durante los primeros cinco años de vida van estableciéndose las bases de su personalidad y su carácter va definiéndose a través del estilo de crianza, de las enseñanzas directas y de aquellas que no lo son, pues desde su deseo por explorar y conocer van observando detalles que los adultos no percibimos o dejamos pasar, pero que ellos no obvian.
Durante la infancia y la niñez, los padres y los adultos de la familia tienden a estar al pendiente de cada una de las necesidades que éstos presentan, expresan con mucha facilidad sus sentimientos hacia ellos, desde los cuidados hasta gestos como caricias, besos, abrazos o expresiones como “te amo”, “te quiero”, “eres mi adoración”, “estoy orgulloso(a) de ti”, etc.
Sin embargo, conforme los vemos desarrollarse y crecer, consideramos que enseñarles a ser independientes significa dejarlos solos, ya no demostrarles cuidado o interés por sus actividades, ya no expresarles nuestros sentimientos hacia ellos porque incluso puede llegar a ser visto como un acto ridículo. A esto sumamos el hecho de que, con los años, algunos matrimonios van descubriendo que no pueden continuar la convivencia; surgen problemas, discusiones, infidelidades, rupturas, nuevas uniones, nuevos hermanos, etc.
Llegada la adolescencia, etapa en la que los chicos creen que pueden cambiar y dominar el mundo, resulta un período de crisis para muchos que llega hasta desbordarlos y, al no encontrar un soporte emocional en sus hogares, la influencia de los amigos (que para su etapa de desarrollo es de mucha importancia) puede llevarlos a perder la seguridad en sí mismos y reflejar sus miedos y necesidades afectivas a través de conductas rebeldes, impulsivas e incluso agresivas. Es por ello que se centran a vivir únicamente el momento, terminar lo mejor que puedan el día, y esperar a la siguiente alba para repetir la rutina.
Es aquí donde encuentro la riqueza de mi vocación laica. Trabajar con adolescentes es un reto y una aventura. Es en esta etapa donde ellos van definiendo quiénes son y qué quieren alcanzar. Reconocen su ser sensible desde la forma en que las situaciones los afectan, pero surge la necesidad de enseñarles a entender que ellos pueden medir la magnitud del impacto, asumiendo que de ellos depende mirar cada hecho desde lo negativo o jugar con los ángulos, cambiar la perspectiva, llorar si se requiere, pero secarse las lágrimas y determinar acciones rescatando una enseñanza de cada suceso.
Es importante en esta etapa ayudarlos en el empoderamiento de sí mismos desde el reconocimiento de sus habilidades y capacidades, pero también de sus debilidades y errores, entendiendo que el “ser humanos” nos lleva a ser sensibles, frágiles y vulnerables. De este modo los conducimos en un proceso que parte desde el hecho de asumir su propia historia familiar, para entender quiénes son, y establecer acciones que les permitan visionar con una vida próspera y feliz; estableciendo metas de realización profesional, personal y espiritual.
La vida se construye de un conglomerado de experiencias; de las buenas y bonitas se disfruta, y de las difíciles y complejas se aprende. Comprender la vida de este modo, les permite vivir su etapa adolescente con mayor ánimo, confianza y libertad, asumiendo con responsabilidad cada situación, comprendiendo que las decisiones trascendentales en su vida únicamente dependen de ellos mismos.
* Coordinadora de la Red EseJoven Región Norte. Reside en Trujillo.
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Compartido por Diario La República, Perú