Rolando Iberico Ruiz* (EVARED) – La Exhortación Apostólica del papa Francisco, Amoris Laetitia o “La alegría del amor”, es uno de los documentos pastorales sobre la familia más provocativos de los últimos tiempos. Su provocación no consiste en la apertura de la comunión a los divorciados, sino en retomar el criterio cristiano del discernimiento como clave para comprender e interpretar de formas nuevas la doctrina y práctica eclesiales sobre la familia (cfr. n. 3). En medio de una importante transformación de los valores y actitudes vinculados a la familia, el documento papal nos propone centrarnos en la experiencia del amor como criterio fundamental para discernir la complejidad de la realidad en torno a las familias. No se trata de quedarse en el modelo idealizado de la familia, conformado por los padres y los hijos y que nos retrotrae al modelo burgués y decimonónico de la familia, sino en salir al encuentro de la realidad, como lo hacía Jesús de Nazaret, para encontrar nuevas claves pastorales.
El papa Francisco afirma que la insistencia idealizadora sobre modelos de persona y familia, así como la falta de acompañamiento de los matrimonios, son objeto de una necesaria autocrítica por parte de la Iglesia. Por ello, hoy corresponde a los agentes pastorales acercarse a la realidad concreta de cada matrimonio y comprender su situación, sus dificultades y alegrías, y aprender a ver allí la presencia delicada y amorosa de Dios. La presencia del amor se constituye en la familia, en el eje de la unidad, tanto como sintonía física y, especialmente, como donación voluntaria. La vocación, el llamado, a ser y formar (“crear” con Dios, si nos introducimos en el lenguaje bíblico) una familia debería constituir un proceso de discernimiento delicado junto a la pareja de la presencia de Dios en ellos. La unidad del amor no anula la individualidad, al contrario, le da sentido, plenitud y la reafirma como tal al hacerla capaz de autodonarse gratuitamente en el otro. Por ello, reconocer –como plantea el título del documento pontificio– que toda forma de amor constituye la alegría, es reconocer la dimensión comunitaria de la alegría.
El papa Francisco pone en el centro del amor diversas formas de cuidado entre los miembros de la familia. El cuidado –un tema que se abre paso en la reflexión filosófica y teológica hoy– es la expresión real de la alegría de amar y ser amado. La renuncia a la violencia y al resentimiento, la apertura al perdón, la paciencia y la espera forman parte del cuidado en el amor. El cuidado como expresión, signo gratuito de entrega mutua, muestra el lado apasionado y delicado del amor entre los hombres. Es esta dimensión del cuidado la que permite abordar las nuevas realidades de la familia de hoy: la violencia, las rupturas y divorcios. Sin condenar, hoy los cristianos estamos llamados a cuidar las relaciones familiares y humanas y a cuidar a cada persona en su integridad psicológica y física. El cuidado de la familia pasa por aprender a poner –como afirmaba San Ignacio de Loyola– el amor más en las obras que en las palabras. Solo actuando con el criterio del amor se podrá cuidar delicadamente de los hombres y mujeres de hoy.
*Historiador y docente de la PUC
Compartido de “La periferia es el centro”, Dios la República, 22-09-16