José Antonio Ulloa Cueva*
Las nuevas exigencias de la virtualidad social y la comunicación digital hacen replantear nuestras actividades cotidianas y establecer un orden diferente en los procesos de aprendizaje, relacionamiento, productividad y consumo. Un orden cambiante, dicho sea de paso, en el que se conjugan nuevas necesidades de conocimiento, nuevas competencias digitales y nuevas formas de facilitar contenido a las audiencias. La tecnología, en este contexto, es solo un componente, y no el más importante.
En este tiempo de pandemia la comunicación ha adquirido un protagonismo importante no solo por su dimensión informativa y divulgadora; especialmente ha dejado sentir su relevancia en los procesos de interacción e integración, fundamentales para la convivencia pacífica, la formación humana y la transformación social. La gestación de nuevos conocimientos que contribuyen a comprender mejor las nuevas dinámicas sociales en el mundo digital nos abre puertas a escenarios nuevos de riesgos y amenazas, pero también de oportunidades y responsabilidades.
Nuestra presencia en las pantallas
En este tiempo que hablamos de clases a distancia, de teletrabajo y de reuniones virtuales, es interesante ver cómo hemos configurado nuestra presencia en estos nuevos escenarios. “Ser” y “estar”, hoy, adquiere un carácter especial y va más allá de los límites del espacio físico y temporal. En la actualidad, estamos presentes en varios lugares a la vez, a través de las pantallas; nuestras vidas discurren en esa convergencia de plataformas de comunicación que nos permiten estar en reuniones y situaciones con personas de diversas zonas del mundo, con horarios diferentes y que, de otra manera, no podrían congregarse en un mismo espacio.
Pero, nuestra presencia no solo se configura en ese espacio-tiempo, muchas veces se perpetúa porque queda registrada en un video o una foto, que además desborda el territorio mismo de la plataforma virtual y transita por otras; logrando que esas presencias adquieran otros valores, según los usos y reinterpretaciones de personas que interactúan con nosotros de formas que muchas veces no detectamos y no valoramos. De esta manera, la información que fluye en esos procesos y el conocimiento generado también adquieren esa característica de perpetuidad, muchas veces convirtiéndose en un insumo para la reinterpretación por otros, en otros momentos, en otros entornos.
Esa omnipresencia de las pantallas (y de nosotros en ellas) rompe los límites del tiempo y del espacio geográfico; y de esta forma, elimina fronteras entre la realidad y la virtualidad. En este nuevo escenario aparecen nuevas identidades, nuevos códigos y nuevas reglas de convivencia. Por ello, en este tiempo de miedo, incertidumbre y distanciamiento, es importante repensar nuestra presencia en los procesos de interacción humana, comprendiendo que más que un fenómeno tecnológico, es un fenómeno comunicativo.
Percepción desde los adolescentes: La revaloración del receptor
En este contexto, niños, niñas, adolescentes y jóvenes son los que más fácilmente se han adaptado a esa presencialidad en los nuevos medios, precisamente por su inmersión casi intuitiva en los procesos de consumo y producción de contenidos digitalizados. Son tiempos de “nativos digitales”, término acuñado por el autor estadounidense Marc Prensky (2001), que considera a aquellos que nacieron en una cultura nueva en donde las computadoras, los teléfonos celulares y los dispositivos móviles inteligentes se convierten en una extensión del cuerpo y la mente humana. El concepto describe en sí, un nuevo orden mundial regido por una cultura tecnológica en la que no solo han nacido sino se han desarrollado en escenarios virtualizados y bajo patrones de relacionamiento digital, en donde la territorialidad y temporalidad no tienen límites.
No es necesario estar en un determinado lugar o en un momento específico para interactuar, la aldea global que visionaba Marshall McLuhan se efectiviza como una sociedad en red, como lo plantea Manuel Castells (1996), en donde la desterritorialización, la desmaterialización y la destemporalización marcan la pauta de toda transacción social, económica y cultural. Cabe reflexionar sobre si esa mutación es deshumanizante o no. Aun así, lo paradójico de la tecnología es que te acerca a las personas que tienes lejos y te aleja de las personas que están cerca.
Humanizar las redes
En el 2019, en el marco de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el papa Francisco nos propuso reflexionar sobre la forma en la que se están formando las comunidades, sobre las nuevas dinámicas de comunicación que establecen nuestras relaciones sociales. Cuando plantea una comunidad en la que «somos miembros unos de otros» (Ef 4,25), nos habla del sentido de pertenencia que implica volver a la humanidad del tejido de las redes. “La red constituye comunidad. Miembros que aportan para un fin que comparten, en el que creen y desean verlo hecho realidad. En la comunidad se encuentran personas de carne y hueso”, nos dice.
Si bien la tecnología de la comunicación busca acercarnos entre las personas, el hedonismo, el relativismo y el individualismo que marcan estos tiempos, parecen ganar terreno. Internet ha propiciado la formación de comunidades virtuales y posibilita su articulación global, en donde no toda la información es saludable y constructiva. Estas comunidades también se convierten en escenarios de violencia, discriminación y soberbia, en espacios en donde el delito y los riesgos sociales también se han adecuado.
En ese sentido, el sociólogo francés Dominique Wolton sostiene que la información ya no es suficiente para crear comunicación. “Considerada durante largo tiempo como factor de emancipación y progreso, la información puede transformarse en factor de incomprensión y hasta de odio”, menciona. Y añade que, ante esta situación, se hace necesario un mayor ejercicio de comprensión.
Francisco es consciente de los riesgos de las redes virtuales, de lo nocivo de la información que fluye en las plataformas digitales, de lo peligroso que es la manipulación de parte de poderes políticos, económicos e ideológicos. Nuevamente apela al respeto a la persona como base de la construcción de una cultura de paz. Pasar de la virtualización a la humanización de las redes, implica asumir la misión de comunicar con amor, verdad, respeto y esperanza. Y es en las familias, las escuelas, las comunidades y los medios de comunicación en donde debe gestarse una comunicación que prevenga posibles amenazas que se desprendan de esta nueva normalidad.
Comunicación preventiva
Las familias están experimentando situaciones sui géneris en medio de esta pandemia. El condicionamiento económico, la incertidumbre, el pánico y el estrés del encierro han generado conflictos, violencia y apatía; pero, por otro lado, propician oportunidades para reconocernos y revalorarnos entre sus miembros. En ese proceso es importante mirar con empatía a los más vulnerables: niños, niñas y adolescentes; entendiendo que hoy sus dinámicas de socialización son muy distintas, y los riesgos a los que están expuestos también. Es necesario que los adultos estemos más atentos y alertas a estas nuevas formas de ser, estar, hacer y pensar el mundo que tienen las nuevas generaciones dentro de escenarios virtualizados que muchas veces no comprendemos.
Como parte de este acercamiento es fundamental que padres y madres aprendamos los códigos con los que se manejan los relatos cotidianos de los menores. Conocer su lenguaje nos permitirá comprender los entornos en los que se mueven; es decir, valorar las condiciones y circunstancias en las que se dan sus interacciones.
Esta valoración del contexto debe llevarnos a identificar no solo los intereses particulares de los hijos y las hijas, sino también cómo estos se van transformando dentro de los grupos sociales en los que participan. Sus formas de participación son, también, importantes de observar.
Lo más probable es que desde la mirada adulta muchas cosas nos parezcan absurdas, banales, improductivas, intrascendentes y hasta una pérdida de tiempo, pero es ahí en donde debemos ejercitar esa mirada empática de la que hablamos. No juzgar, ni condenar, puede ayudarnos a mantener una puerta abierta para el diálogo. Involucrarnos sin ser invasivos ni entrometidos, puede contribuir a generar una atmósfera de confianza que nos lleve a una mejor convivencia.
En este tiempo, los riesgos sociales, los delitos y la violencia se han metido a nuestras casas a través de Internet. Esa hiperconectividad que hoy nos envuelve es, también, una posibilidad para prevenir y protegernos. Esto es parte de ese nuevo conocimiento que se genera en estos procesos de interacciones virtualizadas y presencias digitalizadas.
Educar para convivir en paz
Hoy, que la convivencia nos parece más cercana que en otros tiempos, es importante comprenderla para hacerla más positiva y constructiva. El vivir junto a otras personas durante un largo período ha replanteado nuestra forma de ver, pensar, experimentar y valorar nuestras relaciones; un fenómeno de sociabilidad que nos vincula a los demás a pesar de las diferencias y condiciona la comunicación humana para tender puentes hacia el bien común.
Desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia, el fundamento de los Derechos Humanos es la dignidad de la persona. En la encíclica “Pacem in terris”, el Papa Juan XXIII, no solo enfatiza la importancia de la paz, sino que destaca la necesidad de velar por el bienestar social y la convivencia humana a partir del estricto respeto por los demás.
El filósofo español José Antonio Marina considera que una buena convivencia es aquella que promueve bienestar y amplía posibilidades intelectuales, económicas, afectivas y políticas; de esa manera, contribuye al progreso. La mala convivencia, por su parte, es la que produce miedo, hastío, depresión y violencia; entorpeciendo el desarrollo.
Para Naciones Unidas, convivir en paz consiste en “aceptar las diferencias y tener la capacidad de escuchar, reconocer, respetar y apreciar a los demás, así como vivir de forma pacífica y unida”. En ese sentido, es oportuno ratificar que la educación y la comunicación son pilares fundamentales de la construcción de una cultura de paz que debe manifestarse en nuestras acciones y espacios cotidianos.
En una entrevista, el psicopedagogo italiano Francesco Tonucci señaló que es necesario una nueva educación basada en la diversidad para que la convivencia democrática y pacífica permita formar mejores ciudadanos y ciudadanas. “En la escuela hay niños de culturas y lenguas diferentes, minorías indígenas, niños con discapacidades, de diferentes sectores sociales, niños pobres que en este momento manifiestan limitaciones porque no tienen aparatos tecnológicos para conectarse con la escuela (…) Y la verdad es que los niños son diferentes uno del otro, por lo cual, si queremos hacer una propuesta educativa democrática y eficaz, tenemos que hacerla para diferentes, y no para iguales”, resaltó el creador del proyecto internacional La Ciudad de los Niños y las Niñas.
Vivir en paz, los unos junto a los otros, es un reto constante, pues pasa por asumir compromisos y cambios para fortalecer el respeto, la tolerancia y la solidaridad. Ese desprendimiento no es fácil en este tiempo de egoísmos, hedonismos e individualismos que parecen invadir nuestros hogares, escuelas, centros laborales, así como los nuevos escenarios virtuales en los que interactuamos. Por eso, es urgente formar personas que encuentren sentido a la vida en comunión y sean capaces de salir al encuentro del otro.
Historias constructivas
Propiciar procesos de comunicación esperanzadora que generen conocimiento constructivo, es todo un reto en este tiempo. Por eso es aún más relevante lo que Francisco nos propone este año, al conmemorar la 54 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: “La vida se hace historia”. En medio de la pandemia resuena con mayor sentido la cita bíblica: “Para que puedas contar y grabar en la memoria” (cf. Ex 10,2), y nos hace volver la atención a la narración como esencia de la comunicación humana y como base de la construcción de la historia de la humanidad. De esta manera busca revalorar la memoria en la comunicación, comprenderla como una “realidad dinámica” que permite transmitir valores de generación en generación, a través de historias constructivas que propicien espacios de redención.
Actualmente, estamos inmersos en una incertidumbre que parece acentuar esa cultura de la muerte que tantas veces hemos combatido. En este contexto de desesperanza y dolor, estamos llamados a asumir con mayor compromiso la misión de promover una cultura de encuentro a través de una comunicación afectiva y activa. Por eso, Francisco dice que “para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros.”
En este tiempo, cada vez con más fuerza se habla de las narrativas transmedia y las multiplataformas digitales. La emergencia sanitaria nos ha llevado abruptamente a virtualizar casi todos nuestros procesos de interacciones y de encuentros. Precisamente, en estas circunstancias, el Papa nos invita a revalorar y recuperar la narración como forma natural de comunicación humana. En suma, nos pide volver la mirada a la esencia de la comunicación.
También nos alerta que no todas las historias son buenas. Hay muchas que “nos narcotizan (…) convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices”. Y añade que “casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos”. A lo que pone de manifiesto que “en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia”.
Hoy, como nunca, tenemos la responsabilidad de salir al encuentro del prójimo en nuestros actos comunicativos. Hagamos que nuestras narrativas dignifiquen al ser humano. La mejor manera de asumir esta misión esperanzadora es promover que esa labor se cumpla con ética, empatía y responsabilidad.
* Director del Centro Latinoamericano de Investigación en Arte y Comunicación (CLIAC)
Este artículo fue publicado en la Revista digital Punto de Encuentro, de SIGNIS ALC, diciembre 2020