Por Washington Uranga.- No resulta fácil reflexionar hoy sobre el periodismo, aunque la conmemoración invite a hacerlo. Poco hay, sin embargo, para celebrar. Toda celebración se obnubila por la disminución de los puestos de trabajo, por los despidos en los medios y por la precarización del trabajo de los periodistas. Pero eso requeriría un tratamiento especial y específico por aparte y en sí mismo.
El periodismo atraviesa una etapa difícil de su historia. Hay reconfiguraciones que provienen de las transformaciones en la industria de la comunicación, pero simultáneamente existe un desplazamiento de la política al ámbito de la comunicación con todas las connotaciones que ello suma a la labor profesional de los periodistas. No habría que perder de vista que el escenario político argentino, dada la polarización de las posiciones, le agrega algunos ingredientes que hacen especialmente complejo este último aspecto.
Para no entrar en el debate sobre el periodismo independiente o no, habría que comenzar recordando que antes que periodistas (se aplica de la misma manera para abogados, arquitectos, médicos…) quienes ejercemos esta profesión somos ciudadanos y como tales tomamos opciones -tenemos la responsabilidad de hacerlo- que son también políticas. Entonces es casi ridículo seguir pretendiendo la independencia y mucho menos la objetividad. Abandonemos de una vez y para siempre este debate estéril y sin sentido. Somos ciudadanos políticos y el ejercicio de nuestra profesión no puede alejarnos de esta condición.
Lo único que se nos puede exigir y demandar es veracidad y honestidad en el manejo de la información. Aunque usemos criterios de selección que, sin duda, responden a nuestro discernimiento político. No nos debemos arrepentir de ello; sí transparentarlos con honestidad. Lo triste es que muchos y muchas que niegan actuar de esta manera, utilizan el periodismo para generar operaciones o se prestan a ellas. Mienten a sabiendas. Esa sí es una conducta reprochable y reñida con la ética. Dejo por su cuenta, estimado lector, hacer una lista -que puede llegar a ser extensa- de quienes en nuestro medio incurren en esas conductas. Lamentablemente lejos de haber sanciones éticas para quienes así proceden, vastos sectores de la sociedad siguen calificando a estas personas como “profesionales reconocidos”.
Es indudable que la información es fuente de poder y que quienes trabajamos con la información como materia prima ejercemos una cuota de poder. No se trata de negar esta realidad evidente. Sí de preguntarnos honestamente qué hacemos con ese poder, en favor de quien lo jugamos, sabiendo que cada noticia se divulga tiene un potencial pedagógico y educativo, para promover el cambio o para perpetuar la injusticia. Aquí está el verdadero dilema ético. No en manifestarse independiente sino, por el contrario, en comprometernos como ciudadanos-periodistas en la construcción de una sociedad cada día más justa, más igualitaria en la que el ejercicio del derecho a la comunicación es un eje fundamental.
Y esto último solo se logra haciendo de la profesión de periodistas y comunicadores una vocación volcada hacia la participación, un modo de facilitar circuitos virtuosos de diálogo entre actores diferentes en la sociedad. Para hacerlo, quienes nos desempeñamos en este oficio, tenemos que aprender cada día que, aún más importante que decir, es escuchar. Solo si abrimos nuestros oídos mediante la escucha atenta de todos los actores sociales, plurales y diversos, nuestra labor como periodistas y comunicadores podrá responder a las necesidades de los actores ciudadanos y transformarse en un aporte valioso a la sociedad y al sistema democrático.
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