Para Jesús la esperanza está delante, en el Reino de Dios.
La esperanza es una de las tres virtudes teologales, junto a la fe y al amor. Rima con confianza, término que deriva de fe: quien cree, espera; y quien espera, cree. Esperar es confiar.
Vivimos en un momento nuevo de la historia de América Latina. Con la elección de gobiernos democrático-populares, la esperanza da señales de transformarse en realidad. Hay esperanza de que se dé prioridad a las cuestiones sociales y se reduzcan significativamente las desigualdades que caracterizan al Continente.
Para Jesús la esperanza está delante, en el Reino de Dios, marcando el fin y la plenitud de la historia, y no en la cima, como postura verticalista de quien ignora la existencia de este mundo o la rechaza. Hoy la expresión Reino de Dios tiene una connotación imprecisa, metafórica. Sin embargo se puede imaginar lo que significa hablar de esto en pleno reino del César… No hay duda de la resonancia política del término, pues Jesús se atrevió a anunciar otro Reino distinto al de César y, por lo tanto, pagó con su vida.
Hoy la esperanza tiene una connotación secular: la utopía. Es curioso observar que, antes del Renacimiento, no se hablaba de utopía. Ésta resultó de la desacralización del mundo, de la muerte de los dioses, y por tanto de la necesidad de proyectar o visualizar el mundo futuro. En la medida en que el ser humano, con la llegada de la modernidad, comenzó a dominar los recursos técnicos y científicos que interfieren en el curso de la naturaleza y mejoran nuestra convivencia social, surgió la necesidad de entrever el modelo ideal, así como el artista que hace una escultura lleva en su cabeza o en el papel el diseño de la obra terminada. Como afirmó Ernst Bloch, la razón no puede florecer sin esperanzas, y la esperanza no puede hablar sin razón (Karl Marx, Bolonia, 1972, 60).
El marxismo fue la primera gran religión secular, capaz de traducir la esperanza en sociedad ideal. Él introdujo en la cultura occidental la conciencia histórica, la percepción del tiempo como proceso histórico, hasta el punto de que el ser humano pasó a prefigurar su existencia, ya no en referencia a los valores subjetivos, sino al devenir, luchando contra los obstáculos que, en el todavía no, impiden la realización de lo que se espera como ideal liberador.
Para el cristiano la utopía del Reino supera las utopías seculares, sean ellas políticas, técnicas o científicas. Se espera, en este mundo, la realización plena de las promesas de Dios, lo que plenifica y transfigura el mundo. De ese modo, a la luz de esas promesas citadas en la Biblia el cristiano mantiene siempre una postura crítica frente a toda realización histórica, así como ante los modelos utópicos. El hombre nuevo y el mundo nuevo son resultados del esfuerzo humano a través del don de Dios que, en última instancia, los llevan al ápice. En otras palabras, quien espera en Cristo no absolutiza nunca una situación adquirida o a ser conquistada. Todo avance es relativo y, por tanto, susceptible de perfeccionamiento, hasta que la Creación retorne al seno del Creador. Pues Dios realiza progresivamente, en la historia humana, su salvación.
La esperanza se basa en la memoria. Quien espera, rememora y conmemora. Nuestro Dios no es uno más del Olimpo politeísta. Es un Dios que tiene historia y guarda memoria: Yavé, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Es esa memoria la que alimenta la conciencia crítica, conciencia de la diferencia, de la inadecuación, el todavía no. Pues la utopía cristiana se sustenta en la promesa de Dios. Por eso, la esperanza cristiana no teme lo negativo, las vicisitudes históricas, el fracaso. Es una esperanza crucificada, que se abre a la perspectiva de la resurrección.
En esperanza ya estamos salvados. Ver lo que se espera ya no es esperar: ¿cómo se puede esperar lo que ya se ve? Pero si esperamos lo que no vemos es en la perseverancia que lo aguardamos (Romanos 8, 24-25). Como dice la Carta a los hebreos, la fe es un modo de poseer ya aquello que se espera, es un medio para conocer realidades que no se ven (11, 1). Si la fe ve lo que existe, la esperanza ve lo que existirá, decía Péguy. Y añadía: el amor sólo ama lo que existe, pero la esperanza ama lo que existirá… en el tiempo y por toda la eternidad.
La esperanza es el caminar en la fe hacia su objeto. La fe nos da la certeza de que Jesús venció a la muerte; la esperanza, el aliento de que venceremos las señales de muerte: la injusticia, la opresión, el prejuicio, etc. Ese proceso no es continuo, pues somos prisioneros de la finitud, aún llevando la Infinitud en nuestros corazones. Por eso, el caminar está entremezclado de dudas y dolores, conquistas y alegrías, pero sabe que, si camina por los senderos del amor, tiene a Dios como guía.
Frei Betto es escritor, autor de “Alfabeto. Autobiografía escolar”, entre otros libros.
QUIÉN ES FREI BETTO
El escritor brasileño Frei Betto es un fraile dominico. conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 53 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso en dos acasiones- en 1985 y en el 2005 fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores.
Asesor de movimientos sociales, camo las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 45 años. En los años 2003 y 2004 fue asesor especial del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva y coordinador de Movilización Social del Programa Hambre Cero.
Traducción de J.L.Burguet
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