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La guerra climática

SIGNIS ALC

30 diciembre 2015

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La guerra climática: Implicancias para América Latina

La realidad: riqueza y peligro.

 

Por Padre José María Rojo.

Padre José María Rojo*.- Hablar de “guerra” no es cosa intrascendente: batallitas y hasta batallas podemos tenerlas cada día e, incluso, arriesgarnos a perderlas. Pero cuando hablamos de “guerra”, esas son palabras mayores. Sí, estamos convencidos de que se trata de eso, de una guerra donde nos jugamos demasiado como para permitirnos el lujo de poder perderla.

 

Y una “guerra climática”. ¿Se tratará de protegernos del frío con mejores tejidos? ¿o de fabricar más paraguas para no mojarnos? ¿o inventar nuevas cremas que nos protejan del sol en nuestras playas? No, no se trata de eso, sino de las condiciones del clima que pueden variar tanto (ya está sucediendo) que cambie sustancialmente la composición geográfica del continente y con ello enormes consecuencias para todo tipo de vida (no solo la humana) y para el desarrollo sociocultural de sus habitantes.

 

Han saltado las alarmas y no podemos cerrar los ojos ni esconder la cabeza en tierra como el avestruz: tenemos que mirar de frente al enemigo y trazar una estrategia eficaz para ganar la guerra. De eso se trata.

 

La realidad: riqueza y peligro

 

El Sub Continente Latino Americano destaca por la gran riqueza ecológica que ofrece en 33 países de lo más variado: desde el gran Brasil a multitud de diminutas islas sembradas en los grandes océanos. Rica en recursos naturales, la región contiene aproximadamente un 23 % de los bosques y selvas del mundo, un 31 por ciento del agua dulce disponible y 6 de las 17 mega-diversidades del planeta (es decir, grupos de países que albergan la mayor cantidad de biodiversidad, de especies vivas -Perú es uno de los mejores ejemplos-).

 

Es un hecho, es incontestable, esa enorme riqueza con que contamos (UNEP 2010b). Pero igualmente es un hecho que esa riqueza está seriamente amenazada. Si decíamos que han saltado las alarmas es porque hay signos más que evidentes de que eso es así. Cuatro ejemplos solos nos lo ilustran fácilmente:

 

a)La selva amazónica, que es la masa forestal más importante del mundo (7 millones de kilómetros cuadrados y la alta biodiversidad que este ecosistema posee). Es considerado el “pulmón del mundo”, generando oxígeno y absorbiendo el dióxido de carbono y otros gases contaminantes. Además regula parte del clima del planeta, por lo que si se producen cambios profundos en este ecosistema las consecuencias afectarían a todo el planeta.

 

Desde hace décadas se viene reduciendo la selva por deforestación, destrucción e incendios, todo por razones económicas: acrecentar la superficie para desarrollar la agricultura, la ganadería, la explotación forestal (maderera), construcción de represas y rutas, producción de “bio-combustibles”, etc. Hemos perdido ya casi el 20 % de la Amazonía, principalmente en Brasil y no parece haber mucha voluntad de echarle el freno…

 

b) Las explotaciones mineras: de todos es conocido que la región ha sido y es inmensamente rica en recursos minerales. Desde la conquista hasta hoy no se han dejado de explotar y no cabe duda que -para varios países- han sido el principal colchón frente a la última crisis (favorecido por el desarrollo de las grandes economías asiáticas que han demandado y demandan gran cantidad de minerales). Son tentadoras y apetitosas esas enormes masas de minerales (cobre, hierro, plomo, estaño, plata, oro,…) para ser extraídos muchas veces a cielo abierto… ¡Las ganancias son inmensas! Y por ello el no tener en cuenta ni los derechos de los habitantes del lugar a sus tierras ancestrales, ni el destrozo de millones de hectáreas, ni la contaminación de ríos y acuíferos, ni la destrucción de lagunas y diversos hábitats, etc. es un crimen de lesa humanidad. Perú y Guatemala (por poner solo dos de los ejemplos más conocidos) han sido testigos de la férrea resistencia de las comunidades ante la voracidad de las empresas (con la descarada protección de los estados). Detrás quedará destrucción y muerte, como siempre.

 

c) El ya tristemente famoso “Canal Interoceánico de Nicaragua”, planeando arrasar con la biodiversidad de medio país y sin tener en cuenta para nada la vida y los intereses de todas las comunidades rurales que han cuidado la región desde tiempo inmemorial. Para el presidente Daniel Ortega parecería que cuentan mucho los millones del empresario de las comunicaciones de Asia, el chino Wang Jing (en este momento a la baja) y nada la ecología de todo un país que será dividido en dos.

 

d) Otra de las grandes riquezas ecológicas, son los hielos de la Antártida Argentina y los nevados de toda la cordillera de los Andes y sus reservas acuíferas, cada día más reducidas. El hielo de las cumbres de la Cordillera Blanca, la mayor cadena de nevados tropicales del mundo, está acusando fuertemente los efectos del “cambio climático”. Pongamos el caso del Perú: se ha perdido, por lo menos, 22 % de su superficie glaciar desde 1970 y el deshielo está acelerándose, según el Instituto Nacional de Recursos Naturales (INRENA). El emblemático nevado Pastoruri -una de las joyas del turismo peruano- agoniza lentamente debido al calentamiento global que azota al mundo. La superficie glaciar del nevado en 1995 era de 1,8 kilómetros cuadrados, pero en 2001 ya había perdido medio kilómetro y el año pasado sólo tenía 1,21 kilómetros cuadrados. “De continuar esta situación puede desaparecer en diez años”, se afirma. Ello nos lleva a pensar en el servicio de agua potable y “sanitarios” a un continente con ya 79 % de población urbana y con mega-ciudades, como Lima, ubicadas en un desierto sin apenas agua…

 

La guerra se ha desatado hace tiempo y el peligro es grave para una riqueza natural invalorable y, directamente, para los más de 600 millones de habitantes del subcontinente. Es necesario preguntarnos la parte de responsabilidad que nos toca a la sociedad civil y a cada uno en este “dejar hacer”, que nos ha conducido a esta situación ya insostenible. Y, por supuesto, encarar con fuerza a los gobiernos por su insensibilidad, indolencia y entreguismo (con frecuencia interesado) frente a las grandes empresas transnacionales. Se exige un cambio de timón.

 

Mirando al futuro

 

En estos momentos están reunidos los dirigentes de todo el mundo en París-Francia, en una Cumbre que, esperamos, coja el toro por los cuernos y apunte a soluciones reales y definitivas al problema grueso del cambio climático. Sabemos que está siendo muy difícil. Una de las cuestiones es respecto al hecho de que hay que intervenir en todos los países, pero ni todos han contaminado lo mismo, ni todos pueden aportar lo mismo a la solución (proporcionalmente). Es obvio, por lo tanto, que los países más desarrollados y con más capacidad arrimen más el hombro. Y ahí, América Latina y el Caribe tienen el derecho de exigir se les ayude en serio en la parte que les toque para corregir la contaminación y para propiciar un cambio de modelo de desarrollo. Si durante siglos hemos facilitado el desarrollo de las grandes potencias, permitiendo la explotación irracional de los recursos, justo es que ahora sean ellas las que nos ayuden a ese cambio necesario ¡para beneficio de todos!

 

Por poner un solo ejemplo, si fue Estados Unidos (y sus transnacionales petroleras) quienes obligaron al continente a basarlo todo en el desarrollo de carreteras para buses y camiones (destruyendo la incipiente red ferroviaria en muchos países) justo es que ahora sean ellos mismos los que ayuden a que se desarrollen las energías alternativas al petróleo: la solar y la eólica. Pensando en Perú (lo que más conozco), en eso somos super-ricos: sol y aire nos sobran todos los días del año. Y lugares para colocar la infraestructura, no digamos: hay miles y miles de hectáreas. sin tener que arrancar una hierba ni molestar a un pájaro o a una mariposa… El Perú solo no puede, por supuesto.

 

Y así en cada país, si hablamos de agricultura apropiada a cada lugar, de razonable desarrollo y consumo de productos marinos, de cambio de sistemas de transporte, de aprovechamiento de los escasos recursos hídricos, de reforestación…, Es de justicia pedir que, por el bien de la humanidad, quienes más tienen y más pueden pongan más en la mesa ¿Serán capaces de entenderlo y hacerlo?

 

Una palabra desde la Fe

 

La región de la que hablamos es mayoritariamente “cristiana”. Y, con todo derecho, podemos plantear que en este tema tan importante, la fe y la ética tienen una palabra importante. Los cristianos creemos en un Dios que tuvo un plan, un sueño al que nunca renunció: una casa común hermosa y buena en la que todos sus habitantes (todos los seres vivos) vivieran en un ambiente adecuado y en armonía. Lo tenemos en el relato simbólico del paraíso; en diversos relatos proféticos presentándonos verdes los desiertos y compartiendo pacíficamente la vida animales y personas todos; lo tenemos en la imagen de los “cielos nuevos y tierra nueva” (Isaías y Apocalipsis): una nueva sociedad con alegría y sin explotación, justa y fraterna y lo tenemos en el anuncio de la primera Navidad: “Les traigo una Buena Noticia que será alegría para todo el pueblo”.

 

Los cristianos no podemos dudar de que la voluntad del Dios en el que creemos es esa: que vivamos felices y en paz con nosotros y con toda la creación. El Papa Francisco en la encíclica Laudato Si nos lo ha repetido clarísimo: es preciso una “conversión ecológica” un mirar a la “casa común” para cuidarla y para crear condiciones apropiadas para todos los inquilinos vivientes (vegetales, animales y personas). Pero nos ha dicho igual de claro que el sistema en el que estamos, el modelo económico que impera ya no da más, no se aguanta y que por lo tanto se necesitan -urgente y de absoluta necesidad- dos cosas: para todos y cada uno, un nuevo estilo de vida (que en todo tenga en cuenta lo ecológico) y romper con el modelo neoliberal, que tiene a la ganancia como ley suprema (como dios, en el fondo) y que se basa en la loca cadena de producción-consumo-producción…arrasando con todo (como si los recursos fueran ilimitados) y creando necesidades artificiales para seguir produciendo y seguir ganando… ¡unos pocos! y generando millones de toneladas de desperdicios tóxicos cada día.

 

Sobre todo a los cristianos se nos pide estar a la altura y sabemos que, para nosotros, eso no es opcional, ¡es obligatorio si queremos llamarnos cristianos!

 

* Sacerdote católico, integrante de la Asociación Peruana de Comunicadroes, SIGNIS Perú.

 

Artículo publicado en el Boletín Punto de Encuentro, diciembre 2015

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