Franklin Cornejo Urbina*
Desde la aparición de las nuevas tecnologías de la comunicación y la ampliación del servicio de electricidad en las ciudades, la modalidad de interconexión cambió nuestra forma de relacionarnos, también la forma de contar y conservar nuestras memorias. Esos cambios tuvieron como efecto nuevas modalidades de ver el mundo, vernos en el mundo y representarnos. Si nos detenemos en la cultura audiovisual, los medios evolucionaron a través de las pantallas, para ser precisos en cuatro pantallas (cine, televisión, computadora y telefonía móvil), pantallas que proyectan historias nuevas, narrativas, comportamientos, mundos y estilos de vida.
El Mensaje del Papa Francisco para la 54° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales titulado “Para que puedas contar y grabar en la memoria. La vida se hace historia” trae al análisis y práctica de la comunicación el tema de la narración, de las historias, del hombre y la mujer como seres narradores. El valioso documento del Papa Francisco recupera para la comunicación a las personas y sus memorias, destaca el papel del hombre comunicador, a la persona como protagonista de la comunicación, sujeto central de la historia, constructor de la historia, fuente de historias, sujeto capaz de construir “historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos”, dice Bergoglio.
El hombre narrador y su relato como constructor de la memoria humana nos remite al proceso de la comunicación cara a cara, del “diálogo de los rostros”. La memoria es la historia de la conversación con los otros que están en nuestra comunidad más cercana o lejana y que como cristianos son nuestros hermanos; allí están las conversaciones cara a cara del hombre y la mujer como artífices del símbolo en los medios y que usan la tecnología para dejar rastros o un legado de su presencia en la comunidad.
El símbolo es el primer producto cultural del hombre en relación con los otros, mientras que el testimonio se presenta como el género comunicacional casi consustancial al hombre social, dirigiéndose a los otros mediante la palabra, los gestos, los códigos, los símbolos o la música.
La memoria y los sentimientos de la comunidad
La memoria es el bien común de los hombres y mujeres que fueron contando historias, recopilándolas y compartiéndolas, recreándolas y transmitiéndolas en los ritos, en las reuniones sociales, en los acontecimientos, en las ceremonias, en los momentos relevantes y cotidianos de la comunidad.
Los testimonios en el contexto de la vida cotidiana o través de las pantallas se han convertido en la representación social de la comunicación; cuando estas representaciones reflejan prácticas y actos comunes, abren mentes y corazones para celebrar la cohesión, la identidad y el lugar de los recuerdos que nos reúnen; entonces la memoria revitaliza sentimientos de la comunidad.
Esa es la memoria que se celebra con el Mensaje del Papa, la memoria de la vida que trasciende voluntades, la memoria que habla y cuenta sobre el bien común, el otro, el amor y la identidad de la comunidad para construir juntos una historia.
Es verdad que la comunicación puede transmitir solamente mensajes o una trampa mentirosa cuando está al servicio del poder, la desinformación, la manipulación y la calumnia; pero cuando se establecen mecanismos de participación, justicia, ejercicio de la libertad, escucha, la comunicación se convierte en la experiencia más feliz para los interlocutores y los promotores de las prácticas sociales a favor del bien común y la diversidad.
Los mensajeros de la comunidad
A la luz del Mensaje del Papa Francisco que comentamos aquí, ¿cuáles pueden ser las semejanzas o diferencias de las historias que se cuentan desde las cuatro pantallas, y cómo la vida se hace historia o memoria desde estos dispositivos de la modernidad?
Una primera aproximación a esta pregunta es que el Mensaje del Papa nos remite al hombre como fin de la comunicación y no los medios. El hombre mensajero (en la comunidad) es el portador de historias (y de memorias). El hombre histórico está en una comunidad o en búsqueda de una comunidad.
El hombre promotor de las memorias es mensajero, narrador, dialogante; viene de una comunidad y va hacia una comunidad. Es el mensajero de una comunidad.
El hombre mediático y el hombre social, el hombre en la esfera pública y el hombre en la esfera digital. El hombre de los instrumentos y el hombre de las experiencias. Ambos sujetos aparecen en situaciones diferentes, pero están relacionados -desde nuestra lectura- a marcos conceptuales y actitudes que recrean la comunicación desde un nosotros donde están incluidos los otros.
Las dicotomías pueden ser útiles para el análisis, pero en el plano práctico no, porque no permiten construir desde una perspectiva horizontal, porque no propician el encuentro, el intercambio. Si el enfoque no se articula con la postura ética y el deseo de generar un cambio, un proceso dinámico de comunicación para fortalecer la comunidad, la paz y el encuentro, será difícil establecer acciones a favor de la comunicación humana.
Existe una espléndida metáfora que expresa de manera laica aquello que nos une, la metáfora del rostro. Italo Mancini, en su libro “Regresen los rostros” (en italiano “Tornino i volti”, Génova, 1989)-1-, dice que “nuestro mundo para vivirlo, amarlo y santificarlo, no aparece desde una teoría del ser, no se presenta por los eventos de la historia o por los fenómenos de la naturaleza; se presenta por la existencia de inauditos centros de alteridad que son los rostros de las personas, rostros para mirar, para respetar, para acariciar”.
Continua Mancini: “La coexistencia de los rostros resulta en el amor del prójimo y en el diluir el yo, para entender esta coexistencia como una patria: la patria de la paz. El nombre que es el más antiguo, no es el ser, no es el yo, no es el conocer, sino es el otro, el prójimo”.
Pantallas para vernos y encontrarnos
Las pantallas del cine, la televisión, la computadora y la telefonía móvil se han convertido en los escenarios de la representación de la vida y de la historia de la vida del ser humano. Las dos primeras pantallas aparecieron para el gran público, lo masivo y lo colectivo, para el auditorio y la audiencia. Las otras dos pantallas fueron creadas para facilitar una interacción desde las tecnologías.
La primera pantalla cinematográfica de grandes dimensiones fue instalada en una sala, mientras que su versión más reciente, la pantalla del teléfono móvil, del tamaño de la mano, ha sido creada para ser portátil. Unos 106 años separan la primera proyección fílmica de 1895 con el lanzamiento comercial, en el 2001, de la telefonía móvil 3G.
La pantalla siempre llamó la atención; la historia de las pantallas es en sí misma una memoria de los cambios culturales.
Las primeras investigaciones buscan entender a la pantalla del cine, ese rectángulo luminoso que se enciende y apaga en la sociedad urbana de la electricidad con recursos para comprar una entrada para ir a la sala de cine o que tiene poder adquisitivo para comprar un televisor.
El televisor, de ser un artefacto que unía a la familia, se convirtió, con el paso del tiempo, en las zonas urbanas modernas, en artefacto de uso frecuente en “una privacidad inundada de luz” (Silverstone, 1996) -2-. En contextos populares, el televisor es el medio de compañía, donde “las audiencias de la calle” (Cornejo, 2008) -3- ven las telenovelas y los filmes de acción o tienen a la pantalla televisiva como “compañero” o referente durante la venta callejera y la vivencia en la calle, donde adultos y niños migrantes empobrecidos, deambulan en la vía pública vendiendo cosas o viviendo allí a falta de oportunidades en la metrópoli.
Pese a que ya existía la radio, la primera investigación en comunicación financiada fue sobre el cine.
En la interconexión, en la necesidad del contacto para los negocios y el comercio, surgieron los medios de la comunicación donde se escenificaban comportamientos y actitudes de las personas en diferentes situaciones. Pensemos en uno de los primeros hitos en las investigaciones sobre los medios y la comunicación-4-; allí encontraremos la investigación sobre la Fundación Payne (1933-1935), que se ocupó de los efectos del cine comercial como medio de entretenimiento en los niños y adolescentes.
Según la Fundación Payne, una gran parte de las películas de esa época tenían como temas centrales el amor, el crimen y el sexo. La primera pantalla que vio el mundo proyectaba esos temas. Y una de las primeras investigaciones sobre la relación entre comunicación y medios fue sobre el cine y los niños. Otros trabajos sobre el cine fueron “Los experimentos fílmicos con soldados norteamericanos” (1949) y “Lenguaje y cine” (1971).
Los primeros estudios sobre la televisión son los trabajos: “La televisión en la vida de nuestros hijos” (1961), investigación sobre los efectos de la televisión en los niños; los medios y la violencia, “TV: tecnología y forma cultural” (1974). Pero en esos años entre los cincuenta y setenta aparecieron otras obras clave que permiten entender la comunicación desde la perspectiva de los públicos: “Influencia personal” (Lazarfeld y Katz, 1955), el “Modelo de comunicación codificador y decodificador en el discurso de la televisión” (Hall, 1973) y “Teoría de usos y gratificaciones” (Jay G. Blumler Katz, 1974). A inicios de los años ochenta se publicó en América Latina el que se considera uno de los libros pioneros de los estudios de comunicación de nuestra región, “De los medios a las mediaciones” (Jesús Martín Barbero, 1987).
Asistimos a cambios culturales; las nuevas pantallas de la computadora y de la telefonía móvil ahora están asociadas “a leer, escribir y conversar” (Albarello, 2019) -5-, pero es allí, en esa interacción transmedia, que se da algo en particular con el uso de los teléfonos móviles, donde aparecen espacios ilimitados y potenciales, para revelar aspectos de la vida personal e institucional, que permiten generar y recrear comunidades virtuales; donde la participación, la escucha, la escritura, la expresión, el disenso, la diversidad son experiencias facilitadas por la telerrealidad y la telecomunicación.
El reto es comprender cómo en estas múltiples pantallas y múltiples conexiones podemos encontrar personas que construyan en relación memorias comunes y les den sentido de vida compartida con los otros. En la conexión se mantiene el contacto social, pero ¿cuánta verdad y humanidad puede haber entre un clic, una videollamada, una videoconferencia, en una conversación mediada que suscite necesidad, emoción o motivo para construir la cultura de la memoria? La respuesta pasará siempre por una experiencia humana, sea esta telemediada o presencial.
La memoria, las memorias, transitan en la cultura de la comunicación cara a cara, pero se proyectan en el simbolismo y la conexión tecnológica, donde los editores, los productores y los internautas -eso es lo que se espera- puedan contar historias para fortalecer las memorias de la vida y la comunidad de las que provenimos y a las comunidades hacia las que nos proyectamos como sujetos sociales.
* Docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (Lima, Perú)
Artículo publicado en la revista digital Punto de Encuentro, de SIGNIS ALC, junio 2020
Referencias
1- Fragmento de la obra de Italo Mancini “Tornino i volti” http://dimensionesperanza.it/dossier-speranza/item/542-tornino-i-volti-italo-mancini.html
2- Roger Silverstone (1996) Televisión y vida cotidiana. Buenos Aires: Amorrortu.
3- Franklin Cornejo (2008) “Las audiencias de la calle” entre mercados, calles y música en Perú en Perspectivas de la comunicación. Chile: Universidad de la Frontera.
4- Sobre los “hitos de la investigación en medios y comunicación” remito a revisar el trabajo de Klaus Bruhn Jensen (2014) La comunicación y los medios: Metodologías de investigación cualitativa y cuantitativa. México: Fondo de Cultura Económica.
5- Francisco Albarello (2019) Lectura transmedia. Leer, escribir, conversar en el ecosistema de pantallas. Buenos Aires: Ampersand.