Por Luis García Orso, SIGNIS México (Tomado de SIGNIS Mundial)

 

Finales del año 1945, los alemanes han salido ya de Polonia pero permanecen las tropas rusas. Una joven religiosa polaca escapa de su monasterio y atraviesa un campo nevado,  en las afueras de Varsovia, para llegar a un puesto francés de socorro de la Cruz Roja, con el fin de solicitar ayuda médica.

Consigue hablar con una doctora, la joven Mathilde, que en un primer momento se niega a acudir al convento  porque los médicos solo están autorizados a socorrer a los militares franceses, pero luego accede a ir.

La doctora se encuentra con algo que no esperaba: ayudar al parto de una de las religiosas. Después Mathilde descubre que hay siete embarazadas más entre las monjas, pues fueron violadas por soldados rusos. Ella decide atenderlas como médico, aun exponiendo su carrera profesional y faltando a la obediencia.

 

La historia de la película Les Innocentes se basa en hechos reales de los que dejó testimonio escrito la doctora Madeleine Pauliac, sobre la violación repetida varias veces y el asesinato de una decena de monjas, por parte de los militares soviéticos.

Es la historia que movió a la realizadora franco-luxemburguesa Anne Fontaine a realizar un filme que da a conocer el terrible episodio, pero narrado desde las víctimas, con un estilo intimista, sobrio y de una extraordinaria delicadeza.

No se expone en la pantalla nada violento ni siquiera una acusación a los culpables, sino el mundo interior de esas mujeres consagradas y violentadas, en crisis entre su voto de castidad y el embarazo, entre su espíritu religioso y el temor del escándalo y de su condenación; y por otra parte, la dedicación valiente de una médico poco sentimental y sin ningún creencia religiosa, pero decidida a llevar adelante una misión humanitaria.

 

Mathilde, pertenece a una familia comunista, es una joven increyente, liberada y moderna, que establece una relación sexual descomprometida con un médico judío, al que también pide apoyo para las religiosas. De este modo, en favor de la vida de las monjas y de sus bebés (ambos inocentes), se unen paradójicamente espíritus tan diferentes y opuestos, en una tarea nada sencilla y llena de cuestionamientos por afrontar, de dudas y temores, de difíciles decisiones.

 

La directora logra una narración impecable por su ritmo, sus tiempos, el estilo contemplativo, la ambientación con el canto de la liturgia de las horas, la gama de colores grises invernales, la credibilidad de las actuaciones, los encuadres cercanos ante el silencio y la angustia de las protagonistas, pero también la distancia respetuosa de su intimidad, y la contención emocional, narrativa y estética para un tema tan serio. Es una de las mejores películas del año 2016.

 

Quizás sólo una sensibilidad femenina podía lograr ese retrato tan delicado y real de las emociones de las protagonistas, que se agitan entre la observación escrupulosa de las normas y la vida que va naciendo en sus vientres, entre el miedo del escándalo público y la gracia de la maternidad, entre su angustia de ser rechazadas por Dios y el gozo de abrazar a un hijo pequeñito.

Resuena en estas vidas la convicción de san Pablo: “La letra mata, mientras el Espíritu da vida” (1 Cor 3, 6). La película toda es un canto a la vida y a los caminos misteriosos donde Dios actúa contando con nuestra fragilidad y maldad, y el Espíritu hace libres soplando en medio de nuestras esclavitudes y cerrazón. La fe –dice una de las religiosas- es la experiencia de saberte tomada de la mano por Dios, como un niño, y luego sentir que Él te suelta y tú tienes que aprender a caminar: en fe, con dudas, en esperanza.