Me atrevo a decir esto desde breves puntos de inspiración.
Oriana es una amiga periodista que en estos días “dejó botada” su cartera con su teléfono celular, su monedero con dinero y tarjetas bancarias, documentos personales y demás. Haciendo diligencias, en el corre-corre que caracteriza nuestras vidas en los últimos tiempos, la olvidó. Cosas que pasan. Tal vez con poca esperanza, publicó el evento en sus redes sociales esperando que de RT en RT el mensaje llegara a quien se la hubiera encontrado. El cuento corto es que sí: esa misma noche una persona devolvió la cartera, pero no a ella, sino a una vecina equivocada, en un conjunto de edificios con tantas familias que ni se conocen. Al día siguiente y contra todo pronóstico todas sus pertenencias volvieron a sus manos.
Esto podría no parecer gran cosa. En Venezuela hemos aprendido una matriz de opinión sobre nosotros mismos que valida la “viveza criolla”, en la cual entra el caso de que si se te pierde algo de valor jamás llegará a tus manos: alguien se lo habrá quedado. Y no es infundado. Eso pasa. Mucho. Conozco casos de gente cercana que han estado en ambos lados del evento. Incluso a quienes se han encontrado cosas como celulares, u otras que podrían ser tanto más triviales como un pendrive, les he escuchado comentar la suerte que han tenido (no importa cuánto se les sugiera que eso está mal y que deberían devolverlos, el equivocado es uno). Por eso, cuando Oriana comparte la noticia de su recuperación, a todos nos pareció algo extraordinario y sorprendente. No es lo que estamos acostumbrados a compartir.
¿Y qué tal si esta buena noticia para Oriana en sus redes sociales fuera una buena noticia publicada en nuestros medios con mayor frecuencia? Sí, yo sé que suena una locura y hasta ingenuo. ¿Una cartera recuperada por una persona versus una violación de derechos humanos? ¿O una polémica ley promulgada? ¿Un escándalo de corrupción? ¿Soportará eso pasarlo por los criterios básicos de selección de noticias, y tener un mínimo de importancia para el gran colectivo? No me malentiendan, estoy lejos de pensar que debamos desechar los grandes temas. El “pero” es darle más cabida a las pequeñas historias positivas que refrescan un poco el espíritu de la gente, en la cotidianidad que más les afecta.
Me atrevo a decir esto desde breves puntos de inspiración. Sin orden de relevancia. Un par de meses atrás le escuché a Ana Yancy Espinoza, activista tica de derechos humanos en el tema de la violencia armada, que habría que insistir más en trabajar las relaciones entre las personas que con el desarme en sí mismo (sin dejar de trabajar por supuesto el tema desarme) y tal vez lo segundo vendría solo. También hace ya varios años Nelsy Lizarazo, periodista colombiana, llamaba la atención desde ALER sobre tanto interés periodístico en cambiar leyes y gobiernos y de repente había que empeñarse más en cambiar la vida de la gente, y tal vez los primeros cambiarían solos. María Nuria De Cesaris, urbanista en Ciudad Guayana, nos daba una pista para preparar campañas de servicios públicos partiendo desde el sueño deseado más que desde el problema que queremos denunciar, tal vez era más fácil ver el camino que queríamos recorrer que desde lo segundo. Uniendo los subrayados para resumir: trabajar las relaciones entre nosotros para cambiar las vidas de la gente partiendo desde un sueño deseado.
Está claro el poder de nuestros medios para modelar y validar conductas. Desde la ficción, también desde las noticias. Con modismos y gestos de un personaje popular en la telenovela, como el concepto que nos hacemos de políticos, funcionarios e instituciones. Hasta la autoimagen del país que somos y nuestra idiosincrasia. Si tomamos el ejemplo de la cartera recuperada, la ventaja de difundir experiencias como esa en espacios formalmente periodísticos es que no se trata de ficción ni de campañas publicitarias con eslóganes bonitos muchas veces cargados de PNL (ojo, nada en contra, pero muchas veces son incotejables con la realidad que nos rodea). Son conductas reales, comprobables, con nombres y apellidos.
Un amigo me advertía que “sí, pero seguirían siendo excepciones”. Las primeras, las segundas, cierto. ¿Qué pasa si resultan ser más comunes de lo que imaginamos? ¿Qué tal si las convertimos en lo común? Pienso que lo mismo ha pasado con lo indeseable. Como en la “teoría de las ventanas rotas”, la primera ventana fue una excepción. ¿Por qué no intentar el camino en reversa? ¿Puede ser más “fácil” proponer cambios de actitud desde cosas más micro que desde lo macro? O dicho en términos metodológicos, vayamos de lo particular a lo general, no al revés.
Recuerdo una sección del noticiero meridiano de Radio Fe y Alegría Guayana, “La noticia es la gente”, en la cual el reportero del día le preguntaba a una persona en la calle, al azar, ‘si tuviera que hacer una noticia con algo bueno que le hubiera sucedido ese día ¿cuál sería?’ Las respuestas iban desde lograr trámites de documentos, haber conseguido un trabajo, llegar temprano a la oficina. Cosas sencillas de la vida de la gente. Además las grabaciones sin editar eran geniales, la gente riéndose incrédulas porque esas cosas sencillas y dadas por sentado en sus cotidianidades iban a salir en el noticiero de la radio. Estoy seguro de que
pudimos haber hecho muchísimas cosas partiendo de allí.
Entonces, un asunto de exposición de conductas positivas, desde las experiencias y decisiones más cotidianas de cada quien. Como en la película Tomorrowland (Bird, 2015) en la que la joven Casey Newton se da cuenta que la vida en la Tierra no la salvaremos precisamente prediciendo las terribles consecuencias que nos depara el futuro, sino al contrario, permitiéndonos soñar y compartir acciones concretas el mundo, el país, el barrio que soñamos y la gente con la que queremos convivir. Insisto, suena ingenuo. Posiblemente… posiblemente…
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Alfredo Calzadilla es comunicador, docente universitario y miembro fundador de SIGNIS Venezuela. Este artículo fue publicado en El boletín Punto de Encuentro de SIGNIS ALC. mayo 2016
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