Alejandro Caro Contreras*
Según el relato del mito griego de Pandora, “la tragedia se desató cuando Pandora abrió la tapa de una vasija que contenía los males del mundo, liberándolos y esparciéndolos así entre todo el género humano. Zeus ordenó a Pandora que cerrara inmediatamente el recipiente, pero ya era demasiado tarde: sólo quedaba en su interior… la Esperanza.”
En la sociedad moderna, la tecnología ha ocupado nuestro tiempo al máximo, sin dejarnos momentos para detenernos y lograr hacer una reflexión de nuestros actos, actitudes, pues, es allí, donde se expresan nuestros principios orientadores y de sentido de nuestra vida. Lo cual, ha dado origen a que aparezcan los peores males, como el individualismo, egoísmo, la apatía, el consumo desenfrenado.
Así, hemos visto y leído en nuestro continente, actos de corrupción y enriquecimiento ilícito, sobornos de connotados políticos y gobernantes – que la ciudadanía sospechaba, pero no en la magnitud que se ha dado-; abusos sexuales a menores de edad, por parte de algunos miembros de la Iglesia Católica; colusiones de grandes empresas, para mantener precios estandarizados o alterando productos en mal estado, para ser vendidos nuevamente; políticas públicas en educación, salud y pensiones dignas para la vejez, que no favorecen a la mayoría de las personas.
Pareciera, que hemos perdido el norte y también lentamente nuestra capacidad de asombro. Porque, por otra parte, se aprecia a quienes incurren en actos reñidos con la ética y en muchas ocasiones delictuales, que no son sancionados, con lo cual se genera un sentimiento de impunidad, que da lo mismo lo que se haga, la justicia nunca llegará.
Por lo tanto, es legítimo preguntarse, cuáles son los principios y valores que mueven nuestra vida y a la comunidad en la que nos encontramos. Los valores del mercado nos han seducido y ellos son los que nos mueven, donde lo económico es lo que prima, y como consecuencia lo material se ha transformado en lo fundamental, todos queremos tener lo último que aparece a la venta, ejemplo, en tecnología, el último en smartphone o televisor etc., aunque el que estemos usando aun nos sirva. Estos actos muchas veces, inconscientemente vamos transformando todo en desechable, generando problemáticas ambientales insospechadas y aún poco cuantificables de contaminación ambiental.
Hasta ahora hemos constatado que hemos perdido nuestros ejes orientadores, que nos hace humanos, y no es otra cosa que la sensibilidad, la calidez y la empatía hacia el Otro.
Frente a esta realidad, ¿qué hacer? Siempre se afirma y es común escuchar que el futuro está en los niños y los jóvenes, pero esta afirmación está incompleta, sobre todo si se trata de valores, pues, estos no se aprenden con palabras, sino que se internalizan con modelos que comienzan en etapas tempranas de la vida. En otras palabras, los adultos que rodean a esos niños y niñas tienen una responsabilidad imperativa, de vivir valores y actitudes positivas que les permita a esos infantes desarrollarse sanamente y en su adultez puedan discernir sus disyuntivas éticas.
Por lo tanto, son los adultos los que están llamados al desafío de generar experiencias de aprendizaje en valores, para contribuir directamente en la generación de personas capaces de vivir “una vida sana”, dispuestos a construir una sociedad que se transforme en un espacio de crecimiento y desarrollo humano.
Son los modelos sociales que están llamados a buscar y favorecer la formación en valores de niños y niñas en plena etapa de formación y construcción de criterio moral, complementándose con diversos referentes culturales como lo es la familia, reconocido como uno de los agentes socializadores de principal transmisor del orden social y cultural. Se hace fundamental entonces, comenzar por los nuevos integrantes de la sociedad: la primera infancia, ya que en ella se visualiza a la niña y el niño como una persona en crecimiento, que desarrolla su identidad, que avanza en el descubrimiento de sus emociones y potencialidades en un sentido holístico; que establece vínculos afectivos significativos y expresa sus sentimientos; que desarrolla la capacidad de exploración y comunicación de sus experiencias e ideas, y que se explica el mundo de acuerdo a sus comprensiones, disfrutando plena y lúdicamente de la etapa en que se encuentra. Se considera también una visión de proyección a sus próximos períodos escolares y a su formación ciudadana.
La familia y la escuela están compuestas por personas que día a día plantean diversos significados para una cultura en particular, donde los avances, exigencias, competitividad y estilo de vida actual, hacen que se vaya perdiendo la fuerza y relevancia de los valores en el mundo actual, lo que conlleva a una transformación y readecuación de las nuevas situaciones que plantea la globalización.
Sin duda, los valores son la base de toda acción que implica una decisión moral. Por esto, se buscan aprendizajes significativos, mediante el aprecio por la vida en comunidad, aceptación de las diferencias y cualidades propias, dejando de lado la tendencia individualista que se contrapone con el desarrollo de un ser humano que vive en sociedad.
En el Proyecto Educación y Cultura de Paz, de la Organización de Estados Iberoamericanos, se considera que “la formación moral o ética de la persona es un modelo integral y dinámico, que implica un proceso de construcción personal y colectiva a partir de la reflexión, el diálogo y la acción de la persona”.
En este proceso de formación hay que reconstruir puentes, que permitan recuperar valores como, la confianza, tanto personales como sociales, toda relación con otro se cimenta en su base a la confianza… el político al cual doy mi preferencia, cumpla con lo prometido; que voy a recibir un sueldo justo; que los que están a cargo de mi educación, formación religiosa y moral respetaran mi integridad física, psicológica y espiritual… etc. Y si eso sucede es porque ellos me respetan, como su legítimo otro y me reconocen como tal, en otra palabras como Ser Humano.
Como seguramente ya nos hemos dado cuenta, surge otro valor, el respeto, los valores están relacionados, estos no actúan separados unos de otros, se interconectan entre ellos, formando una trama y conforman quien soy y estos valores se manifestarán a través de mis actitudes y acciones del diario vivir, producto de la herencia social y cultural que he recibido.
Esta tarea no es fácil, pues la sociedad del mercado que de alguna manera nos ha adormecido, aquí no se trata de demonizar el mercado, sino liberarnos de sus ataduras y preguntarnos ¿qué valores conducen nuestra vida?, ¿qué es lo que da sentido a nuestra existencia? y comprobar si nuestras relaciones sociales están conducidas por la solidaridad, la filantropía, el altruismo y finalmente por el amor.
En todo caso, no hay que desanimarse, pues al igual que Pandora, aún nos queda guardada la esperanza en nuestra caja, que nos da la posibilidad de ver que todo no está perdido y que somos capaces de producir los cambios individuales y sociales, sólo depende de nosotros.
* Profesor de Psicología de la Comunicación. Director Ejecutivo de la Corporación Vida Buena. Director de la Campaña de la Vida Buena en Medios y Educación. Jurado, comentarista y crítico de cine en medios digitales; ex presidente de SIGNIS Chile.
Artículo publicado en la revista digital Punto de ENCUENTRO, diciembre 2017