Asunción, Paraguay.- Faltaban pocos días para la Navidad, y varias Comunidades de Vida Cristiana (CVX) de Paraguay, decidieron misionar en Adviento, con quienes más necesitan. Algunas almorzaron y danzaron con abuelos y abuelas del Bañado sur, una zona muy empobrecida y olvidada de la capital, a orillas del rio Paraguay; otras conversaron y abrazaron a niñas y adolescentes madres; otra merendó y jugó con niños institucionalizados que aguardan afectos en un hogar. Y dos Comunidades nos unimos para llegar hasta las adolescentes en encierro. Aquí te contamos quiénes son, cuáles son sus sueños, sus luchas y cómo nos interpeló escucharlas y compartir con ellas. Los nombres son ficticios, respetando la ley que prohíbe identificar a las niñas y adolescentes en infracción.
Nos pidieron que dejáramos los celulares para ingresar; no conocía el lugar. En la entrada, nos llamó la atención un pesebre hecho de frutos secos, vestidos como la Sagrada Familia.
Ingresamos por un corredor y, de pronto, un gran patio interno, con pinturas en las paredes: arroyos, llanuras, mucho campo, cielo, nubes, huertas. Mucho color. Más al fondo, árboles de mangos, banana, Ybyra pyta… Se respiraba aire puro, aunque las murallas estaban llenas de alambres electrificados, y guardias en los techos del penal de mujeres adultas, en el edificio de al lado.
“¡Tío gordi! Embohasamina oreve la pelota, último ma! (pasanos la pelota, por favor, será la última)”, era la tercera vez que la pelota de vóley caía en el patio del vecino. La voz de Anita, era potente, su grito rompía el silencio de la espera de ambos equipos. Aprendió a demostrar que ella existe, desde los 12 años, cuando llegó de su pueblo natal.
De pronto, la pelota era devuelta y, desde muy alto, caía en la cancha. “¡La próxima che invitata tallarín!”, (la próxima me invitarán tallarín), respondía el “tío Gordi”, desde el otro lado de la alta muralla llena de alambres de púas.
El patio es a cielo abierto, con bancos de plaza en los costados… Jugamos con ellas, o ellas nos jugaron y esto ocasionaba carcajadas… ¡Compartimos alegría, abrazos, celebraciones por cada tanto conseguido!
“Yo también quiero jugar”, se acerca Paloma con su vestido largo. Y rápidamente devuelve los mates del equipo contrario. Una amplia sonrisa ilumina su rostro… Ella llegó cruzando una de nuestras fronteras. Es sensible, sus compañeras le dicen “la llorona”. De pronto, se echa en el regazo de una de las guardias y la abraza, muy fuerte… No puede contener las lágrimas, sus afectos están tan lejos. Su rostro moreno, sus ojos brillantes… y a sus escasos 16 años, toma en sus manos la imagen del niño Jesús, lo abraza, y acurruca en su cuello. Todos la escuchamos en silencio… Su corazón agradece a la directora, a quien sienten como una madre y a las “tías”-guardias que las cuidan, luego pide por “tantos que no tienen familia y amigos.”
También, cruzando la frontera humana, llegó Raquel, una exuberante morena de grandes ojos marrones, robusta, 15 años… Ella extraña a su pequeña hija de dos años, que quedó al cuidado de la abuela.
Pero quien desborda vitalidad es Nelly. De solo ver cómo hace los mates en el vóley, uno siente esa energía arrolladora que es capaz de enfrentar todo a sus 14 años, incluso la separación de su hija de un año, 10 meses… a quien ve de vez en cuando en los días de visita.
“Me gusta cantar, ¡mi sueño es ser cantante!”. Ella es Margarita, de 17 años, canta cuando recuerda, y canta cuando extraña a sus dos pequeños hijos, que quedaron con su madre.
Y a quien le fascina escuchar música, y todo tipo de música, es a Caacupé, de 18 años.
Licia es quizás la más callada, ese silencio de tantos recuerdos sobre sus 2 dos hijos lejos de ella, ese silencio que construye el sueño de vivir con el tercer hijo que espera ahora, a sus 18 años. Apenas se nota su pancita. Sus compañeras la cuidan.
Nos miramos, es solo una niña grande… A sus escasos 12 años, dejó su pueblo natal y vino a una ciudad de Central. Hoy, con 19, Isabel solo quiere estudiar. Terminó el colegio en encierro, y ya está cursando el primer año de Derecho.
Mientras, Luz, de 18 años, nos cuenta que su nombre fue una historia importante en la vida de su madre.
Más allá, en el borde de la mesa compartida, está el sueño de ser policía. Fátima, tiene 17 años. Muy convencida asegura que ella pudo ver cómo algunos policías cuidan y defienden a las personas. Y eso le gusta.
Diversos motivos las alejaron de sus hogares… aquellos por los cuales son llamadas “adolescentes en infracción.” Decisiones en sus vidas, que las han llevado a tomar caminos más difíciles y dolorosos para ellas mismas. Ahora cada una cuida a la otra, ellas son familia.
Las escuchamos, las observamos, jugamos, compartimos bromas, risas, contaron sus historias, contamos las nuestras, y antes de despedirnos, tomados de las manos con ellas, alrededor de la imagen del niño Jesús, oramos, oramos por ellas, oramos por nosotros, por tantas niñas madres y abandonadas, sin políticas públicas que las dignifiquen para no llegar a este Centro de privación de libertad, el único de mujeres adolescentes en Paraguay.
Nos abrazaron fuerte, muy fuerte. Escuchamos de todo, pero la palabra “Gracias” la repitieron tantas veces. Pensamos en nuestros hijos, hermanos. Oramos por nosotros, por mayor generosidad en nuestros corazones. Entonces nuestras manos fueron una en torno al niño que nos pide construir un mundo de Amor y Misericordia. Y nos despidieron con sonrisas, en el amplio patio del Centro Educativo Virgen de Fátima, de Asunción, un espacio público, que las separa de sus afectos.
Redacción: Esthela Nuñez, ACCP-SIGNIS Py