Por Jorge Ortega, desde México.

 

México.- La Ciudad de México y anexos conurbanos están densamente habitados por 18 millones de personas.  Son zonas muy extensas y diversas, llenas de vialidades, casas, edificios habitacionales y de oficinas, centros comerciales, templos, áreas verdes.

 

A las 11:00 am, se realizó un simulacro de evacuación, pues la experiencia del 19 de septiembre de 1985, ha venido generando una cultura y prácticas de prevención. Dos horas después, sucedió un sismo de 7.1 Rigther, el mismo 19 de septiembre.

 

La gente desalojó con gran orden las construcciones, la circulación vehicular colapsó; en gran parte la electricidad y la telefonía dejaron de funcionar, las redes sociales permitieron comunicar a familiares y amigos en tiempo real con mensajes, imágenes y videos, reportando daños y urgencias. Para la mayoría de los capitalinos no existía la conciencia de la destrucción ocasionada por el terremoto sino hasta ver en sus teléfonos la focalización de los efectos.

 

Pudimos enterarnos de que había impactos en una línea de edificaciones muy precisa, desde Xochimilco y a lo largo de la avenida División del Norte y Nuevo León.  Lo más emblemático había sido el derrumbe de edificios habitados por personas mayores y el derrumbe de una escuela con niños y profesores. Es de reconocer y de gran elogio, que han funcionado los protocolos de seguridad civil y los equipos de rescate, como bomberos, ambulancias, hospitales  y cuadrillas de trabajadores.

 

Pero lo que más destaca es la inmensa solidaridad de la sociedad, de empresas que mandan su maquinaria y equipo, de los medios de comunicación y las redes sociales, pero por encima de ello la participación voluntaria de miles y miles de jóvenes.  Una impresionante lección cívica de participación fraternal.  Los jóvenes forman brigadas de colaboración voluntaria para quitar piedras y lozas y organizan acopio de herramientas, medicinas y alimentos. Se ha logrado rescatar a numerosas personas, removiendo escombros. Las redes, la radio  y televisión han transmitido ininterrumpidamente  información y requerimientos.

 

En la ciudad de México colapsaron 39 edificaciones y fallecido alrededor de 100 personas.  Si se cuentan las provincias de los alrededores los muertos son ya 250.  No se reportan extranjeros fallecidos.

 

El espíritu fraterno prevalece y la normalidad vuelve rápidamente.  Es menester señalar, que la mayor parte de la ciudad está intacta y operable.  Las principales vialidades, el metro y el aeropuerto empiezan a funcionar con regularidad.

 

El clamor ciudadano en las redes sociales, que crece por doquier exige reducir radicalmente el financiamiento a los partidos y a las campañas políticas.  Los jóvenes exigen que nuestros impuestos vayan a quienes lo necesitan y no más a mantener la casta de políticos, que nunca realmente han trabajado en su vida sino son mantenidos por la corrupción, la complicidad y la  impunidad.  El sismo ha golpeado y despertado la conciencia de la “generación milenio” y este es el mejor fruto.

 

Lo verdaderamente catastrófico para México, es que el terremoto del día 7 de septiembre, suscitado en las zonas más pobres e ignorantes del país, requiere la reconstrucción de 70 mil viviendas, en Chiapas, Oaxaca y Morelos.  Obviamente el presupuesto programado por Diputados para el 2018 tiene que modificarse y restringirse. La democracia al estilo mexicano, golpea a partido oficial y a sus mafias del poder, a la oposición atolondrada y al populismo estilo “Chavista”.

 

El “verdadero terremoto” psicológico, social, económico y político, está perfilándose para el 2018.  Los “jóvenes milenio” lo decidirán desde las Redes Sociales. El riesgo radica en que desde las zonas de catástrofe se levanten los pobres, violentos e inconformes, que son millones, encabezados por el nacionalismo demagógico de Andrés López Obrador, conocido como El Peje.

 

A la nueva generación de mexicanos jóvenes le urge un líder de alta conciencia cristiana y social, intachable, visionario, ético, empático, sin miedo, “estadista”, que pueda ser para todos nosotros una especie de Santa Juana de Arco.