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Mi fe en el ser supremo

Frei Betto*- Mi fe cristiana como que va paralela a la historia de las ideas. De niño, yo aceptaba como obvio que Dios había creado los árboles, así como todas las demás cosas existentes. Después pasé a creer que Él no había creado el árbol pero sí la semilla, de la cual brotó el árbol. Adán y Eva son solamente figuras emblemáticas para atestiguar que todos somos hijos e hijas de Dios. Dejé de ser creacionista.
Adán significa en hebreo tierra; Eva significa vida. El autor bíblico quiso indicar que la vida viene de la tierra, lo cual confirma hoy la ciencia. Descarté por tanto la convicción imbuida en el creacionismo de que todos somos hijos e hijas del incesto materno, pues Adán y Eva sólo tuvieron dos hijos hombres…
Hoy sé que la semilla es el huevo primordial que dio origen al Big Bang. Allí, en aquel meollo de densísima energía, estaba contenida toda la creación. Fui adepto al Dios de Aristóteles, la causa primera. Y aprendí con san Agustín que Dios nos dejó dos libros: la naturaleza y la Biblia. El segundo nos permite entender al primero. Hoy el papa Francisco va más lejos y afirma, en la encíclica Laudato Si, que la naturaleza también es fuente de revelación divina (85).
Del Dios Providencial pasé al Dios Artífice y finalmente llegué al Dios Amoroso. Y mientras tanto, pasé una temporada como ateo. Dejé de creer en el Dios “de allá arriba”, el Dios que regula sincrónicamente los movimientos del Universo. Este Dios se apagó en mi fe en la medida en que me aproximé a Jesús.
Antes yo tenía a Jesús como el Hijo que el Padre envió para redimir el pecado del mundo. ¡Pobre Hijo, destinado a lavar con su sangre inocente nuestros pecados! ¿Qué Dios es éste, que aplaca la ofensa sufrida viendo al Hijo colgado en la cruz ante el inconmensurable dolor de María su madre?
La ecuación se invirtió en mi cabeza. Jesús es quien me revela a Dios. Ahora subo de la Tierra al Cielo, de lo humano a lo divino, del Hijo al Padre/Madre. No creo sino en el Dios de Jesús. Y para mí no significa nada tener fe en Jesús. Busco tener la fe de Jesús.
Y así llego a la etapa actual de mi creencia. En la fe de Jesús el ser supremo no era Dios, con quien él tenía relaciones de familiaridad amorosa. Era el ser humano. Jesús creía que el ser humano es imagen y semejanza de Dios. Éste sólo puede ser adorado, servido y amado en el ser humano.
Por eso toda ofensa al ser humano es una ofensa a Dios. Todo prejuicio, toda discriminación o segregación es rechazar a Dios. Toda injusticia cometida contra el ser humano es una profanación del templo vivo de Dios.
El amor, como mandamiento mayor, no es una cuestión de sentimiento, devoción o piedad. Es una cuestión de justicia, solidaridad y compartimiento. Toda religión, por tanto, se resume en cuidar del ser humano y de la naturaleza como seres sagrados. Y toda espiritualidad consiste en dejar que el Espíritu quiebre las resistencias de nuestro egoísmo y nos mueva en dirección del ser supremo y de su contorno ambiental, de modo a lograr que transciendan de la injusticia a la justicia, de la opresión a la liberación, del dolor a la felicidad, de la muerte a la vida.

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* Frei Betto es escritor, autor de “Un hombre llamado Jesús”, entre otros libros. (24.05.16)

www.freibetto.org/

twitter:@freibetto.

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