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La cuestión de Dios

SIGNIS ALC

04 octubre 2012

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Mons. Celli: La cuestión de Dios en el Continente digital

El mundo de la comunicación ofrece enormes posibilidades.

 

Ciudad del Vaticano, 4 oct 12 (OCLACC)

El “Instrumentum laboris“, redactado por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos para prepara la próxima Asamblea General Ordinaria, ha dedicado cuatro párrafos (59-62) al tema de los medios de comunicación en el contexto de la nueva evangelización, con un título bastante significativo: “Las nuevas fronteras del escenario comunicativo”.

 

El documento reconoce que actualmente el mundo de la comunicación “…ofrece enormes posibilidades y se representa un gran desafío para la Iglesia” (n.59), que las “nuevas tecnologías digitales han dado origen a un verdadero espacio social, cuyas relaciones son capaces de influenciar sobre la sociedad y sobre la cultura” (n.60) y que “La percepción de nosotros mismos, de los otros y del mundo dependen del influjo que tales tecnologías ejercen” (n.60).

 

Por lo tanto, emerge claramente la conciencia de que nos encontramos ante una cultura – las últimas intervenciones del Magisterio Pontificio justamente hablan de una “cultura digital” – que se ha originado a partir de las nuevas tecnologías de comunicación y que suponen un gran desafío para la comunidad eclesial.

 

Considerando que la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo coincidirá con el 50º aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, creo que sea no solo interesante, sino un deber, retornar sobre todo al documento fundacional de la reflexión eclesial sobre los instrumentos de la comunicación social, es decir el Decreto Conciliar “Inter Mirifica”, aprobado el 4 de diciembre 1963.

 

Los Padres conciliares, asumiendo que se trata de “maravillosos inventos técnicos”, que “que atañen especialmente al espíritu humano y que han abierto nuevos caminos para comunicar con extraordinaria facilidad noticias, ideas y doctrinas de todo tipo” (n.1), son también muy concientes de tener delante suyo “instrumentos que, por su naturaleza, pueden llegar no sólo a los individuos, sino también a las multitudes y a toda la sociedad humana” (n.1) y que “que contribuyen eficazmente a descansar y cultivar el espíritu y a propagar y fortalecer el Reino de Dios” (n.2).

 

En esta perspectiva, el Decreto afirma que la Iglesia “considera que forma parte de su misión predicar el mensaje de salvación, con la ayuda, también, de los medios de comunicación social, y enseñar a los hombres su recto uso” (n.3).

 

Esta visión de los medios como “instrumentos” prevalecerá en los años sucesivos en el Magisterio, es decir, la Instrucción Pastoral sobre las Comunicaciones Sociales “Communio et Progresssio”, publicada por la Pontificia Comisión para las Comunicaciones Sociales, el 23 de marzo 1971; la Instrucción Pastoral “Aetatis Novae“, publicada por el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales el 22 de febrero 1992, y las distintas intervenciones del Papa Pablo VI.

 

Baste recordar, en este sentido, un pasaje significativo de la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, donde el Papa Pablo VI, refiriéndose a los medios de comunicación social, afirma que “puestos al servicio del Evangelio, ellos ofrecen la posibilidad de extender casi sin límites el campo de audición de la Palabra de Dios, haciendo llegar la Buena Nueva a millones de personas” (n.45). La cuestión es tan seria y fundamental para la comunidad de los discípulos del Señor que el Papa no tiene dificultad en reconocer que “La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más. Con ellos la Iglesia “pregona sobre los terrados” el mensaje del que es depositaria. En ellos encuentra una versión moderna y eficaz del púlpito”. (n.45).

 

Gran parte del mundo comunicativo cambió radicalmente con el descubrimiento y difusión de las nuevas tecnologías que, como sostienen los expertos, dejaron de ser un instrumento y se transformaron en un verdadero ambiente de vida.

 

Fueron los dos últimos Sumos Pontífices, el Beato Juan Pablo II y Benedicto XVI, quines evidenciaron esta transformación en el campo de la comunicación y percibieron, con lucidez pastoral, los desafíos y oportunidades para la acción evangelizadora de la Iglesia.

 

El Beato Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “El Rápido Desarrollo”, (2005) manifiesta con claridad que: “Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos constituyen el principal instrumento de guía y de inspiración en su comportamiento individual, familiar y social. Se trata de un problema complejo, puesto que tal cultura, aún antes que por “los contenidos”, nace por el hecho de que existen nuevos modos de comunicar con técnicas y lenguajes inéditos” (n.3).

 

Por tanto, “La Iglesia (…) no está llamada solamente a usar los medios de comunicación para difundir el Evangelio sino, sobre todo hoy más que nunca, a integrar el mensaje de salvación en la “nueva cultura” que estos poderosos medios crean y amplifican. La Iglesia advierte que el uso de las técnicas y tecnologías de comunicación contemporáneas forman parte de su propia misión en el tercer milenio” (ibídem, n.2).

 

El Magisterio del Papa Benedicto XVI toma la misma dirección; en el mensaje para la XLIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (2009) escribe: “sentíos comprometidos a sembrar en la cultura de este nuevo ambiente comunicativo e informativo los valores sobre los que se apoya vuestra vida”; y refiriéndose al delicado tema de la relación entre evangelización y nuevos lenguajes, añade: “En los primeros tiempos de la Iglesia, los Apóstoles y sus discípulos llevaron la Buena Noticia de Jesús al mundo grecorromano. Así como entonces la evangelización, para dar fruto, tuvo necesidad de una atenta comprensión de la cultura y de las costumbres de aquellos pueblos paganos, con el fin de tocar su mente y su corazón, así también ahora el anuncio de Cristo en el mundo de las nuevas tecnologías requiere conocer éstas en profundidad para usarlas después de manera adecuada”.

 

Estos textos del Magisterio, apenas citados, ayudan a comprender que la misión evangelizadora no puede encontrar su plena realización, tan sólo en la capacidad tecnológica-comunicativa, incluso si se trata de la más moderna y sofisticada.

 

Ya el Papa Pablo VI nos recordaba que “para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites” (EN, n.41).

 

Así, el Papa continúa afirmando que “este problema de cómo evangelizar es siempre actual, porque las maneras de evangelizar cambian según las diversas circunstancias de tiempo, lugar, cultura; por eso plantean casi un desafío a nuestra capacidad de descubrir y adaptar. A nosotros, Pastores de la Iglesia, incumbe especialmente el deber de descubrir con audacia y prudencia, conservando la fidelidad al contenido, las formas más adecuadas y eficaces de comunicar el mensaje evangélico a los hombres de nuestro tiempo” (EN. n.40).

 

Pienso que también hoy son necesarias audacia y sabiduría en nuestro ministerio pastoral a fin de encontrar otros caminos y capacidades para usar nuevos lenguajes para evangelizar en un contexto donde el hombre se ve sumergido por gran cantidad de mensajes y respuesta a preguntas que ni siquiera se había planteado.

 

La tensión en la búsqueda de la verdad, que constituye la dimensión más auténtica de la dignidad del hombre, debe hacerse espacio en medio de una multiplicidad de informaciones, que invaden al hombre actual durante su camino existencial.

 

Se trata también de una búsqueda, a veces sufrida de Dios, y como afirma Benedicto XVI: “Como primer paso de la evangelización tenemos que tener viva esta cuestión; debemos preocuparnos de que el hombre no abandone la cuestión sobre Dios como pregunta esencial de su existencia. Preocupándonos que se acepten estas preguntas y la nostalgia que en ella se esconde” (Discurso a la Curia Romana, 21.XII.2009).

 

El “Instrumentum laboris” afirma al respecto, de manera que me parece muy apropiada: “las comunidades cristianas han podido aprender que hoy la misión no es más un movimiento de Norte a Sur o de Este a Oeste, porque es necesario desvincularse de los confines geográficos (…) Desvincularse de los confines quiere decir tener las energías para proponer la cuestión de Dios en todos aquellos procesos de encuentro, de amalgama de diversidades y de reconstrucción de las relaciones sociales, que están en acto en todas partes” (n.70).

 

En este campo juegan un rol muy importante las nuevas tecnologías de la comunicación que, como afirmaba antes, dan origen a una verdadera y propia cultura, favoreciendo también la configuración de una sociedad caracterizada por el fenómeno de la globalización.

 

Ya que la fe presupone un encuentro personal con Jesucristo, la acción evangelizadora tendrá que prestar especial atención a la situación concreta y singular del destinatario del anuncio, en el respeto del primado absoluto de la relación con la persona. En este contexto, me parece un deber recordar la importancia de los distintos lenguajes con los que estamos llamados a anunciar el Evangelio al hombre de hoy, con la dolorosa conciencia de que, poco a poco, las generaciones futuras – particularmente del continente europeo – crecerán sin conocer los contenidos fundamentales del anuncio evangélico y la misma simbología cristiana.

 

¿Qué lenguaje usar para que Jesucristo sea anunciado al hombre de hoy y pueda así interpelar el corazón de cada ser humano? Pienso que este es uno de los desafíos más importantes y urgentes para la misión salvadora de la Iglesia en el mundo contemporáneo.

 

El carácter eminentemente interpersonal de la evangelización y el testimonio a todos los niveles son dos aspectos de esta misión fundamental de la Iglesia que se contraponen a las características del mundo comunicativo moderno. Parece que la dimensión digital no se relaciona bien con la exigencia de concreción ligada al camino de la evangelización, y lo mismo puede decirse de la perspectiva globalizante, casi impersonal, de la red que aparentemente está en clara oposición con las dimensiones personales necesarias – de espíritu y de corazón – de la relación del ser humano con Dios en Jesucristo.

 

No niego que hay aspectos muy ciertos en algunas posturas de sospecha y crítica hacia las nuevas tecnologías – el Instrumentum laboris menciona ciertos límites en el n. 62 -, pero también es cierto que éstas han aumentado enormemente la capacidad cognoscitiva y relacional de ser humano, y las redes sociales son el ambiente existencial de millones de personas conectadas en la Red.

 

¡Qué gran oportunidad y desafío para la comunidad de creyentes en Cristo, que tiene en sus manos la Palabra de vida!

 

Por este motivo se hace urgente la exhortación que el Papa Benedicto XVI realizaba el año 2010 con su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: “El desarrollo de las nuevas tecnologías y, en su dimensión más amplia, todo el mundo digital, representan un gran recurso para la humanidad en su conjunto y para cada persona en la singularidad de su ser, y un estímulo para el debate y el diálogo. Pero constituyen también una gran oportunidad para los creyentes. Ningún camino puede ni debe estar cerrado a quien, en el nombre de Cristo resucitado, se compromete a hacerse cada vez más prójimo del ser humano. Los nuevos medios, por tanto, ofrecen sobre todo a los presbíteros perspectivas pastorales siempre nuevas y sin fronteras, que lo invitan a valorar la dimensión universal de la Iglesia para una comunión amplia y concreta”.

 

Creo que el Papa es plenamente conciente de las limitaciones de las nuevas tecnologías y de ciertas influencias negativas de éstas sobre el mundo juvenil; sin embargo no las teme sino que más bien invita a la Iglesia “a ejercer una “diaconía de la cultura” (…) Con el Evangelio en las manos y en el corazón, es necesario reafirmar que hemos de continuar preparando los caminos que conducen a la Palabra de Dios, sin descuidar una atención particular a quien está en actitud de búsqueda. Más aún, procurando mantener viva esa búsqueda como primer paso de la evangelización”.

 

Y la reflexión pontificia alcanza a prever la necesidad de una “pastoral en el mundo digital”, que está llamada “a tener en cuenta también a quienes no creen y desconfían, pero que llevan en el corazón los deseos de absoluto y de verdades perennes, pues esos medios permiten entrar en contacto con creyentes de cualquier religión, con no creyentes y con personas de todas las culturas. (Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2010).

 

Es en este sentido que el Papa se pregunta – usando una imagen audaz y significativa – si en la Red no podría haber un espacio también para aquellos que aún no conocen a Dios, a manera del patio de los gentiles en el Templo de Jerusalén. (cfr. mensaje de la XLIV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2010).

 

Los textos del Magisterio papal que acabamos de recorrer son palabras pastoralmente iluminantes que pueden ayudar, a la vigilia de los trabajos del próximo Sínodo; a reflexionar con “audacia y sabiduría” sobre el gran desafío que las nuevas tecnologías comunicativas presentan al camino de la Evangelización y, al mismo tiempo, sobre las grandes oportunidades que ofrecen.

 

Artículo escrito por Mons. Claudio María Celli, Presidente del Presidente del Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales.

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