Patricia Gutiérrez tiene 60 años y es clasificadora. Cuando tenía nueve, buscaba comida en los tachos de basura, ya que, por distintas situaciones, vivió un tiempo en situación de calle. “A los dieciséis años empecé a querer clasificar y, en realidad, no sabía qué era lo que se clasificaba para vender. Yo andaba en las volquetas (los contenedores), pero para comer”, cuenta. Entonces, un día, después de ver que no traía nada para su caja y de ver que sus compañeros sí “hacían plata”, fue a un depósito para ver y aprender.
“Estuve todo día en la puerta y veía lo que ellos juntaban, qué era lo que vendían, cómo lo vendían, cómo lo separaban y empecé a hacer lo mismo. De ahí nunca más largué el carro”, expresa. Con el paso del tiempo cambió de vehículo: primero, utilizó un carro de rulemanes, pero en aquella época, había calles con adoquines y las ruedas se trancaban. Más tarde implementó el carro de manos, hasta que recaudó dinero y se compró un carro de caballo, que contenía ruedas de vagones de los trenes. Mientras no tuvo hijos y como le gustaba salir, decidió clasificar para ir a los bailes.
“Me empezó a gustar la calle, me empezó a gustar que nadie me mandara, que yo me sentara en el cordón de la vereda a comer algo y nadie me dijera nada, no tener horario de entrada o de salida, no tener que dar explicaciones a nadie”, señala Gutiérrez. Solo tenía que saber en qué horario pasaban los camiones de la intendencia por la zona en la que ella andaba.
A los veinte años quedó embarazada de su primera hija. Siguió con el clasificado hasta hace dos años, cuando se enfermó, ya que, entre el carro de caballo y siete años de construcción con el Plan Juntos, quedó muy afectada. Tiene osteoporosis, un tumor en la cabeza, es epiléptica, tiene hernias en la columna y utiliza muletas. Actualmente, utiliza carros de feria y con eso se arregla.
Si no tuviera las complicaciones de salud, volvería a ser clasificadora, “con mucho orgullo”, resalta. Ser clasificadora le ha enseñado muchas cosas: la importancia del trabajo, el respeto, la solidaridad.
Pese a todas las dificultades de su historia, de su contexto familiar, Patricia es una luchadora incansable, apasionada por brindar una mano a quienes más la necesitan. Se desempeña como una de las delegadas del merendero “Pancitas felices”, cuyo trabajo se ha multiplicado en la pandemia pues también funciona como olla popular. Este establecimiento se integró a la red de ollas populares que está en Villa Española Oeste, un barrio montevideano. Les suministran verduras y otros tipos de alimentos, que antes debían sacar de su propio bolsillo, haciendo facturas para vender o rifando algo para poder brindar un vaso de leche a los niños.
Desde el comienzo de las clases, de lunes a viernes dan un vaso de leche a los niños y los fines de semana agregan comida. A las 13:00 los padres recogen las viandas. El colectivo realizó un censo para saber cuántos integrantes por familia serían los beneficiarios del servicio. En este momento, asisten a 149 niños y 27 adultos mayores con discapacidad, más algunos adultos mayores sin discapacidad.
Patricia Gutiérrez es la presidenta de la Unión de Clasificadores de Residuos Urbanos Sólidos (UCRUS), una organización apoyada por el Plenario Intersindical de Trabajadores – Convención Nacional de Trabajadores (PIT-CNT). Ser mujer no representó ningún obstáculo para desarrollar su labor, ya que en el ámbito de su trabajo siempre se habló de “los clasificadores” en general y no han implementado una política de privilegiar a un género en detrimento de otro. Considera que sí hubo algunas barreras que las mismas mujeres se han puesto, como aquellas con problemas de drogadicción que andan en las volquetas: “Ellas se hacen llamar clasificadoras, pero, para mí, el clasificador lleva la comida a la casa, no es el que la saca para ir a una boca”.
Redacción: Sebastián Sansón Ferrari, corresponsal de SIGNIS ALC en Uruguay
DERECHOS RESERVADOS 2021
POWERED BY DanKorp Group. WEB SITES SOLUTIONS