Redacción SIGNIS ALC.
Para nadie es un secreto que en Colombia la peor pandemia es la corrupción. En el tiempo de aislamiento por la Covid 19, la corrupción se ve reflejada en la precariedad de los servicios de salud, educación y vivienda. Pero no sólo los servicios básicos insatisfechos han agudizado la situación del país, el germen de violencia en distintas dimensiones hace aún más difícil de sobrepasar esta gran crisis mundial.
Colombia, que ha sido reconocida por la belleza de sus mujeres, por la amabilidad de sus gentes, por la generosidad de sus parajes, se destaca tristemente por haber ampliado la brecha de género por cuenta de la pandemia. Entre 2020 y 2021, no sólo el asesinato de líderes sociales sino la violencia contra la mujer, han incrementado los índices de muertes que se suman a las víctimas de Covid, como una cifra que se invisibiliza, para bien de los responsables y para el detrimento de la sociedad colombiana.
Con la particularidad del conflicto armado interno y el impacto por el flujo migratorio debido a la crisis venezolana, la brecha de género se ha ampliado sustancialmente, precarizando las condiciones laborales, aumentando la carga de tareas de hogar no remuneradas, incrementando los márgenes de pobreza y de miseria que circundan las capitales del país y se extienden hasta todos los rincones de la geografía nacional haciendo la pobreza más extrema a medida que se distancia de los ejes de poder. No se puede negar que el campo colombiano, sus parajes bellos se vieron empobrecidos, que la generosidad solidaria la mayor de las veces se hace insuficiente para acallar el hambre, y las mujeres bellas padecen el rigor de los males que se juntan en una misma época.
No podía hablar de mi país cerrando los ojos a la crudeza de este panorama, al llanto silente de millones de mujeres, coterráneas, cercanas y distantes, hermanadas por el privilegio precioso del don de la vida. Pero estas cifras, estas realidades las vemos todos los días en cualquier medio latinoamericano o mundial, la condición de ser mujer sigue hoy en pleno Siglo XXI, siendo una desventaja así lo nieguen los tantos patriarcas.
Con mayor razón en medio de estas condiciones vale la pena destacar los fenómenos que se develan en algunos ejemplos de mujeres que florecen en medio del fango. Mujeres que nos enseñaron el concepto del cuidado, de nosotras, de los otros y del todo. Las empresas colombianas de confección, en su mayoría conformadas por la mano de obra femenina, se tuvieron que dedicar a elaborar elementos de bioseguridad y vimos aflorar en las ventanas de casas y locales el emprendimiento de los tapabocas de tela, con diseños, con texturas, coloridos, útiles y preciosos no sólo para cumplir con las normas (aunque no todos), sino para ayudarnos en la tarea del auto cuidado. Surgieron también los trajes antifluido, los kits con todo tipo de accesorios: salva orejas, colgador de tapaboca, gorro – visera, mascara, mascarilla, careta, etc. En la mayoría de las fábricas encargadas de esta elaboración se encuentran manos de mujeres creativas, dedicadas, que ponen su esencia del cuidado a favor de los demás.
Es necesario agregar que también mujeres al servicio del cuidado de otros (médicas, enfermeras, empleadas de aseo, cuidadoras, personal de seguridad) dejaron sus familias, incluso se aislaron de sus seres más amados para continuar con sus labores a favor de la inmensa mayoría que las necesita. Reconocer su labor, aplaudir sus sacrificios, pagar lo justo, garantizar sus derechos es lo mínimo que podemos hacer para devolver un poco de lo que este sacrificio implicó.
Si bien es cierto que la pobreza de nuestro país se debe a la gran falta de oportunidades que se evidenció en estos meses en la pérdida de millones de empleos, unas cuantas mujeres acudieron a esa horrible sentencia de “reinventarse o morir”. De este modo, vimos empresarias que cambiaron su manera de producir, de trabajar, de asignar tareas, de conseguir materias primas, de distribuir sus productos. Para Colombia es un orgullo contar con empresas que favorecen a la mujer, en especial aquellas que se han encargado de apoyar a las mujeres cabeza de familia. Sin ánimo de propaganda o comercial, un ejemplo de esta reinvención lo tuvo el restaurante C&W, creando su propia línea de domicilios atendida por domiciliarias, inversión que les ayudó a mantenerse a flote en medio de la crisis. Como ellos otro almacén de cadena encargado de confección y venta de productos textiles configuró líneas de atención a los compradores que llegaron a los teléfonos de sus empleadas, sosteniendo así su mercado en medio de las dificultades.
Un factor que no se puede dejar de lado en esta brecha incrementada a partir de la pandemia es la educación. El cierre de escuelas y universidades conlleva consecuencias graves para la educación de las mujeres que poco a poco habían ganado terreno en las posibilidades de acceso a la educación. Sigue siendo grave la situación para las niñas y jóvenes quienes ven en la escuela un lugar de refugio, de alimento y de crecimiento. El abandono escolar que de siempre ha estado marcado por condiciones económicas, sociales y culturales, se agudiza con la desnutrición, el sometimiento a labores de hogar y a los maltratos que retratan la violencia de género en tantas y complejas dimensiones. La salud física y mental de ellas y sus familias es un riesgo potencial que viene en aumento. En contraposición, millones de maestras hacen esfuerzos ingentes por llegar a la casa de sus estudiantes, por llevar un algo de sustento, coraje y actividades escolares que mantengan el ánimo y el espíritu en alto. A estas mujeres que pocas personas conocen y reconocen, se les duplica la responsabilidad, no sólo son maestras de sus estudiantes en la escuela, sino que deben atender a sus hijos, a veces dejarlos de lado para atender a los hijos de otras quizá con mayores necesidades que las propias. Si hemos visto el arrojo de las mujeres al servicio de la salud, estas mujeres valientes merecen tanto o más reconocimiento.
Madres – maestras dedican sus ingresos a tomar copia de las tareas para llevarle a sus más distantes y necesitados pupilos, gastan sus datos para contactarlos vía celular, para “dictar” sus clases y explicar a cada uno la tarea, ingenian nuevas estrategias y modos de enseñar. Preocupadas por naturaleza por que sus estudiantes no se queden atrás, hacen hasta lo imposible por acompañar a cada uno de los “hijos que la escuela le da”. Aunque los informes nacionales lo vienen diciendo, es vital que el Estado responda a estas necesidades y favorezca el rol de estas maestras en eso que llaman “la calidad” de la educación del país.
Sin lugar a duda la población femenina ha llevado la peor parte de la pandemia, mas como lo señalé anteriormente, son las mujeres migrantes quizá el punto más álgido de la crisis. No sólo desprotegidas por las leyes migratorias, en condiciones de absoluta precariedad, las mujeres migrantes que en Colombia hoy suman un importante renglón en la escala de pobreza, han tenido que sobrellevar la pandemia en condiciones paupérrimas. La solidaridad de género y de bandera las ha puesto en la ventana de cientos de hogares. Habitantes de calle en una inmensa mayoría, dan cuenta de cómo hacen rendir lo de una para todas. Su unidad las destaca, la sonrisa en medio de las condiciones, la procura de un plato de comida las lleva a hacer todas las tareas posibles, se llevan el primer lugar en esfuerzo por los suyos. Si el abrazo solidario alimentara tendríamos resuelto el tema del hambre porque se hacen uno en cada rincón donde se plantan. A pesar de que el Estado colombiano ha propuesto algunos planes para solventar esta situación, aun falta mucho por hacer.
Aunque se lee en tantos medios e informes, me es imposible dejar de lado hablar de esas distintas formas de violencia que las mujeres soportan de manera casi estoica. Y digo casi, porque las voces se levantan, los pañuelos morados se agitan, las líneas de atención se activan, los casos denunciados aumentan y aunque poco se crea en los sistemas de justicia y equidad en estos casos, poco a poco se ha puesto en la palestra pública la urgencia de resarcir a la mujer de todos estos atropellos. Millones de mujeres desde todas las aristas de la vida se han propuesto crear círculos de sororidad, acompañan, escuchan, ayudan. Gritamos al unísono que no hay ninguna sola. Las queremos a todas juntas y no queremos ni una menos.
Oiga, mire, vea que la belleza colombiana se mantiene viva y sonriente, que en sus parajes se siente el cariño y la pasión de las mujeres que emprenden, que las manos dispuestas a ayudar son como dice nuestra cantautora Martha Gómez, manos fuertes, firme, que tejen, que rezan, que dan, que piden, trabajadora, aprendiz, manos que amasan, que abrazan, delicadas y cálidas. Si es menester pensar en las condiciones de la reconstrucción de la sociedad en tiempo de post pandemia, la capacidad de gestión, de toma de decisiones, el poder del liderazgo femenino ha dado claras muestras de que en manos de mujeres hay un porvenir sabroso, colorido, creativo, ingenioso y seguramente fértil.
374 asesinados en 2020; 38, en lo corrido de 2021, según cifras de Indepaz
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