Santiago Paz Ojeda*.- El Perú ha experimentado un crecimiento importante en sus últimos 15 años de historia. Según el Banco Mundial, nuestro ingreso ‘per cápita’ (el ingreso anual que genera una persona promedio) a precios actuales pasó de alrededor de 2,000 dólares a más de 6,000 dólares. Un salto considerable, pero que despierta dudas: ¿en verdad estamos tres veces mejor? La aritmética no falla: esto es lo que ha sucedido en términos monetarios y para el individuo promedio, pero ello no refleja necesariamente el día a día ni la realidad de todos los peruanos.
Para entenderlo, es necesario ir un paso más allá de lo números y hacer el esfuerzo de ponerles un rostro: es nuestra responsabilidad buscar un desarrollo no sólo monetario, sino sobre todo humano. No se trata sólo de crecer, sino de que beneficie a todos, prestando especial atención a los que menos tienen y han sido históricamente excluidos. Mantener la visión de un mejor país, reconciliado y solidario, nos permite seguir avanzando.
De este modo, si buscamos reconciliación y un desarrollo para todos, es necesario analizar las cosas que nos dividen. Desde el punto de vista económico, las desigualdades son un punto que no podemos ignorar. No obstante, como señala Stiglitz (Premio Nobel de Economía en 2001), el debate en torno a la desigualdad no siempre ha estado bien enfocado.
El problema con la desigualdad, en particular si se traduce en diferencia de oportunidades, es que provoca tensiones que derivan fácilmente en inseguridad o conflictos sociales. La misma democracia se vuelve más frágil y las instituciones pueden debilitarse, dado que finalmente la desigualdad económica se vincula a una asimetría de poder e influencias. Los privilegios de un sector de la población pueden perjudicar a los demás. Más allá de nuestra posición, para los ojos de muchos esta situación es injusta y no es sostenible. Un desarrollo humano requiere aliviar estas tensiones para evitar que sigan creciendo o deriven en posiciones radicales o violentas.
Es paradójico –y debemos ser conscientes de ello– que, a pesar del crecimiento económico, Latinoamérica es todavía la región más desigual del mundo. Más del 70% del total de la riqueza se concentra en menos del 10% de la población, diferencias muy grandes que no son saludables para la estabilidad de los países y que sólo una pequeña parte son explicadas por méritos propios. Para tener una idea de las diferencias, se puede ingresar a esta “Calculadora de la Desigualdad”, un interesante aplicativo que busca ilustrar las diferencias dentro de los países de la región. Instituciones internacionales, incluyendo el Banco Mundial (que el año pasado realizó su reunión anual en Lima), muestran un interés creciente en este problema. En el Perú, que vive en carne propia la desigualdad, no podemos ser ajenos.
Un desarrollo humano implica poner a la persona por delante de los intereses económicos. No podemos dejar que el dinero sea motivo de segmentación o se traduzca en discriminación. Existen motivos estructurales que debemos considerar. Pensemos en la igualdad de oportunidades y en cómo la suerte de un individuo puede depender mucho del lugar donde nació, el colegio al cual asistió, la alimentación recibida, el transporte usado, o la estabilidad económica y social de la cual gozó. Son diferencias que condicionan el resultado final y, en muchos casos, van más allá del esfuerzo que cada individuo manifieste.
En los últimos 15 años se ha avanzado bastante, la pobreza se ha reducido significativamente y se han implementado importantes programas sociales. Pero se vienen años más difíciles, en los cuales es probable que tengamos un crecimiento menor debido al entorno internacional incierto.
Debemos mantenernos atentos a las tensiones internas que pueden surgir, vinculados en muchos casos a situaciones de desigualdad o injusticia. Necesitamos escuchar y amar, con mayor razón, a personas distintas a nosotros.
Tampoco ayuda adoptar posiciones radicales o que busquen revancha, promovamos posturas de reconciliación. Finalmente, el desarrollo consiste en aceptarnos, valorar nuestras diferencias y encontrar un camino que incluya a todos, sin dejar a nadie atrás. El Perú ha mejorado, pero es posible uno aún mejor.
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* Estudiante de Economía de la Universidad del Pacífico.
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