Leonardo Boff*
Hay muchos analistas que predicen que la post-pandemia podría significar una radicalización extrema de la situación anterior, un retorno al sistema de capital y al neoliberalismo, buscando dominar el mundo con el uso de la vigilancia digital (big data) sobre cada persona del planeta, algo que ya está en marcha en China y en Estados Unidos.
Ahí entraríamos en la era de las tinieblas, con el riesgo, sugerido por Raquel Carson, de nuestra autodestrucción. De ahí la exigencia de una conversión ecológica radical, cuya centralidad debe ser ocupada por la Tierra, por la vida y por la civilización humana: una biocivilización.
No debemos sin embargo subestimar la fuerza de la violencia sistémica. Sigmund Freud, al contestar una carta de Albert Einstein de 1932 en la que le preguntaba si era posible superar la violencia y la guerra, dejaba una aporía. Respondió, considerando que no podía decir qué instinto podría prevalecer: si el instinto de muerte (thánatos) o el instinto de vida (eros).
Están siempre en tensión y no podemos estar seguros de cual triunfará al final. Terminaba resignado: “Hambrientos, pensamos en el molino que muele tan lenta-mente que podemos morir de hambre antes de recibir la harina”.
Hay una opinión nada optimista de uno de los más grandes intelectuales estadounidenses, crítico severo del sistema imperialista, Noam Chomsky, que dice: «El coronavirus es suficientemente grave, pero vale la pena recordar que se está acercando algo mucho más terrible, estamos corriendo hacia el desastre, hacia algo mucho peor que cualquier otra cosa que haya sucedido en la historia humana y Trump y sus lacayos están al frente de esto, en la carrera hacia el abismo.
Hay dos amenazas inmensas que estamos encarando. Una es la creciente amenaza de la guerra nuclear, exacerbada por la tensión de los regímenes militares, y la otra, por supuesto, es el calentamiento global.
Las dos pueden resolverse, pero no hay mucho tiempo; el coronavirus es terrible y puede tener terribles consecuencias, pero será superado, mientras que las otras no lo serán. Si no resolvemos esto, estaremos condenados».
Chomsky ha afirmado que el presidente Trump está lo suficientemente demente como para desatar una guerra nuclear, sin importarle lo que le pueda pasar a toda la humanidad.
No obstante, esta visión dramática del prestigioso lingüista y pensador, nuestra esperanza es que si la humanidad corriera un grave peligro de destruirse real-mente, prevalecerá el instinto de vida. Pero a condición de que hayamos construido una forma diferente de ha-bitar la Casa Común, sobre otras bases que no sean ni las del pasado ni las del presente.
Algunas buenas lecciones de la pandemia de Covid-19
De todos modos, el coronavirus nos ha mostrado que no somos “pequeños dioses” que pretenden poder todo; que somos frágiles y limitados; que la acumulación de bienes materiales no salva la vida; que la globalización financiera sola, en el molde competitivo del capitalismo, impide crear, como proponen los chinos, “una comunidad de destino común para toda la humanidad”; que tenemos que crear un centro global y plural para gestionar los problemas mundiales; que la cooperación y la solidaridad de todos con todos y no el individualismo son los valores centrales de una geosociedad.
Que se deben reconocer y respetar los límites del sistema-Tierra que no tolera un proyecto de crecimiento ilimitado; que debemos cuidar la naturaleza como nos cuidamos a nosotros mismos, porque somos parte de ella y nos proporciona todos los bienes y servicios necesarios para la vida; que debemos buscar una economía circular que cumpla las famosas tres erres (R): reducir, reutilizar y reciclar todo lo que ha entrado en el proceso de producción.
Que la economía ha de ser de subsistencia digna y universal y no de acumulación de algunos a expensas de todos los demás y de la naturaleza; que este tipo de economía de subsistencia disminuye las necesidades para dar lugar a la sobriedad y reducir así en gran medida las desigualdades sociales; que el nuevo orden económico no habría de regirse por las ganancias sino por la racionalidad económica con un sentido social y ecológico.
Que sería altamente racional y humanitario crear una renta mínima universal; que la atención médica es un derecho humano universal (One World-One Health) que no podemos desatander; que es importante garantizar un estado que regule el mercado, que promueva el desarrollo necesario y esté equipado para satisfacer las demandas colectivas, ya sean de salud o desastres naturales.
Que debemos incentivar el capital humano-espiritual, siempre ilimitado, basado en el amor, la solidaridad, la búsqueda de la justa medida, la fraternidad, la compasión, el sentir el encanto del mundo y en la búsqueda incansable de la paz.
Un mapa para rescatar la vida: la Carta de la Tierra
Estas son, entre otras, algunas de las lecciones que podemos sacar del coronavirus. Citando la Carta de la Tierra (UNESCO), uno de los documentos oficiales más inspiradores para la transformación de nuestra forma de estar en el planeta Tierra, «se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida… Nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interconectados y juntos podemos forjar soluciones inclusivas» (Preámbulo c).
¿Qué visión del mundo y qué valores incluir?
Saber y tener conocimiento de los datos de la realidad no es todavía hacer. ¿Qué nos impulsa a actuar? ¿Qué visión del mundo y qué valores deberíamos incluir? Nos orienta un texto importante de la parte final de la Carta de la Tierra, en cuya redacción también participé.
Como nunca antes en la historia, el destino común nos llama a buscar un nuevo comienzo. Esto requiere un cambio de mentalidad y de corazón. Exige un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar con imaginación la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y mundial (El camino por delante).
Observemos que no se trata sólo de mejorar el camino andado. Este nos llevará a las crisis cíclicas que ya conocemos y eventualmente al desastre. Se trata de “buscar un nuevo comienzo”. Se nos reta a reconstruir la “Tierra, nuestro hogar, que está viva con una comunidad de vida única” (CT, Preámbulo a). Sería engañoso cubrir las heridas de la Tierra con ven-ditas, pensando que podemos curarla. Tenemos que revitalizarla y rehacerla para que sea la Casa Común.
“Esto requiere un cambio de mente”. Un cambio de mente significa una nueva mirada sobre la Tierra, tal como la nueva cosmología y biología la presentan. Ella es un momento del proceso evolutivo que tiene ya 13.700 millones de años y la Tierra 4.300 millones de años.
Después del big bang, todos los elementos físico-químicos se forjaron durante más de tres mil millones de años en el corazón de las grandes estrellas rojas. Al explotar, lanzaron en todas las direcciones estos elementos que formaron la galaxia, las estrellas como el Sol, los planetas y la Tierra.
Ella está viva con una vida que irrumpió hace 3.800 millones de años, un superorganismo sistémico que se autoorganiza y se autocrea continuamente.
En un momento avanzado de su complejidad, hace unos 8-10 millones de años, una parte de ella comenzó a sentir, pensar, amar y adorar. Surgió el ser humano, hombre y mujer. Él es Tierra consciente e inteligente, por eso se llama homo, hecho de humus.
Esta cosmovisión cambia nuestra concepción de la Tierra. La ONU, el 22 de abril de 2009, la reconoció oficialmente como la Madre Tierra porque genera y nos da todo. Por eso la Carta de la Tierra dice: “Respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad y cuidar de la comunidad de la vida con comprensión, compasión y amor” (CT 1 y 2).
La Tierra como suelo la podemos comprar y vender. A la Madre, sin embargo, no la compramos ni vendemos; la amamos y la veneramos. Tales actitudes deben ser transferidas a la Tierra, nuestra Madre. Esta es la nueva mente que tenemos que hacer nuestra.
“Requiere un cambio de corazón”. El corazón es la dimensión del sentimiento profundo, de la sensibilidad, el amor, la compasión y los valores que guían nuestra vida. Especialmente en el corazón se encuentra el cuida-do, que es una forma amistosa y afectuosa de relacionarse con la naturaleza y sus seres.
Tiene que ver con la razón sensible o cordial, con el cerebro límbico, que surgió hace 220 millones de años cuando los mamíferos irrumpieron en la evolución. To-dos ellos, como el ser humano, tienen sentimientos, amor y cuidado a sus crías. Eso es el pathos, la capacidad de afectar y ser afectado, la dimensión más profunda del ser humano.
La razón (el logos), la mente a la cual nos hemos referido anteriormente, apareció hace sólo 8-10 millones de años con el cerebro neocortical y en la forma avanzada como homo sapiens (el hombre actual) hace unos cien mil años.
Este, en la modernidad, se ha desarrollado exponencialmente, dominando nuestras sociedades y creando la tecnociencia, los grandes instrumentos de dominación y transformación de la faz de la Tierra, creando inclusive una máquina de muerte con armas nucleares y otras que pueden acabar con la vida humana y la de la naturaleza.
La inflación de la razón, el racionalismo, ha creado una especie de lobotomía: el ser humano tiene dificultad para sentir al otro y su sufrimiento. Necesitamos completar la inteligencia racional, necesaria para resolver las necesidades de supervivencia de nuestra vida, pero hay que completarla con inteligencia emocional y sensible para que seamos más completos y asumamos con pasión la defensa de la Tierra y de la vida.
Necesitamos el corazón para que nos lleve a escuchar tanto el grito de la Tierra como el grito del pobre, y a forjar como dice el Primer Ministro chino Xi Jinping: “una sociedad moderadamente abastecida” o como decimos nosotros: una sociedad con un consumo sobrio, frugal y solidario.
Traducción de Mª José Gavito Milano
* Leonardo Boff es teólogo, filósofo brasileño, miembro de la Comisión Internacional de la Carta de la Tierra.