Hace pocos días, Xavier Carbonell, actual presidente de SIGNIS Cuba -Asociación de comunicadores católicos de Cuba-fue noticia a nivel mundial, tras ganar el Premio Internacional de Novela Ciudad de Salamanca. Su obra El fin del juego sobresalió entre 1.263 novelas de autores de 32 países, incluido España, como informa el diario El Español. Como justificación del galardón, impulsado por el Ayuntamiento de Salamanca (España), el jurado destacó la prosa “ágil, rica y vibrante”.
Con motivo de este reconocimiento, SIGNIS ALC, Asociación Católica Latinoamericana y Caribeña de Comunicación, entrevistó al autor y periodista, quien nos habló sobre esta novela, además de otros temas, como su oficio de escritor, motivaciones y proyectos.
¿De qué trata la novela El fin del juego? ¿En qué género se enmarca?
El fin del juego es una novela aproximadamente policial, en el sentido de que hay un enigma que se le presenta a alguien, un enigma absorbente y complejo que toma la forma de dieciséis grabados que exigen que se les invente una historia. A medida que Sergio, el protagonista, intenta descifrar el juego de esas litografías —parecen figuras de una baraja— su vida real va siendo suplantada por sombras, fantasmas de la ficción.
¿Por qué decidiste escribir sobre este tema o en qué te inspiraste?
Los grabados que utilicé en la novela son históricos. Pertenecen a un viejo catálogo de imprenta del siglo XIX, en La Habana. El impresor, José Severino Boloña, los colocó allí sin explicar de dónde proceden esas figuras, que son misteriosas y sugieren un relato (un hombre cayendo del cielo; un ladrón saliendo por una chimenea con una capa de rosas; un burro al que le cortan la cola). Yo quise contar, o inventar, ese relato.
Parte del premio consiste en la publicación y difusión de la novela. ¿Buscas transmitir un mensaje en particular a través de la misma?
Si hubiera un mensaje sería este: a pesar del sufrimiento y las complejidades históricas, Cuba es una isla de relatos, amigos, lealtad a toda prueba, todo un universo de cosas entrañables —antigüedades, comidas, libros y tabacos—, y que si todo parece estar perdido, lo podemos recuperar a través de la literatura y la memoria.
¿Qué sentiste al ganar el Premio de Novela Ciudad de Salamanca? ¿Qué crees que llevó a que ganara entre las 1.263 otras novelas participantes?
Siento mucho agradecimiento por este premio, cuyo anuncio tuve el honor de recibirlo del propio alcalde de Salamanca. Me siento extremadamente honrado de que el jurado haya premiado una novela que habla sobre Cuba, en un momento en que necesitamos —a nivel personal, pero también comunitario— alegría, esperanza en que hay un futuro, en que Cuba se ve más allá de la bruma de la política y los noticieros. También, como todo en la vida, la novela tuvo suerte.
¿Cómo te preparaste para escribir la novela? ¿Desde cuándo comenzaste a trabajarla?
Acumular material para una novela es un ejercicio paciente y fascinante, porque, al menos los textos que he escrito hasta ahora exploran la historia o inventan un falso relato histórico. Para todo ello hay que documentar bien la época, leer libros, catálogos, crear listas, dibujar. La escritura de una novela es una investigación tan policial como la que describe el argumento. Todo eso es divertido, interesante; es un juego al que no quiero renunciar nunca.
¿Cómo nació tu oficio de escritor?
Comencé a escribir novelas a mitad de mi carrera universitaria —estudié filología hispánica—; antes había escrito algunos relatos, ejercicios de crítica, ensayos. Pero era más importante leer (casi lo sigue siendo). El Fin del Juego fue mi segunda novela, que escribí en 2019. Y la escribí como escribo todo, caóticamente, un día en un sillón, otro día en la biblioteca. Siempre voy tramando esas historias cuando camino, cuando fumo habanos, que son mi gran pasión cubana.
¿Qué representa para ti escribir? ¿Sueles inspirarte en otros autores?
La escritura es un paraíso, un consuelo en el naufragio, un talismán contra el aburrimiento y la desidia. Los libros que me rodean, los que han conformado mi educación sentimental, me ayudan a contar mis propias historias. Son estos maestros los que me acompañan, de los cuales uno no acaba de aprenderlo todo: José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Manuel Vázquez Montalbán, Umberto Eco, Eduardo Mendoza, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte, Conrad, Stevenson, Hemingway, y tantos otros —siempre custodiados por Cervantes y Borges— con los cuales tengo deudas impagables.
En 2020, tu novela El libro de mis muertos fue reconocida con el premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara. ¿Se repiten los motivos de los que has hablado?
Hasta ahora he escrito cuatro novelas (y hay un par más en preparación): todas ellas se comunican con hilos invisibles. El libro de mis muertos es la historia de un retorno al pueblo natal, a unos orígenes que el protagonista va inventando a medida que se escribe el propio texto. En ella hay un personaje secundario, Mario, que se dedica a traficar antigüedades y que, de pronto, reaparece con una pista clave para el protagonista de El fin del juego. Hay barcos, pequeños objetos, palabras o contraseñas que van apareciendo en mis ficciones, como bromas a veces, para mantener unido todo ese mundo y fijarle cierta coherencia, ciertas marcas de dominio. Ambas novelas coinciden también en otros temas: el poder de la memoria contra la muerte; del tiempo y las palabras contra el olvido; de la escritura contra la soledad.
En 2020, tu serie periodística «Cuba en siete filmes», publicada en el sitio web de SIGNIS Mundial, ganó el Premio internacional de periodismo cultural Paco Rabal. ¿Nos puedes hablar más sobre la misma y sobre lo que implicó este premio?
Continuamente intento explicarme el país en que vivo, su cultura y sus obsesiones. «Cuba en siete filmes» era mi pequeño canon de cine cubano, las películas que, en mi opinión, nos describían como nación en estas últimas décadas. Este premio, como ahora el Ciudad de Salamanca, fue un incentivo para escribir y una oportunidad para dar a conocer mis textos más allá de Cuba.
¿Cómo acoplas el periodismo y la literatura en tu trabajo? ¿Qué es lo que más disfrutas de ambos campos?
Como escribo una novela cada seis meses, o cada año, el periodismo mantiene en forma a las palabras. Es una gran escuela de escritura, pero al final tiene objetivos muy distintos a la literatura. Me interesa la tensión entre un lenguaje y otro, pero sé que hay que respetar la vocación informativa del periodismo, y la pasión tramposa de la literatura. Desde 2019, las columnas que escribo para SIGNIS me han ayudado mucho a mantener el filo del lenguaje. Ahora he comenzado a escribir textos para Árbol Invertido, una revista cubana de literatura y cultura.
Además de escritor y periodista, también te desempeñas como presidente de SIGNIS Cuba, la Asociación de Comunicadores Católicos de ese país. ¿Qué representa para ti presidirla? ¿Cuál sería tu mensaje para los jóvenes comunicadores católicos cubanos?
SIGNIS a mí me cambió la vida, eso lo saben todos los que me conocen. Me ofreció una visión hermosa de la comunicación, me ayudó a trabajar el periodismo y ha generado una red de amigos tan valiosos que siempre los tengo cerca, aunque estemos dispersos en tantas latitudes. Cuando gané el Premio Paco Rabal, fue un orgullo para mí presentarme como corresponsal de SIGNIS, aportar mi grano de arena a la visibilidad y trabajo de una asociación que tanto me ha dado.
Hace unos meses he comenzado, junto a un equipo directivo, a impulsar la labor de SIGNIS Cuba en una nueva etapa. Esta propuesta encierra una responsabilidad increíble: todos somos jóvenes, sosteniendo el legado de grandes figuras como Gustavo Andújar o Gina Preval. SIGNIS Cuba siempre tuvo un enorme prestigio en el mundo del cine y ahora estamos tratado impulsar un poco más la vocación periodística de la asociada. Hemos comenzado un boletín (casi revista) que lleva tres números, y existe un movimiento de radio que toma cada vez más fuerza.
Los jóvenes necesitamos eso, aunar fuerzas, ganar espacios, no quedarnos rezagados en los cambios que ya se ven en Cuba. Y, al interior de la Iglesia, no perder la energía con las incomprensiones, las frustraciones, las carencias. Comunicar la esperanza en el futuro de la isla: por ahí va SIGNIS Cuba.
¿Nos puedes hablar sobre tus proyectos futuros?
Hace unos meses releo los maestros de las novelas de aventuras: Conrad, Stevenson, Melville, Dumas, Faulkner, entre otros, para ver cómo quebrar un poco ese género, cómo cruzar la capa y la espada con otro tipo de relatos, quizás con la novela filosófica o algo así. Quizás salga algo bueno, o a lo mejor no consigo nada. Terminé una novela con ese corte, El caballero del mar, que fue muy divertida —aunque compleja— de escribir, pero aún no tengo planes para ella. De cualquier modo, veo el futuro lleno de palabras, de libros, de ficciones por contar.
Biografía de Xavier Carbonell: Nacido en Camajuaní, Cuba, en 1995. Escritor y periodista. Licenciado en Filología Hispánica, por la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas. Cuenta con un Diplomado en Filosofía Moderna y Contemporánea por la Pontificia Universidad Católica de Chile. En 2019, fue uno de los becarios del Programa «Comunicaciones Sociales desde la compasión”, organizado por SIGNIS Mundial –Asociación Católica Mundial para la Comunicación- y la Universidad Javeriana de Bhubaneswar, en India. En 2018, participó en el Laboratorio de Comunicación de SIGNIS, edición América Latina (SIGNIS COMMLab), en Quito, Ecuador. Actualmente, trabaja como corresponsal para el sitio web de SIGNIS Mundial. Se desempeñó como investigador y docente de la Biblioteca Diocesana “Manuel García-Garófalo” en Santa Clara, Cuba, donde fundó el Proyecto Académico Humanitas. Su novela El libro de mis muertos ganó el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, en Cuba, en 2020. Ese mismo año, la Fundación AISGE de Madrid le otorgó el Premio Paco Rabal de Periodismo Cultural por su serie de artículos Cuba en siete filmes, publicada en el sitio web de SIGNIS Mundial. En 2021, gana el Premio Internacional de Novela Ciudad de Salamanca.